domingo, 19 de diciembre de 2010

SUSPENSIÓN DE ENTRADAS/SUSPENSIÓ D’ENTRADES

Por tenerme que dedicar durante el próximo año a otras tareas creativas, suspendo temporalmente mis entradas en este blog, aunque lo dejo abierto para que los eventuales lectores puedan tener acceso a ellas y comentar lo que quieran al respecto. Caso de que se introduzca algún comentario, el servidor me enviará un mensaje para que pueda dar el visto bueno antes de que aparezca publicado.

Quiero dar las gracias más sinceras a todos los seguidores, participantes y lectores del blog.

Es posible que durante los próximos meses tenga la necesidad de añadir algo a lo ya escrito, y en ese caso ya lo advertiría.

Deseo que tengamos unas felices fiestas de Navidad y un año 2011 de gran bienestar emocional para todos.

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Com que m’he de dedicar durant el proper any a unes altres tasques creatives, suspenc temporalment les meves entrades en aquest blog, tot i que el deixo obert per tal que els eventuals lectors hi puguin tenir accés i fer-hi els comentaris que vulguin. Cas que s’hi introdueixi algun comentari, el servidor m’enviarà un missatge perquè pugui donar el vist i plau abans que aparegui publicat.

Vull expressar el meu agraïment més sincer a tots els seguidors, participants i lectors del blog.

Durant els propers mesos, pot passar que tingui la necessitat d’afegir quelcom al que ja he escrit, en el qual cas ja ho faria saber.

Desitjo que tinguem unes felices festes de Nadal i un any 2011 de gran benestar emocional per a tots.

sábado, 11 de diciembre de 2010

LA REALIDAD

Mi familia y yo vivimos en un pequeño pueblo cerca del monasterio cisterciense de Poblet, y mi mujer y yo vamos a veces a escuchar los cantos de los monjes. Pues bien, resulta que hace unos días fui yo solo, me topé con un miembro de la comunidad (al que yo tenía muy visto en el coro) y entablé con él un poco de conversación.

Estábamos solos delante de la iglesia, en la que entramos juntos mientras hablábamos. El templo estaba casi vacío. Al fondo, tan solo se veía a algún monje que acudía al coro a la llamada de la campana para las Vísperas. Nosotros estábamos en la otra punta de la nave charlando.

Después de hablar un poco del tiempo, me preguntó de dónde venía y se lo dije. Yo, por mi parte, me interesé por el número de monjes que había en el monasterio (me respondió que 32). Y de repente me preguntó: ¿Dónde vives? Me sorprendió la pregunta porque acababa de decírselo hacia un momento. No obstante, se lo volví a decir. Y él volvió a hacerme la misma pregunta, ante mi estupor. Opté por contestarle que no sabía a qué se refería con aquello. Y seguidamente añadió: Tú vives donde tus pies pisan, esa es tu casa. La cosa se alargó un poco más porque yo le hablé del “momento presente” como equivalente temporal de lo que él me indicaba. Pero no, su opinión era que eso del “momento presente” era únicamente una cosa mental, una idea, no una realidad. A continuación me hizo otra pregunta: Qué es lo más importante en la vida? Y respondí: Vivir. No –me dijo. Y volvió a formular la pregunta. Y yo le respondí: respirar. Inmediatamente aprobó mi respuesta y luego se despidió de mí dándome la mano con un hasta pronto. Hasta aquí, la anécdota, pero esa conversación me hizo reflexionar sobre lo que entendemos por realidad.

Como en este blog, lo que tratamos son cuestiones emocionales, quisiera decir en primer lugar que cuando nos vemos sometidos –sin saberlo- a un fuerte estrés o a los azotes de una depresión, lo que vivimos internamente (aquello de lo que nos damos cuenta) no son otra cosa que nuestros propios pensamientos enfermizos(obsesivos a veces), no la realidad. Como escribe Byron Katie en su libro: Amar lo que es, “La causa de nuestro malestar no tiene nada que ver con lo que nos pasa, sino con lo que pensamos que nos pasa”. Es decir que –como hemos comentado otras veces- tenemos en nuestro interior (tradicionalmente suele decirse en nuestra cabeza o en nuestro cerebro) realidades meramente virtuales, imaginadas, creadas a base de conceptos, que no son nuestra realidad vivencial (la que vivimos de verdad). Y creo que el monje me señalaba que el camino para saber si vivía en esa realidad virtual o no, era que fuera consciente de dónde estaba pisando con mis pies (el aquí real para mí) y también de mi respiración (el ahora real para mí). Todo lo demás no sería sino el pasado (que ya no existe) y el futuro (que prevemos pero que no sabemos si llegará a ser efectivo alguna vez).

Sin embargo, como resulta que “el parloteo de nuestras mentes” no cesa nunca, es más que probable que pasemos la mayor parte del tiempo viviendo algunas realidades virtuales, o sea, recordando hechos del pasado o proyectándonos hacia el futuro, mientras los momentos presentes que se van sucediendo uno tras otro sin descanso se nos escapan, y con ellos la oportunidad de vivirlos plenamente, es decir, la oportunidad de vivir plenamente nuestra vida particular cada uno de nosotros.

Creo que es muy necesario tener en cuenta estos aspectos del funcionamiento de nuestra mente para poder seguir caminando hacia el bienestar emocional. La realidad –nuestra realidad, la de cada uno- no se nos impone biológicamente (al contrario que a los animales, por ejemplo). Los humanos podemos inventarnos otras realidades. Lo malo llega cuando esas ficciones se apoderan de nosotros y llegamos a identificarnos con ellas (esa es la clave), porque entonces ya no vivimos de verdad lo que está pasando, lo que nos está pasando, nuestro aquí y nuestro ahora. Y es por eso que podemos desviarnos enormemente hacia afuera (huídas diversas) o hacia adentro (no querer saber, tapar los sentimientos, desconectar de nuestro corazón, etc.) y comenzar a sufrir o seguir sufriendo.

Así es que, tomando prestado el comentario que me hizo el monje, para tener Presencia, para estar bien presentes en nosotros mismos, quizás sea un buen método darnos cuenta de dónde estamos pisando en un momento determinado, así como de nuestra respiración (cómo se ensancha y cómo se aplana nuestro vientre cada vez que respiramos). Será una buena forma de estar conectados con la realidad y, por tanto, estaremos bien situados para vivir nuestra vida bien centrados, sin dejarnos arrastrar por los acontecimientos (conductas meramente reactivas, no reflexionadas).

Tengo que añadir además que desde que comencé a practicar meditación (Zen, para ser más concreto) hace años, fui instruido en el mismo sentido: Siéntate tranquilo, deja pasar los pensamientos, y sé consciente de tu respiración y de tu cuerpo (la postura).

lunes, 6 de diciembre de 2010

EL AMOR EN PAREJA

Uno lleva ya suficientes años viviendo en pareja y cerca de otras parejas más o menos estables como para no haberse formado una opinión sobre el asunto. Sin embargo, no es el tiempo transcurrido en mi caso lo que me ha dado lo que considero mi mejor perspectiva al respecto. En los últimos años, gracias al trabajo hecho en terapia, ha sido cuando he abierto más los ojos a la naturaleza del amor en pareja y también a sus dificultades. Hoy quiero compartir algo de todo esto con los lectores del blog. Y sería ideal que algunos de ellos aportaran también sus puntos de vista o incluso el relato de algunas de sus experiencias.

Para empezar, diré que yo llegué a la pareja estable a través del enamoramiento. Lo digo porque no todo el mundo sigue este camino. Hay personas que no llegan nunca a sentir qué es eso del enamoramiento (aunque junto a él también está muy generalizada la pasión amorosa, que sustituye al enamoramiento a mi entender, y que hoy se conoce por el “esta persona me pone”) En mi caso, junto con el enamoramiento se daba el amor; pero al principio los dos sentimientos estaban mezclados. Con el transcurso de los años, observé que el nivel de enamoramiento descendía, cosa que no dejaba de preocuparme porque los mensajes que nos llegaban (y que nos llegan) socialmente, y sobre todo en TV, es que hay que intentar seguir enamorado hasta el final de la vida. Sin embargo, a mi alrededor, observaba (y sigo observando) el mismo fenómeno con carácter general, esto es, que el enamoramiento pierde fuerza con los años transcurridos en pareja.

Las preguntas que me hacía a mí mismo eran del tipo: ¿Es compatible la existencia del amor con el descenso de enamoramiento? ¿Qué diferencia el amor del enamoramiento?

Por aquellos años, comencé a ver entre mis amistades los primeros casos de separaciones, o sea, de ruptura de parejas estables. Habitualmente se trataba de casos en que se daban nuevos enamoramientos con terceras personas. Las parejas anteriores se rompían, y el amor que había existido entre sus miembros parecía desaparecer en gran medida. Por tanto, era legítimo que me preguntara si enamoramiento y amor habían de ir fatalmente unidos, de forma que cuando fallaba el enamoramiento también fallaba el amor.

Hoy en día, las separaciones y divorcios han aumentado considerablemente. Incluso tengo amistades que se han separado hasta tres veces (dos ya eran muchas en aquella primera época). Además el fenómeno se da en todas las edades adultas (20, 30, 40, 50 años y más). Y lo que también es cierto es que las rupturas de pareja no suelen comportar generalmente la conservación de una cuota importante del amor que se tuvo. Por consiguiente, la conclusión es fácil: socialmente hablando, la disminución del enamoramiento o de la pasión conlleva a menudo la desaparición del amor en buena medida.

Pues bien, a mi entender, el amor es una energía básica existente en nuestro mundo humano y que lleva a la cohesión, a la ayuda mutua, a la confraternización, a la generosidad, al respeto y a la empatía; y como tal energía básica, se halla impresa en nuestros genes, de forma que, si se dan las condiciones adecuadas para ello, se manifiesta como un torrente de atención a los demás y hacia nosotros mismos. El enamoramiento, a mi juicio, pertenece a otro tipo de fuerza: la que proviene del instinto de supervivencia y reproducción. De hecho, la mayor parte de las personas que se han enamorado describen el fenómeno cómo una situación en que el otro (la otra) se vuelven irresistibles y los arrastran hacia ellos hasta casi la locura. Por lo que se refiere al apasionamiento erótico o sexual, creo que no llega a tales extremos, pero también tiene un fuerte componente de sentirse atraídos sin posibilidad a corto plazo de poner freno a la atracción. En los dos casos se da ese elemento instintivo que comentaba.

Así, pues, la diferencia me parece clara. El amor es una energía constructiva en todos los casos, tendente a crear armonía y cohesión entre las personas y entre los grupos humanos. Pero, en cambio, tanto el enamoramiento como la pasión erótica, en algunos casos, pueden conducir a la destrucción (de parejas estables, por ejemplo) a corto plazo, aunque es cierto que con el tiempo tienden a amainar.

Por lo que a mí experiencia se refiere, para poder sentir que amaba y que era amado de verdad, tuve primeramente que recuperar gran parte de la autoestima que, sin saberlo, había ido perdiendo durante mi vida. Solo cuando me di cuenta de ese aspecto que fallaba en mi vida y trabajé en terapia sentimientos de amor hacia mí mismo, pude ser capaz poco a poco de sentirme amado y de observar cómo surgían de mi interior sentimientos amorosos hacia los demás, que no requerían contrapartidas a cambio.

Decía Anna, en su comunicación del otro día, que hay que sentir que somos pequeños, pero yo lo veo justamente al revés. Para poder amar, antes hay que llegar a sentir que somos “grandes”, que tenemos derecho a ser respetados, que a nadie hemos de conceder el poder que rija nuestras vidas, que somos libres, que podemos ser autónomos emocionalmente. Yo no digo que todos los casos tengan que ser como el mío (podría afirmarlo, sin embargo, de muchos otros). Puede que haya personas que desde que eran niños/niñas estuvieron bien situados emocionalmente y eso les permitió amar y sentirse suficientemente amados hasta llegar a la edad adulta. No digo que no. Sin embargo, puedo afirmar sin temor a equivocarme que la mayor parte de las personas que conozco han tenido unos déficits emocionales en su infancia, relativos a su percepción sobre cómo los consideraba el mundo y en especial su entorno afectivo más próximo, y esas personas es seguro que no han tenido las mismas sensaciones de estar bien emocionalmente.

Mi opinión, pues, es que el amor (la energía amorosa) tiende a manifestarse en todas las personas de manera natural, y por tanto emergerá siempre que se den las condiciones idóneas para ello. Y esta energía es perfectamente compatible con el enamoramiento (la otra fuerza) y de hecho pienso que en muchos casos lo que ocurre es que cuando nos enamoramos, las dos fuerzas se dan conjuntamente. Pero así como la primera es constante, estable y progresiva por naturaleza; la segunda, que es dependiente en gran medida de fuerzas instintivas (que están para lo que están, dentro de nosotros) tiende a reducirse con el paso del tiempo y puede o no dejar paso a la manifestación del amor. Ahora bien, para mí, no hay amor posible que sea auténtico y duradero si no va acompañado del respeto hacia uno mismo, de la no dependencia emocional respecto de los demás y, en especial, de la propia pareja.

domingo, 28 de noviembre de 2010

PARA SENTIR QUE AMAMOS Y QUE NOS AMAN

Hace algún tiempo me referí a las que los psicólogos denominan las cuatro emociones fundamentales o básicas en las que se comprenden todas las demás. Se trata de la alegría, la tristeza, la rabia y el miedo. Todos los humanos, mejor o peor, las sentimos en muchos momentos de nuestra vida. Por consiguiente, las hemos de ver como componentes estructurales de nuestro ser individual. Ahora bien, suele ocurrir que alguna de ellas se convierte en la que más fácilmente sentimos, sin darnos cuenta de ello. Esa emoción preponderante requiere una atención especial por nuestra parte, puesto que puede impedir o dificultar en mayor o menor medida que sintamos las demás.

Hoy me ocupo de la rabia porque es la emoción que más a menudo he sentido yo a lo largo de mi vida. En cierta manera, se podría decir que soy un “experto” en eso. Y, sin embargo, hasta que no fui a terapia, no lo supe a ciencia cierta, ni tampoco reconocí la larga sombra que va detrás de ella, sombra de sinsabores y de disgustos que todos conocemos en alguna medida.

La rabia (la ira, el enfado, o como la queramos denominar), como las otras tres emociones, es necesaria para la vida de los humanos. Gracias a ella (a la energía que nos proporciona), podemos hacer frente a las agresiones que nos vienen del exterior. Si no fuera por ella, sucumbiríamos emocionalmente en edad muy temprana. El niño pequeño ya da muestras de enfado cuando algo no le conviene, y avisa a los adultos, de esta manera, para que lo tengan en cuenta aunque no sea capaz todavía de reflexionar sobre nada. y eso es así porque la rabia, como las demás emociones básicas, es instintiva.

A pesar de eso (o contando con ello), hay que tener en cuenta que todas las emociones pueden ser adecuadas o no a la situación concreta en que la sentimos. Yo no había reflexionado nunca sobre este particular, pero me di cuenta en terapia de que es así. En mi caso, me apercibí que yo me enfadaba con mucha facilidad, tanto que incluso la sentía en momentos o situaciones en que no venía al caso. También descubrí que la no adecuación de mi sentimiento de rabia podía darse en términos de duración (un enfado demasiado prolongado para la importancia real del hecho que la había provocado) o incluso en términos de intensidad (totalmente desproporcionado para la situación).

Pues bien, el problema de la rabia es que se va acumulando a lo largo de la vida, sin que nosotros sepamos lo que está pasando. Y esa rabia acumulada desde antiguo condiciona nuestra existencia sin que seamos conscientes de ello. Y lo peor es que comporta a la larga un malhumor y un malestar que a veces convierte a las personas en verdaderas cascarrabias, llenas tristeza y de pesimismo. Nadie nos ha enseñado a sacar (a quitarnos de encima) algo de la rabia que acumulamos en nuestro interior. Hemos visto (y hemos imitado) la forma como se hace habitualmente, que no es otra que con discusiones, con broncas, con enfrentamientos; y eso es lo que hemos practicado a partir de ese aprendizaje. El resultado de esas confrontaciones, inevitablemente, ha sido más enfado y más malestar.

¿Quién no ha notado que después de una discusión se ha quedado malhumorado o triste a pesar de estar seguro de que tenía la razón? La rabia es así. No entiende de razones. Simplemente, aparece y tarda en irse (a veces no se va y se acumula internamente). Por ese motivo, después de un enfrentamiento, tanto el que se cree ganador de la pelea como quien se cree perdedor, tanto el uno como el otro suelen notar malhumor y tristeza. Es decir, se quedan impregnados de rabia, ira, enfado y violencia emocional.

La única manera de quitarse parte de la rabia que se ha enquistado en nuestro corazón es no expresarla en plena discusión o enfrentamiento. La razón es bien simple: si entramos en el juego de “tu me has enfadado-yo te replico-tu te enfadas más y me replicas-y yo me enfado todavía más y te vuelvo a replicar”, lo único que conseguiremos es generarnos a nosotros mismos mucha más rabia que al principio, cada vez más. Así es que la rabia se ha de expresar fuera de ese marco. Cuando la persona que nos la ha provocado no se halle presente. Es un procedimiento que funciona. Lo he practicado centenares de veces y funciona. En otra ocasión trataré de él con más detalle.

Pero hoy quiero referirme muy especialmente a que cuando hay rabia, no es posible el amor. Y lo digo en dos sentidos. Primeramente, porque cuando la rabia es desproporcionada, en ese mismo momento en que la expresamos no cabe a la vez el amor. Y en segundo lugar, porque mientras nuestro corazón siga albergando cantidades ingentes de rabia, estará aprisionado y no podrá sentir amor, es decir, nosotros no podremos amar ni podremos sentir que nos aman. La rabia acumulada nos incapacita o nos invalida (totalmente o parcialmente, según los casos) para sentir que amamos o que nos aman. Es así. Está probado empíricamente. Mejor dicho, yo lo he experimentado así. Y por la misma razón, pero al revés, cuando logramos desprendernos de fuertes cantidades de rabia acumulada, el corazón se relaja y es entonces cuando, poco a poco, podemos volver a sentir amor.

En mi opinión, sale a cuenta estar pendientes de este asunto (estando muy presentes dentro de nosotros mismos, en lugar de estar dispersos y distraídos) porque de ello depende que ganemos cotas de felicidad y bienestar al sentir que amamos y que nos sentimos amados.

domingo, 21 de noviembre de 2010

EL CUERPO-DOLOR

Como miembros de la especie humana, algo hemos heredado que nos invita comúnmente a conectar con el malestar. Es algo que, a mi entender, no podemos negar. Pasan los siglos y los milenios, y los humanos seguimos siendo muchas veces envidiosos, violentos, soberbios, intransigentes, insolidarios, obsesivos y locos. Básicamente, no hay diferencia entre lo que sentían los humanos de las tragedias griegas, por ejemplo, y lo que sentimos ahora. Así es que, sea como sea que hayamos venido a ser seres con ese tipo de dificultad, lo cierto es que es así. Sin embargo, yo tengo también la convicción de que no somos seres condenados a sufrir y a crear sufrimiento eternamente. Y eso es muy importante que lo tengamos presente.

Un conocido mío recibió un día una llamada telefónica de su pareja. Yo estaba delante mientras conversaban y oí cómo él, después de escucharla unos instantes, le contestó: gracias, gracias; hasta luego. Cuando colgó, me hizo el siguiente comentario: Era mi mujer. Me ha llamado para preguntarme si había leído el periódico, porque salía la noticia de que le han dado un premio a un amigo mío que ella conoce. Yo guardé silencio y él añadió algo así como: Las mujeres son muy complicadas; en este caso, mi mujer me comenta eso pero hay que tener en cuenta que yo tuve una pareja anterior que estaba emparentada con ese amigo, y por eso sus relaciones con ellos no las lleva muy bien que digamos. Y yo volví a guardar silencio mientras él se extendía en consideraciones sobre lo presuntamente complicadas que son las mujeres según él.

Cuando se calló, le dije: pues yo, que he asistido a la escena desde fuera, neutralmente, sin saber nada de todo eso, lo que he sentido es: qué bonito, qué detalle más amoroso, su mujer le ha llamado para darle una buena noticia por si él no estaba al corriente. Mi acompañante me miró entonces, guardó silencio unos segundos y luego añadió: puede que tengas razón.

Recomiendo la lectura de un libro precioso que se titula: Un nuevo mundo, AHORA. Leyéndolo, se descubre que la noción del cuerpo-dolor, viene muy al caso puesto que aquel día enseguida me di cuenta de que mi acompañante no había detectado el suyo y que por eso podía ser que tendiera a interpretar negativamente conductas de los demás que, muy probablemente, eran en realidad acciones positivas. El cuerpo-dolor (al que otros llaman la sombra) es el conjunto de ideas, sentimientos y emociones negativos que han cristalizado dentro de nosotros, en nuestro corazón, y que, aunque parezca mentira, pueden llegar a gobernar nuestra vida y dirigirla siempre hacia más dolor, hacia más sufrimiento.
Eckhart Tole –su autor- escribe lo siguiente (indico las páginas del libro entre paréntesis):

Las emociones negativas que no se afrontan plenamente para verlas como lo que son en el momento en que surgen, no se disuelven por completo. Dejan atrás un residuo de dolor (129)

Nadie pasa la infancia sin sufrir dolores emocionales (129)

El campo de energía de emociones viejas pero aún muy vivas, presente en casi todo ser humano, es el cuerpo-dolor (CD) (…) Todo recién nacido (…) carga ya con un CD emocional (130)

El CD es una forma de energía semiautónoma que vive en el interior de casi todos los seres humanos, una entidad formada por emociones (negativas) Tiene su propia inteligencia primitiva (…) y está aplicada principalmente a su supervivencia (…) necesita alimentarse periódicamente. Toda experiencia dolorosa emocionalmente puede ser utilizada como alimento por el CD (…) El CD es una adicción a la infelicidad (131)

Cuando la infelicidad se ha apoderado de ti, no sólo no quieres que termine, sino que quieres hacer a los demás tan desdichados como tú, con el fin de alimentarte de sus reacciones emocionales negativas (132)

Para el CD, el sufrimiento es un placer (134)

El CD (es una especie de) parásito psíquico (134)
La emoción (negativa) en sí misma no es infelicidad. Sólo es infelicidad la emoción (negativa) más (vinculada con) una historia desdichada (que conservamos en nuestra memoria) (149)

A menudo, cuando nos relacionamos con los demás, lo hacemos con prevención, es decir, desde la idea previa que tenemos sobre los mismos (en la relación con nosotros mismos sería con nuestra “historia” individual, con el relato que nos hacemos de nuestra propia vida). No nos damos cuenta, pero cuando aparece por la puerta o cuando te telefonea una persona de la que no te fías, reaccionamos desde la desconfianza; sin más. La otra persona no es para nosotros sino un problema potencial: a ver qué querrá ahora; ¿porqué habrá venido?; ¿qué busca?; tengo que estar atento para que no me la juegue otra vez; yo ya lo conozco; a mi no me engañará; etc. Y eso está tan extendido entre nosotros que a todo el mundo le tiene que sonar lo que digo.

No se trata de ser buenas personas o caritativas con los demás. No. No es un asunto moral primordialmente. Se trata sobre todo de un asunto emocional.

Puede que alguien me lea y que se considere excluido de este supuesto: A mí no me pasa eso, yo me relaciono bien con los demás y no desconfío de nadie. Pues bien, esta persona es la que corre más peligro de entrar en ese tipo de juegos que he descrito, sencillamente porque no es consciente de lo que seguramente le está pasando. Y es que, a mi juicio, podemos dar por sentado que todos (o la inmensa mayoría de las personas) tenemos esa supeditación a nuestro cuerpo-dolor específico que no nos deja ser libres para relacionarnos desde la espontaneidad, la naturalidad y la empatía hacia los demás. Nuestras relaciones son más bien de recelo, sospecha y desconfianza en mayor o menor grado. Por eso surgen tantos conflictos en las familias, entre la pareja, en las relaciones profesionales o de amistad. Creo que no podemos volvernos de espaldas a esta realidad.

En cambio, quien lea estas líneas y se reconozca en mi descripción, esa persona lleva ya mucho ganado puesto que ha hecho consciente su proceso interior de desconfianza y miedo. Ahora le queda por delante observar su cuerpo-dolor, esas cosas que nos pasaron hace tiempo o hace poco y que nos han marcado y han condicionado nuestra relación con el mundo. El conocido mío, en la anécdota que he contado, bajo mi punto de vista, se estaba relacionando con su mujer en aquella ocasión desde su cuerpo-dolor. No era libre para escuchar sin trabas la noticia que le daban (que, en principio, era buena). La escuchó desde su cuerpo-dolor que le decía al oído: no te fíes; ¿que quería decirte en realidad?; ¿qué interés tiene en comunicarte el éxito de tu amigo si sabes que esa familia no le gusta?; además, ¡mira que son complicadas las mujeres! Y a mí, en cambio, desde fuera, me parecía que estaba asistiendo a ¡un envidiable acto de amor y de atención de una mujer hacia su pareja!

¿Quién no ha conocido alguna persona que siempre está negativa? ¿No son personas que tienden inconscientemente a esparcir malas noticias y malos augurios? Eso se debe a un cuerpo-dolor muy fuerte. En el libro de Tolle se hace una exposición al respecto muy extensa y muy profunda. Por mi parte, lo único que quería hoy era llamar la atención sobre la existencia del cuerpo-dolor para que podamos tenerlo presente cuando nos relacionamos con los demás. Eso ya sería mucho, aunque obviamente solo seria el principio.

domingo, 14 de noviembre de 2010

PARA ESTAR BIEN

Puede parecer una paradoja, pero, en mi opinión, para estar bien, no es necesario hacer nada.

Estamos en un mundo (el occidental o el del hemisferio norte, como queramos decirlo) en que se nos empuja a menudo a que hagamos algo. Hacer se ha convertido en el talismán para conseguir ser. Hacer, hacer, hacer. Es como si aceptásemos que quien no hace algo permanentemente es que no existe. Y, sin embargo -ya digo, paradójicamente- en realidad yo sé que no tengo que hacer nada para estar bien; al contrario, que cuanto más haga por estar bien, es probable que menos lo consiga. Y el secreto (o la explicación) está en que los seres humanos estamos bien de manera natural. Pero para sentirlo, necesitamos estar bien conectados con nuestro corazón, con nuestro ser interior. Por eso, también sé que si no estoy bien, es porque estoy desconectado de mi corazón, de mi bienestar básico, de mi “estar bien” natural. No se trata tanto de hacer algo como de permitir que aquello que ya es (nuestro ser interior) salga a la superficie, se revele en toda su potencialidad. Por eso, lo único que podemos hacer es dejar que haga nuestra verdadera naturaleza.

Existen en los humanos como dos maneras de ser, por decirlo así. Una es desde lo que somos profundamente y otra el conjunto de actuaciones y de pensamientos que nos llevan por la vida de manera inconsciente, desconectados de lo que somos realmente (de hecho, nuestro mundo, socialmente considerado, es un mundo lleno de personas desconectadas, y de ahí la violencia, los abusos y las guerras). En este segundo plano es en donde se plantea siempre el hacer sin fin. Desde esa manera de ser, somos impulsados a hacer sin parar, incluso aunque sea aparentemente para buscar soluciones definitivas para llegar a estar bien.

Hace unos día conversaba con una amiga sobre estas cuestiones y le decía que, a mi juicio, la naturaleza humana es armonía y paz, pero que por encima de ella se va depositando a lo largo de los años una densa niebla de preocupaciones y de miedos que dificultan (cuando no impiden) que sintamos esa naturaleza armónica, esa paz interior. Por eso decía al principio que no hay que hacer nada para estar bien, pero lo decía en el sentido de que no hay nada que conseguir porque ya somos esa naturaleza.

Otra cosa es que para poder sentir nuestra paz interior, nuestro bienestar emocional, seguro (es el único camino posible) que habremos de encarar con determinación esa zona sombría, densa y oscura que son nuestras dificultades emocionales. Solo con encararla, ya conseguiremos que se disuelva parte de la oscuridad. Lo que se lleva al consciente desde el inconsciente (lo que se hace consciente en definitiva) pierde por ese solo hecho gran parte de la energía negativa que tenía antes. De ahí la importancia de permanecer conscientes, de tener presencia en nosotros mismos, de darnos cuenta de lo que sucede dentro y fuera de nosotros.

Otra amiga me contaba hace poco que su abuela decía algo así como “todos tenemos las mismas posibilidades de ser felices”. Y a mí, eso, me parece cierto, interpretándolo en el sentido de que todo depende de nuestras actitudes, de la manera como enfocamos lo que se nos presenta a diario. Concretamente, esta señora durante la guerra civil española tuvo que huir por el monte, con dos hijos pequeños a cuestas y dos personas mayores a su lado, huyendo de la represión bélica y desconociendo absolutamente la suerte de su marido que había sido apresado. ¡Y salió adelante! Y no sólo eso, sino que además, porque supo encarar las circunstancias tan terrible por las que pasó, construyó su ”santo y seña (“todos tenemos las mismas posibilidades de ser felices”) que le serviría de guía para toda la vida.

No conozco a nadie que no tenga ningún problema. Sea de salud, económico, de trabajo, de relaciones personales. Sea de lo que sea. Sin embargo, la actitud frente a ello es lo que distingue a las personas que conectan bien con su corazón y su harmonía interior, de aquellas que no lo logran. Por eso, las psicoterapias son o pueden ser muy útiles en aquellos casos en que la desconexión con ese fondo interior sea muy grande y muy difícil de resolver. A veces son los miedos, otras veces la tristeza o el odio, cosas que nos han pasado, muy graves, que se han enquistado en nuestro interior hasta bloquearnos y no dejarnos vivir. En esos casos, se necesita ayuda para poder volver la mirada hacia dentro de nosotros mismos, observar qué es lo que hay y, sobre todo, para poder volver a sentir, porque una de las maneras que tenemos de no gestionar bien lo que nos pasa es mirar hacia otro lado, dejar de sentir (sí, dejar de sentir para no sufrir, que es lo que más extendido está entre nosotros).

En realidad, estoy convencido de que, por muy grandes que sean nuestros problemas, podemos encararlos desde nuestro yo más profundo con ecuanimidad, con aceptación (el mundo es como es) pero sin resignación. Las enfermedades, por ejemplo, son una oportunidad para despertarnos más y mejor a la realidad, y no un castigo o un yugo que nos impone la vida de manera injusta. Solo se necesita querer vivir la vida desde lo profundo del alma, no desde el pequeño yo (el “ego”, que es como lo designan los expertos) que únicamente piensa en tener todo lo que desea y en no tener nada de lo que no desea.

¿Y por qué estoy tan convencido de eso? Porque he experimentado en mí mismo, y lo he visto en los demás, que tener más de todo y mejores cosas, por sí mismo, no alivia las penas del corazón. Siempre queda una sensación de vacío interior después de haber conseguido aquello que tanto deseabas. Y ese vacío corresponde a ese yo pequeño (ego) que nos aprisiona con sus deseos que nunca podrán ser satisfechos del todo. Sin embargo, si practicamos tener una buena conexión con nuestro ser interior (con lo que somos por naturaleza) hallaremos una paz y un bienestar que ni es mágico, ni espiritualista, ni nada por el estilo, sino simplemente natural.

El bienestar emocional tiene que ver sobre todo con aceptar que ese yo pequeño (ego) es como si residiera dentro de nosotros y se nutre básicamente de miedos: miedo a no servir para lo que sea, miedo a no poder conseguir lo que se desea, miedo a contraer enfermedades, miedo a ser rechazado por los demás, miedo a la propia muerte, miedo a no estar a la altura de lo que se nos pide, miedo a fallar, a fracasar, a no ser querido, etc. Por eso, muerto de miedo, el pequeño yo (ego) intentará que busquemos distracciones; que nos hagamos adictos al trabajo, al alcohol, al juego o a las drogas; que busquemos la “salvación” ingresando en un grupo religioso fundamentalista; que nos dediquemos a toda costa a intentar ser millonarios o a tener mucho poder (político, social, económico, etc.); que practiquemos deportes de riesgo; o incluso nos invitará sutilmente a que nos suicidemos. Pero esas cosas inducidas por ese yo pequeño (ego), en realidad quien las sufrirá seremos nosotros mismos, en nuestro cuerpo y en nuestra alma. De ahí la importancia de estar bien despiertos para no permitir que las obsesiones que produzca el miedo se apoderen de nuestra vida y nos impidan conectar bien con nuestra armonía y con nuestra paz interiores, que ellas sí que son nuestra verdadera naturaleza.

Como cierre de esta entrada, transcribo parte de la entrevista que le hicieron a Claudio Naranjo (uno de los maestros de la psiquiatría moderna) en el blogalternativo.com. El resto se puede leer en esa página o en la mía de facebook (Jesús María Villafranca).


¿Cómo es posible que se deshumanicen los seres humanos?
Cada ser humano cuenta con dos fuerzas antagónicas en su interior. Uno es el falso yo, más conocido como EGO o personalidad, relacionado con la ignorancia, la inconsciencia, el egocentrismo, la insatisfacción y el miedo. El otro es el verdadero yo, nuestra verdadera esencia y que está conectado con la sabiduría, la consciencia, el bienestar y el amor incondicional. Cualquier persona que no esté en contacto con su esencia está en vías de deshumanizarse, pues poco a poco va olvidando y marginando sus verdaderos valores, lo que repercute en su forma de pensar, vivir y relacionarse con los demás.

¿Cómo se sabe que una persona vive identificada con su ego?
Es fácil: en primer lugar, porque a pesar de hacer y tener de todo siente un VACIÓ EN SU INTERIOR como si le faltara algo esencial para vivir en paz. De tanto dolor acumulado, finalmente se desconecta de su verdadera humanidad. Desde el ego, las personas actúan movidas por el miedo y la necesidad de supervivencia física y emocional. Su objetivo es conseguir que la realidad se adapte a sus deseos, necesidades y expectativas egoístas, lo que les lleva a vivir una vida marcada por el sinsentido, el malestar y la necesidad constante de evasión y narcotización de sí mismos.

Usted suele hablar de “la búsqueda de la verdad”
Todos los grandes sabios de la humanidad, como Buda, Lao Tse, Jesucristo o Sócrates, han dicho lo mismo: el sentido de la vida es aprender a trascender nuestro egoísmo y egocentrismo para que podamos ver a los demás y al medio ambiente que nos rodea como parte de nosotros mismos. No existe la fragmentación, sólo la unidad: todos somos uno.

domingo, 7 de noviembre de 2010

LAS PROPUESTAS DE AUTOAYUDA

Un amigo, lector del blog, me envió un día la siguiente reflexión, a propósito de un texto que publiqué sobre “El poder que todos tenemos dentro”:

Sin duda muy interesante, pero siempre tengo sensación de déjà vu, cuando leo estos libros de autoayuda, me da la sensación de que esas lecciones deberíamos tenerlas todos aprendidas del colegio. Buena parte de los problemas relacionados con la infelicidad personal, vienen precisamente de que no sentamos estas bases o cimientos de niños/jóvenes (en parte porque esta sociedad no ayuda a ello) y luego nos pasamos el resto de nuestra vida mirándonos el ombligo y buscando nuestro lugar intentando ensalzar una autoestima desubicada. Creo que falta algo en la ecuación, pero al menos hay ecuación en la que pensar. Salud.


Me parecen pertinentes sus dudas. Hoy en día puede que haya una hiperinflación de propuestas en forma de libro o de programas de radio y televisión, o páginas de Internet, que se refieren a estos temas. Por tanto, sería prudente pararse a pensar sobre ello; y, sobre todo, sería prudente comenzar a separar el grano de la paja. Pero, a pesar de ello, no seré yo quien aconseje sobre ese particular, porque no sabría cómo hacerlo dado que yo mismo me veo obligado a escoger en cada momento: ¿Leo esto? ¿Escucho este programa? ¿Veo ese programa de TV?

Los que seguís este blog, sabéis que desde un principio dije que iba a referirme a mis experiencias personales. La razón es bien simple: No quiero hablar de lo que he leído, por ejemplo, sino puedo referirme a la vez a una experiencia personal mía sobre ello, porque solo así sé que hablo desde mi corazón y no desde mi mente (que dice saber, que dice conocer, que dice haber leído, que quiere seguir leyendo y sabiendo, etc.).

A mí no me preocupa la hiperinflación de propuestas de autoayuda. Lo que hago, simplemente, es estar atento a lo que se me ofrece. y escoger en cada momento lo que me ayuda a estar conectado íntimamente conmigo mismo. Tengo que reconocer, no obstante, que a veces tengo la sensación de estar invadido por tantas propuestas y reflexiones como se nos brindan. En esos momentos, sin embargo, lo que hago es olvidarlas, o sea, cerrar el libro, apagar la TV o Internet, desconectar el aparato de radio, y volver a mí mismo, a la conexión conmigo mismo, respirando tranquilo, pausadamente, permaneciendo sin ninguna expectativa, sin ningún propósito determinado. Y lo que suele ocurrir entonces es que me relajo y que me olvido de todas aquellas propuestas y las dejo estar, las dejo de lado para concentrarme en el momento presente, en el “aquí y ahora” (sin duda, se trata de una práctica meditativa muy simple pero muy potente y eficaz).

Así pues, por encima de lo que el mercado nos propone, está (ha de estar) la conexión con nosotros mismos, con nuestro ser interior, con lo que realmente necesitamos. De esta manera –a mí me pasa, al menos- se puede volver más adelante, de una forma natural, a necesitar una lectura, o una nueva información que nos pueda llegar por otros medios, relativas a los temas conocidos como de “autoyuda”. Y en ese caso, la nueva información no nos pesará tanto, no nos abrumará, porque nos habremos desprendido previamente de esa sensación de haber sido invadidos por la hiperinflación de propuestas desde el sector editorial, televisivo o radiofónico. El secreto está en que cada uno ha de poder conocer el punto en que debe desconectar y el punto, en su caso, en que puede volver a conectarse.

También es verdad que, por lo que yo tengo experimentado personalmente, cuando llevas bastante tiempo ocupándote de estos temas para ti mismo, hay muchos asuntos que ya te suenan. Ahora bien, que te suenen no quiere decir que los hayas agotado. Porque a mi juicio, todo lo que tiene que ver con cómo conectar más y mejor con uno mismo, con el yo más profundo de uno mismo, nunca se agota del todo; siempre hay nuevos detalles, nuevos enfoques que te ayudan a estar más despierto en la relación contigo mismo. Así es que –repito- el punto está en encontrar el equilibrio entre información y conexión con nosotros mismos.

Y con relación al comentario que hizo mi amigo, me gustaría decir que estoy de acuerdo con él en que (en mi caso por lo menos, y puedo suponer que en la mayor parte de los casos también) parece claro que la causa de la infelicidad está en la infancia. Pero eso, que es un hecho incontrovertible para mí, no nos ha de de llevar necesariamente a “pasamos el resto de nuestra vida mirándonos el ombligo y buscando nuestro lugar intentando ensalzar una autoestima desubicada” –como dice en su texto-, pues también es posible encarar el asunto con consciencia, es decir, aplicando nuestra conciencia a “darse cuenta” de lo que nos sucede (no tanto sobre lo que creemos que fueron sus causas) y sobre lo que sucede a nuestro alrededor; en definitiva, a darse cuenta del momento presente, de lo que está pasando realmente, de lo que no son pensamientos ni sueños.

En mi modesta opinión, cuánto más presentes estemos en nosotros mismos a la hora de hablar, de actuar, de relacionarnos con los demás, menos conductas reactivas tendremos (desde el miedo, desde la rabia, desde la inseguridad, desde la duda, desde el sufrimiento personal, etc.) y más fácil será que emerja desde nuestro interior esa especie de serenidad básica que constituye nuestro verdadero ser, nuestra verdadera naturaleza que, para mí, es bondad fundamental. Ya sé que mi amigo puede distinguir perfectamente entre lo que él describe como “mirarse el obligo” y esa actitud de mirada interior a la que yo me refiero, pero he querido aprovechar la oportunidad que me han dado sus palabras para volver a poner el acento en dónde me parece que debemos ponerlo.

En conclusión, pues, desde mi punto de vista, leer libros, ver programas de televisión o en Internet, o escuchar programas de radio, que traten temas sobre la autoayuda, no me parece que, por sí mismos, no puedan sernos útiles para hacernos cada día más conscientes y autoconscientes. Sin embargo, vale la pena que estemos atentos, no solamente a los materiales en sí mismos que se nos proponen, sino sobre todo a cuándo llegamos a ese punto interior (emocional) en que será más positivo para nosotros desconectar de la fuente de la información para conectar con nosotros íntimamente, para “vivirnos a nosotros mismos en la intimidad de nosotros mismos” sin más.

sábado, 30 de octubre de 2010

LOS PERSONAJES

Comúnmente, denominamos mente a lo que en realidad sólo son los pensamientos y las emociones que fluyen sin cesar en nuestro cerebro. Tenemos conciencia de que existen, en conjunto, pero no podemos hacer nada para evitarlos. De hecho, incluso cuando estamos durmiendo, los pensamientos y los deseos existen en forma de sueños.

Digo esto para centrar el tema del que querría hablar hoy, que no es otro que la relación que tenemos con los pensamientos y las emociones que se originan en nuestros cerebros.

La realidad universal es que los seres humanos nos identificamos con nuestros propios pensamientos y emociones. Es decir que construimos nuestras respectivas identidades a partir de pensamientos que tenemos y emociones que sentimos, como si ellos fueran nuestro ser real, cuando se trata solamente de la construcción de unos personajes que nos representan socialmente. Y no sólo hacemos eso, sino que también, más que relacionarnos con los demás, lo hacemos también con los personajes que, de ellos, hemos creado nosotros mismos (se trata de las famosas etiquetas de que hablé en otra oportunidad y que nos impiden relacionarnos de verdad con los demás).

Pero antes que nada, me referiré a mi propia experiencia con mi propio personaje para no derivar hacia una teorización excesiva.

Cuando era un adolescente, mi identificación se produjo con el pensamiento: “joven rebelde”, o sea, básicamente con las modas juveniles de aquellos años “sesentas” que mostraban una ruptura con las formas y las conductas sociales de las generaciones anteriores a la mía. La música, la ropa que vestía, el peinado, la barba o las patillas largas, las lecturas, las conductas desinhibidas en público, el cine y el teatro rupturistas, las manifestaciones y asambleas estudiantiles contra la Dictadura, etc. Todo ello ayudaba a ir construyendo una personalidad, o mejor dicho, una identidad con esas características. Y, sin duda, eso se produjo porque, por razones que sería muy largo analizar y que ahora no vienen al caso, yo sentía –sin darme cuenta- que me faltaba algo, que me faltaba “identidad”, que no estaba completo, y eso me producía insatisfacción. Por tanto, seguía el camino universal de todos los humanos y busqué conseguir el mayor grado de satisfacción posible en aquel momento incorporando a mi vida todas las costumbres y formas de actuar y presentarme ante los otros de aquella manera para que apoyaran mi anhelo de ser libre, de ser diferente, que era lo que yo entendía que era ser un “joven rebelde”.

Sin embargo, la realidad de la vida me fue planteando muchas dificultades para poder mantener ese deseo, la ilusión de conseguir ese objetivo. Tuve diversos problemas en el mundo laboral y también en mi actividad política. Y llegó un momento en que, frustrado, me refugié en la vida privada, en la familia, en el mundo de los afectos personales.

Muchos años después, cuando fui a una terapia emocional por primera vez, descubrí mi mundo emocional como nunca lo había hecho anteriormente. Claro que yo sabía que sentía emociones y que tenía ideas al respecto, pero nunca antes me había dado cuenta de hasta qué punto me hallaba inundado de emociones que arrastraba dentro de mí desde puede que mi primera infancia. Y fue entonces cuando decidí dedicar una buena parte de mi tiempo y de mi atención a esa “parte oscura” de mí mismo; básicamente, me decidí a sentir lo que hasta ese momento, y por las razones que fueren, no me había permitido sentir de verdad, profundamente.

Con el tiempo, he ido aprendiendo que absolutamente todos los pensamientos y las emociones que bullen dentro de mí, constituyen un material que no construyen el ser que soy realmente, sino que se trata de voces interiores que no callan nunca, que se han ido originando a lo largo de los años mezclándose entre ellas a partir de vivencias del día a día, y que he de dejar que sigan ahí (porque no puedo evitarlo) pero sin identificarme con ellas. Ni los sueños ni los pensamientos ni las emociones son el resultado de algo que yo he escogido o querido en su mayor parte.

Todos tenemos un montón de cosas aprendidas en nuestros cerebros y nos hemos ido identificando con unas y con otras, hasta haber conseguido crear un personaje con el cual nos hemos confundido. Y eso no es lo peor. Lo peor es que encima sufrimos si no podemos mantener la línea de conducta que nos exige el personaje, porque la vida, el mundo, o los otros nos lo impiden.

Llegar a ser esclavos de nuestras propias ideas, emociones o expectativas puede sucedernos (como a la mayoría de los humanos) si no estamos "del todo presentes” en nuestras propias vidas. Es más fácil vivir fantasías, algo creado por la “mente”, algo tan irreal como el personaje que, sin saberlo, empezamos a construir hace muchos años, pero, sin duda, no es nada práctico porque nos alejamos de nosotos mismos y eso nos perturba y nos causa sufrimiento.

Por contra, el ser real, lo que yo denomino la bondad esencial o fundamental, la vida, existen por debajo de todo lo que sufrimos. Pero sólo hay un camino cierto para disolver el sufrimiento y es estar atentos, contemplar nuestros pensamientos y emociones, observar nuestros hábitos mentales y nuestras reacciones adquiridos a lo largo de nuestras vidas, hacer consciente todo este material que se nos ha ido incrustando en nuestro interior desde que éramos niños. Lo que hay de inconsciente dentro de nosotros mismos nos empuja a actuar repitiendo pautas de conducta que no han sido objeto de análisis y de observación por nuestro ser consciente. Mejor dicho, casi todas nuestras actitudes a diario suelen ser conductas reactivas, hechas con poca conciencia de lo que son. Pues bien, el desorden emocional proviene en gran medida de dejarnos llevar y conducir por esos pensamientos y esas emociones, que en muchos casos son negativos, con poca o con nula participación consciente de nosotros mismos.

En mi segunda terapia, aprendí mucho sobre las emociones básicas de los seres humanos (miedo, tristeza, alegría e ira o rabia) y también sobre diversas formas de gestionar adecuadamente mi mundo emocional, pero con posterioridad he visto con más claridad que antes que yo no soy ningún personaje, que mi ser profundo existe en sí mismo y no necesita adquirir ninguna característica ajena a él mismo para sentirse pleno. Y también que no hay dos seres en mí mismo, sino que el personaje que he ido creando a lo largo de mi vidas no es más que un conjunto heterogéneo y cambiante de pensamientos y deseos que suceden dentro de mí y a los que puedo conscientemente no adherirme. La diferencia está en que no podré estar bien (ser feliz) si me adhiero a ellos (porque me esclavizan, porque me desnaturalizan) y, en cambio, puedo serlo si permanezco con suficiente Presencia, con suficiente consciencia de mí mismo cada vez que actúo, cada vez que digo algo, cada vez que escucho a alguien, etc, fuera de los momentos en que mi "mente" está concentrada (porque estoy trabajando, porque estoy estudiando, porque estoy viendo una película, con los cinco sentidos), que es cuando los pensamientos y las emociones vagan a sus anchas a lo largo y ancho de ella.

Mi experiencia personal me dice, por último, que muchos conflictos interpersonales no tendrían lugar si cada persona estuviera bien presente en sí misma cuando se relaciona con los demás. Y eso tiene que ver mucho con lo que otras veces he comentado de que podemos aprender a relacionarnos desde el “yo bien y tú bien” en vez de perseguirnos los unos a los otros, que es una de las fuentes de insatisfacción más importantes que tenemos los seres humanos.

sábado, 23 de octubre de 2010

ESTUDIOS SOBRE LA FELICIDAD

He estado bastante tiempo sin conexión con Internet. Espero recuperar el tiempo perdido. Hoy transcribo la noticia publicada en "En positivo.com" sobre unos estudios (estadísticos) que se han hecho acerca de qué es lo que produce más felicidad y más infelicidad en la gente. Naturalmente, los resultados no pueden ser muy profundos, pero nos pueden servir como pautas para tenerlas en cuenta.

El éxito no da la FELICIDAD.

El más amplio estudio científico sobre el bienestar psicológico rompe tópicos.
Tanto buscar el éxito, tanto perseguir la fama, el dinero y el poder, y al final resulta que la felicidad está en otra parte.
Según el más amplio estudio que ha investigado cómo evoluciona la felicidad a lo largo de la vida, quienes ayudan a otras personas suelen ser más felices que quienes buscan el éxito individual. Quienes encuentran el equilibrio entre trabajo, familia, amistades y ocio suelen ser más felices que que quienes anteponen su carrera a cualquier otra prioridad. Quienes cuidan su salud suelen ser más felices que quienes la pierden en los placeres de la mesa y del sofá. Y, en el caso de las mujeres, quienes conviven con un hombre que da prioridad a la familia suelen más felices que quienes viven con un hombre que da prioridad al trabajo.

El estudio, presentado este mes en la revista Proceedings de la Academia Nacional de Ciencias de EE.UU., desmiente la teoría de que la felicidad de una persona depende de su personalidad y por lo tanto apenas varía a lo largo de la vida. Esta teoría ha sido hegemónica en psicología en las tres últimas décadas, aunque ninguna investigación había analizado hasta ahora cómo evoluciona la felicidad de las poblaciones a largo plazo, informan los autores del nuevo estudio.

“Nuestros resultados demuestran que la capacidad para ser más o menos felices no es algo que nos venga dado, sino que la construimos a lo largo de la vida con las decisiones que tomamos”, ha declarado por correo electrónico Bruce Headey, investigador de la Universidad de Melbourne (Australia) y primer autor del estudio. Según Headay, no es que la personalidad no influya, pero no es lo único que influye. Ni lo más importante.

El estudio se ha basado en la Encuesta Socioeconómica de Alemania, que desde 1984 ha planteado anualmente a decenas de miles de ciudadanos preguntas relacionadas con su situación personal ycon su bienestar psicológico. Esta encuesta “proporciona la serie de datos más larga del mundo” para estudiar cómo evoluciona la felicidad, escriben los investigadores en Proceedings.

Para comprobar si la felicidad fluctúa a lo largo de la vida, los investigadores clasificaron a los encuestados según su nivel de satisfacción en el momento de responder a cada encuesta. Si la felicidad es estable, pensaron, los más felices en 1984 deberían seguir siendo los más felices en el 2008 (el último año analizado).

Pero no fue esto lo que observaron. El 38% de los encuestados variaron su lugar en la clasificación en más de 25 puntos porcentuales en estos 25 años. Un 25% había cambiado más de 33,3 puntos. Y un 12% había cambiado más de 50 puntos. (Un punto porcentual se refiere a que se divide la muestra en cien niveles, cada uno de los cuales agrupa a un 1% de las personas encuestadas; una variación de 25 puntos significa que una persona que estaba, por ejemplo, en el nivel 50 en 1984 pasó a estar en el 2008 por debajo del nivel 25 o por encima del 75.)

Estos resultados demostraban que la teoría psicológica que predecía que la felicidad no varía a largo plazo era errónea. A continuación los investigadores analizaron de qué depende que la felicidad varíe. Y descubrieron que otorgar mucha importancia al éxito profesional y al poder adquisitivo no favorece la felicidad a largo plazo. Al contrario, “priorizar los objetivos de éxito y los objetivos materiales es perjudicial para la satisfacción vital”, escriben en Proceedings.En cambio, priorizar la relación con la pareja, la relación con los hijos, los comportamientos altruistas y la participación en actividades sociales sí favorece la felicidad.

Estos resultados ofrecen una lección importante de cara a la educación de los niños, apunta Bruce Headey. Si se quiere que sean felices de mayores, es mejor enseñarles a ser altruistas que a ser competitivos. Pero no es un descubrimiento sorprendente, reconoce el investigador. Mientras los medios de comunicación hacen apología de la fama y la victoria, “en muchas escuelas e iglesias se enseña a los niños a actuar de manera generosa y altruista”, afirma.

Una segunda lección importante afecta a las relaciones de pareja. En conjunto, las personas casadas o con pareja estable expresan un nivel de satisfacción con sus vidas superior al de las personas sin pareja. Pero tener una pareja psicológicamente inestable, o bien una pareja que desatiende la relación familiar, causa una pérdida significativa de felicidad a largo plazo.

De todas las variables que influyen en la evolución de la felicidad, la más importante es el paro. Aunque el máximo bienestar psicológico se registra cuando hay un equilibrio entre trabajo y ocio, la falta de trabajo resulta mucho más perniciosa que la sobrecarga de trabajo tanto para hombres como para mujeres.

La investigación no aclara qué ocurre en el cerebro cuando una persona se siente feliz. “Es algo que aún no sabemos”, informó ayer Ignasi Morgado, catedrático de Psicobiología de la Universitat Autònoma. “Podemos explicar qué ocurre en áreas concretas del cerebro cuando una persona se siente triste. Pero la felicidad no es el contrario de la tristeza, porque una persona puede no estar triste y sin embargo no sentirse feliz. Tiene que ocurrir algo más en otras áreas del cerebro para que se dé esa sensación de bienestar que llamamos felicidad”.

Esta es un área de investigación que “aún está muy verde”, advirtió Morgado. “Desde el punto de vista de la neurobiología, nos falta una buena definición de felicidad para asegurarnos de que todos los investigadores hablamos de lo mismo cuando introducimos este concepto. Es un trabajo que aún está por hacer”.

Pero el descubrimiento de que el bienestar psicológico fluctúa a lo largo de la vida “abre un periodo estimulante en la investigación sobre la felicidad”, sostiene Bruce Headey. En esta investigación, añade, no sólo serán bienvenidos psicólogos y neurobiólogos, sino también los economistas que desarrollan indicadores para cuantificar el bienestar de las poblaciones.

Josep Corbella
Publicado en: La Vanguardia

jueves, 7 de octubre de 2010

AMAR NO ES COMPLACER POR TEMOR A LA REACCIÓN DEL OTRO

Por doloroso que nos pueda resultar, hay veces en que resultará del todo imprescindible decir NO a una persona muy próxima afectivamente a nosotros. Nos va en ello poder cambiar las cosas, es decir, el rumbo de nuestra vida, cuando ésta se encuentra maniatada por determinadas concesiones que le hemos ido haciendo durante años, concesiones que nos han impedido ser nosotros mismos, seres autónomos, adultos independientes emocionalmente en relación a esa misma persona.

Recuerdo un caso que me pasó a mí. Yo era sujeto activo, o sea, alguien que sin darse cuenta maniataba emocionalmente a la persona amiga sin dejar que fuese totalmente autónoma. Como no era consciente de lo que estaba pasando –ya digo- empecé a encontrarme extraño en la relación. Algo estaba cambiando o había cambiado y yo no sabía a qué era debido. Sin embargo, seguí intentando mantener la relación como fuera hasta que llegó un punto (al cabo de casi dos años) en que se me reveló el “secreto”. Le envié un correo electrónico diciéndole lo que percibía, esto es, que la cosa no iba bien entre nosotros, pero añadiendo que me estaba aburriendo en el tipo de relación que manteníamos y que, por eso, valía la pena que habláramos si no era mejor dejarla, al menos durante un tiempo, pues yo no me veía con ánimos de continuar. Su respuesta fue abrirme su corazón para confesarme que, efectivamente, las cosas habían cambiado hacía tiempo por su parte pero que no había tenido valor para comunicármelo por temor a hacerme daño.

Esa es mi historia de la cual saqué muchas enseñanzas. Naturalmente, mi primera reacción (no suficientemente meditada) fue agradecerle su sinceridad, pero con un tufillo de “ya te lo decía yo” que venía a indicar que tenía la razón y que, en cierto modo, me sentía engañado. Pero pronto me apercibí de que estaba imputando el “fracaso” a aquella persona; que la estaba culpabilizando de lo sucedido. Lo primero que vi, pues, fue que mi reacción no había sido adulta porque eso de culpabilizar a los demás de lo que nos pasa es la típica reacción inmadura.

Otra enseñanza que extraje de todo aquello fue la convicción de que aquella persona había estado complaciéndome por temor a hacerme daño y de que no había sido suficientemente auténtica, con lo que lo que no había hecho era atender debidamente sus necesidades emocionales y, sin saberlo, había estado manipulando nuestra relación (con la mejor buena fe, eso sí) y a mí mismo claro está.

Por eso digo que a veces no nos va a quedar más remedio que decir NO a la persona afectivamente próxima a nosotros, para así ser íntegros y coherentes con nosotros mismos, y leales con nuestros amigos, parientes o conocidos. Cuando nuestro grado de ignorancia sobre estas cuestiones es muy alto (cuando no nos damos cuenta de lo que nos está pasando) es muy fácil entrar en complacencias y en querer “salvar” a los demás, antes que dedicarnos a atender nuestras necesidades emocionales y, por tanto, a ser auténticos. Ahora bien, cuando hemos comprendido el funcionamiento básico de las relaciones emocionales entre los humanos, a mi entender resulta necesario dar un paso adelante, hacer frente al temor a herir –por ejemplo- y empezar decir NO para evitar que nos manipulen (aunque lo hagan inconscientemente). Hemos aprendido, de alguna forma, que amar a los demás no puede separarse de un cierto sacrificio, de una cierta renuncia, y por ese motivo nos encontramos a menudo bastante confusos sobre cómo actuar cuando queremos ser nosotros mismos y la persona amada está interfiriendo en nuestras decisiones (insisto, aunque no se dé cuenta). Ese patrón de conducta aprendido es el que nos conduce a los conflictos emocionales en las relaciones y a lo que se ha dado en llamar “juegos psicológicos” que tanto sufrimiento producen entre las personas.

En la vida, a mi juicio, hay diversos niveles de ser “ser humano”. Uno es el entender (cuando queremos entender algo a base de razonamientos). Otro es el comprender emocionalmente (que es el darse cuenta del que tanto hablo). Y otro el actuar. Puede ser un trayecto gradual pero el caso es que, con gradualidad o no, los tres han de estar presentes en nuestra toma de decisiones para poder cuidarnos mejor, para tenernos en cuenta a nosotros mismos suficientemente, para concedernos los derechos que en realidad nos corresponden como seres humanos que somos, y para respetar de verdad a los demás.

Sé que éste es un tema peliagudo y que, probablemente, alguien de entre los que leéis el blog, tendrá serias dudas sobre la corrección de este enfoque. Sin embargo, yo no me lo he inventado. Es algo que he visto claro en terapia y que vengo practicando hace tiempo no sin dificultades, por mi parte y por la de las personas a la que amo de verdad y que se han visto “afectadas” por este posicionamiento mío.

Volvamos al ejemplo anterior. ¿Qué ha sido de nuestra relación a partir de entonces? Pues he de decir con sinceridad que nos hemos alejado algo, pero que yo sigo teniendo en gran estima a esta persona y que me siento querido por ella. Tengo que reconocer que he aprendido a respetarla más y mejor. Sé que ciertas cosas no le van bien y lo respeto y la respeto. Pero yo también me siento más libre que antes. Es posible que una relación así haya de pasar por diversas etapas y que ahora nos encontremos en una diferente de la que tuvimos inicialmente, después de conocernos, sin que eso quiera decir que no pueda dirigirse hacia nuevas etapas. El caso es que, para mí, lo fundamental es madurar y aprender de lo que la vida te va ofreciendo. Y creo que eso es lo que hemos hecho los dos aunque nos costara un poco encarar con autenticidad y sinceridad la situación.

Pero ése es sólo un ejemplo. Podría poner bastantes más de mi propia vida. Lo fundamental es llegar a tener claro que amar o sentir afecto por una persona ha de ser perfectamente compatible con que nos sintamos libres y auténticos haciéndolo. A mi entender no es posible amar auténticamente sino es desde la libertad para hacerlo. No hay amores ni amistades auténticas que hayan sido impuestas. Y hay un tipo de imposición que proviene de nuestros propios miedos. Mejor dicho, cuanto más ames a una persona, si quieres que tu amor progrese, más has de hacerlo desde la autenticidad. Y esto no son teorías.

Claro está que hay diversas clases de amor; que no es lo mismo una amistad, que un amor de pareja que el amor entre padres/hijos/padres. Pero el tipo de problemas que solemos crearnos a nosotros mismos cuando complacemos en lugar de ser auténticos, sí que es el mismo. Si no decimos a la persona amada qué es lo que no nos va bien de sus actitudes, por ejemplo, es igual que sea tu pareja o tu padre o tu amigo, el problema será el mismo, así no construirás nada importante en el terreno de tu madurez personal y en el de la propia relación con esa persona. Además, en cierta manera, pues, por paradójico que pueda parecer, cuando complacemos (por temor a herir, por ejemplo) lo que conseguimos es impedir que la otra persona despierte y se dé cuenta de lo que está pasando en la relación.

Si de verdad amamos, hemos de ser tan auténticos como podamos para que tanto la otra persona como nosotros podamos seguir madurando como tales. Por consiguiente, hemos de estar dispuestos a no ser entendidos o mal entendidos, si llega el caso, y a aguantar la pena que nos puede producir que la otra persona nos malinterprete y se presente como una víctima de nosotros. Es doloroso, se pasa mal, pero creo que es la única manera de no seguir en el engaño mutuo que a nada conduce.

Naturalmente, ese decir NO se ha de hacer siempre adecuadamente, o sea, teniendo en cuenta a la otra persona a la hora de pronunciarlo, puesto que es digna del máximo respeto por nuestra parte (aunque no nos entienda).

miércoles, 6 de octubre de 2010

NUESTRA ENERGÍA

Ayer me quedé con las ganas de continuar mi comentario, así es que lo hago hoy ya que estoy de vacaciones durante unos días.

Los pensamientos recurrentes que dan vueltas y más vueltas por nuestra mente malgastan parte de la energía de que disponemos. Por este motivo también, pues, pienso que vale la pena estar atentos a todo lo que se mueve dentro de ella (de hecho, lo que llamamos mente es el conjunto de los propios pensamientos en un momento determinado). Naturalmente, podemos y debemos ocupar adecuadamente nuestra mente y eso es lo que hacemos cuando reflexionamos sobre algo concreto o cuando estamos trabajando y examinamos las diversas posibilidades de conseguir los objetivos que nos hemos marcado. La mente que gasta inutilmente energía es solamente la ocupada por los pensamientos dispersos, recurrentes y voraces que tan a menudo tenemos. Es lo que se llama "el parloteo incesante de la mente". Y este parloteo incluye también las emociones correspondientes.

Así es que los pensamientos que tenemos no son neutros. Unos favorecen y posibilitan la gestión adecuada de nuestros asuntos en la vida corriente y otros solamente sirven para malgastar parte de nuestra energía, en el mejor de los casos, o incluso para embotar nuestra mente y bloquearnos emocionalmente.

Hay dos maneras básicas de "estar en el mundo". Lo sé porque lo he experimentado (como cualquier persona que haya estado mínimamente atenta a los movimientos de su mente). Cuando hace tiempo me encontré bloqueado emocionalmente, no había manera de salir del bloqueo. Aunque sabía que era un bloqueo, saberlo no era suficiente para salir de él. Esa es una manera de "estar en el mundo" de los humanos. Ocupados por el trajín sin freno de la propia mente. Y otra, muy diferente, es tener en cuenta que los pensamientos van y vienen más o menos arbitrariamente (y las emociones que los siguen) y verlos venir e irse sin dejarse arrastrar o aprisionar por ellos.

Ahora mismo recuerdo a dos profesores de mi primera infancia que me pegaron sendas palizas por unos hechos insignificantes (vistos por mí ahora que soy adulto). Emocionalmente, me hicieron mucho daño. Quizás condicionaron mi vida durante muchos años. Pues bien, esta mañana, rememorando aquellos sucesos, he visto con nuevos ojos la conducta de estas dos personas. Me he dado cuenta, por primera vez en mi vida, que ellos fueron presa absoluta de sus pensamientos y de sus emociones en aquellos momentos en que sucedió todo. No los disculpo, pero entiendo cómo pasó todo aquello. La rabia que sintieron los arrastró hasta pegarme las palizas correspondientes con manos, puños y pies incluso. Este es un buen ejemplo de lo que acabo de decir.

Mucha gente sabe ya que los seres vivios somos, fundamentalmente, energía. La misma energía básica que compone el Universo y el Cosmos. Pues bien, cuando no somos capaces de ver nuestros pensamientos recurrentes y nuestras emociones negativas que nos arrastran, lo que sucede es que nos apartamos, en realidad, del torrente de energía que somos y en consecuencia, a parte de que podemos enfermar a la larga, sólo seremos capaces de actuar negativamente contra los demás y contra nosotros mismos.

La segunda de las maneras de estar en el mundo a la que me he referido antes requiere una actitud de mínima observación de los movimientos de nuestra mente, pero también un cambio de actitud. Se trata de querer salir de esa maraña neurótica en que a veces se encuentra nuestra mente. De querer estar bien. De querer sentir bienestar; auténtico bienestar. Y, por último, requiere asímismo que pongamos los medios para conseguirlo, es decir, actuando en esa dirección, teniendo acciones positivas para liberarnos de las emociones negativas.

Estamos conectados a una fuente de energía positiva inagotable, que es la vida misma. De nosotros depende estar o no habitualmente conectados a ella. La condición indispensable es la atención a nuestros pensamientos y emociones. Si lo hacemos así, nuestra energía no disminuirá y podremos gestionar (como se dice ahora) adecuadamente nuestras vidas. Bueno, esa es mi experiencia y mi punto de vista.

martes, 5 de octubre de 2010

VIVIR NUESTRA PROPIA VIDA

Hoy voy a permitirme profundizar un poco más en mis reflexiones sobre el asunto que nos ocupa desde hace más de un año. No sé si el texto no resultará un poco árido o íncluso arduo para algunos lectores, pero he de probar a publicarlo para ver si puedo seguir en esta línea. Sería muy de agradecer que algún lector que tuviera alguna opinión sobre esta entrada, publicara un comentario al respecto o lo dirigiera a mi dirección de correo electrónico. Y lo más interesante sería que se abriera un debate sobre estas cuestiones. Sé que hay lectores del blog que practican meditación o hacen yoga, y otros que han participado en cursos sobre diversas formas de terapia; pues bien, sus contribuciones serían muy bien recibidas, así como las de quien, sin haber hecho nada de todo eso, tenga una opinión que quiera exponer.

Vamos con "Vivir nuestra propia vida":

Una de las cosas a las que he dedicado más tiempo a lo largo de mi vida es a intentar averiguar en qué consistía eso de mi propio vivir; o dicho de otro modo, a ver cual podía ser la esencia (lo más importante) de mi vida. Era algo que se me escapaba con suma facilidad. Además tenía que contar con el hecho de que me daba cuenta de los cambios que se iban operando en mí y en mis objetivos (principales y secundarios) con el transcurso de los años.

El núcleo de la cuestión está, para mí, en qué quiero decir cuando digo “mío” o “tuyo” y sobre todo “yo” o “tú”. Y no es una cuestión sin importancia, aunque pueda parecerlo a primera vista.

Recuerdo que escribí una vez un poema que se titulaba VER, en el que yo dialogaba con VER como si fuera alguien distinto de mí (o de mi capacidad para ver). Es decir, intentaba experimentar algo parecido a que “no era yo quien veía” lo que fuera, sino que quien veía era algo que yo llamaba VER, esto es la pura función de ver. Y fue una experiencia interesante porque, al final, pude intuir que eso de “ser yo” no está tan claro.

Cuando fui a mi segunda terapia, me encontraba en un punto de mi existencia en que tenía ciertos bloqueos emocionales que me impedían “sentir la alegría” de vivir. Al principio no era capaz de separarme yo mismo del bloqueo que sentía, o sea que me confundía con el propio bloqueo (estaba bloqueado). Poco a poco conseguí ver el bloqueo como algo separado de mí mismo, aunque, naturalmente, seguía afectándome. Y, finalmente, un día, el bloqueo desapareció y, por decirlo así, me quedé yo sólo, sin el bloqueo.

Mi punto de vista es que cuando venimos al mundo, lo hacemos con una identidad vacía, sin condicionamientos previos, vírgenes (aunque podamos haber heredado ciertas inclinaciones o tendencias por vía genética), sin “ser un yo” todavía, pero después tenemos que aprender a vivir como humanos y, por tanto, no podemos evitar que se incorporen toda clase de normas y aprendizajes que acabaran conformando el “yo que somos”, ese que responde a nuestro nombre propio. Quiero decir con esto que en mi caso, por ejemplo, Jesús no existía al nacer, sino que se ha (y lo he) ido construyendo con los años. El “yo”, por consiguiente, es una pura construcción mental y emocional que nos sirve para desenvolvernos en la vida y en la vida social sobre todo.

A este respecto, conviene tener en cuenta que mil veces que naciéramos, mil veces seríamos distintos aunque cada “yo” (cada vida nueva) se llamara, en mi caso, mil veces Jesús.

Es en la esfera de ese “yo” aprendido en donde se dan los conflictos emocionales y también los mentales, por eso cuando tenemos problemas emocionales de importancia (el malestar al que me he referido a menudo) lo que nos ocurre es que nos identificamos con lo que nos pasa y no hay manera de deshacernos de ello a no ser que hagamos un trabajo terapéutico. Por ejemplo, si yo me siento ofendido por un comentario que me ha hecho otra persona, puedo llegar a sentir que “todo yo soy” enfado, rabia o “ser que se siente molesto”, sin resquicios, absolutamente. Y eso es el bloqueo emocional. Sin embargo, yendo al fondo del asunto, podríamos ver que esa persona me ha ofendido porque “yo era ofendible por él” (valga la expresión), o sea porque hay una parte mía en el asunto, porque yo le he cedido el poder de ofenderme aunque no me haya dado cuenta de ello (por eso se suele decir aquello de: no ofende quien quiere sino quien puede).

Pero es que resulta que esa actitud de ofenderse o de sentirse ofendido no es más que una actitud o conducta aprendidas a lo largo de nuestra vida, como tantas otras. ¿Quién no ha oído decir o ha dicho alguna vez algo así como: Es que hay cosas que no se pueden tolerar. En este caso, lo que hemos aprendido, pues, es a tener determinadas reacciones ante determinadas conductas de los demás. Y está claro que el conjunto de las actitudes reactivas conforman en gran manera lo que llamamos "yo" cada uno de nosotros por su cuenta.

Si somos capaces, poco a poco, de ir detectando cuáles son las normas y los condicionamientos que, durante nuestro aprendizaje como humanos, han ido configurando el “yo” reactivo que responde con nuestro propio nombre, podremos ir decidiendo por nosotros mismos cómo queremos vivir y con qué normas queremos hacerlo. Se trata, en realidad, de no quedar atrapados por un “yo aprendido”, sino de ser lo que uno quiere ser y vivirlo sabiendo que no es una entidad estable, sino que va cambiando a lo largo de la vida. A última hora, de esta manera, no haremos nada distinto de lo que ocurre en la naturaleza, en donde todo cambia constantemente.

Un maestro Zen dijo en una ocasión que nosotros somos (nuestras respectivas identidades como “yo”) como un remolino que se forma en un río, porque siempre conserva la misma forma o aspecto, pero el agua que lo forma nunca es la misma.

Sabiendo esto, creo que lo más acertado sería que cada uno de nosotros viviera su respectiva vida como un descubrimiento permanente, sin apegos que nos bloqueen, como un viajar ligero, teniendo en cuenta que la esencia del vivir humano está justamente en entregarnos a nuestra propia existencia individual con la máxima inspiración en cada momento, sacándole todo el jugo a la experiencia del presente. Y no hay que preocuparse por “ser buenos y generosos” (más de uno habrá pensado seguramente que mi escrito de hoy está lleno de egocentrismo) porque, a mi entender, cuanto más auténtico es uno mismo y cuanto más se ha podido liberar de los condicionamientos del “yo” que somos socialmente (y, por tanto, de los bloqueos emocionales que nos llevan al malestar individual, familiar y social), más fácilmente habrá de brotar y habrá de surgir en nosotros la bondad natural existente en el fondo del corazón humano, los pensamientos, los sentimientos y las acciones que configuran la FELICIDAD humana en definitiva.

viernes, 24 de septiembre de 2010

NUESTROS PENSAMIENTOS AQUÍ Y AHORA

En este blog hemos comentado a menudo que lo que pensamos nos acaba llevando necesariamente a situaciones del mismo signo (positivo o negativo) que el de los propios pensamientos. De ahí la importancia de ser conscientes de los pensamientos que tenemos y de cambiar nuestros pensamientos negativos en positivos. Por eso hay frases que yo acostumbro a no decir y que, cuando las oigo decir a otros, les aconsejo que no las digan, como por ejemplo “soy un desastre”. Porque nadie es un desastre. Somos todo lo contrario, seres conscientes, llenos de cualidades, capaces de fijarse objetivos y conseguirlos, y principalmente de ser felices, teniendo paz en nuestros corazones.

Hoy voy a transcribir una entrevista que le hicieron a Eckhart Tolle en “La contra” de “La Vanguardia”, autor del famoso libro “El poder del ahora” entre otros. En la entrevista, él nos sugiere una nueva manera de relacionarnos con nuestros pensamientos desde “nuestra presencia”, es decir, desde el “darnos cuenta” del que hablábamos el otro día. Puede que a algunos de los lectores del blog les cueste un poco entrar en el mundo de los razonamientos de Tolle (o no) pero a mí me ayudan a tener más claro qué es lo que quiero para mi vida y, por tanto, haré más comentarios en torno a sus propuestas, ejemplos y experiencias.

¡Seguiremos avanzando!

LA ENTREVISTA

“Vivimos atrapados entre el pasado y el futuro”

La mente humana tiene un elemento muy grande de disfunción, casi de locura, basta ver la historia del siglo XX. Pero creo que estamos ante un cambio de conciencia.

¿Por qué?
Recibo a diario cientos de cartas y correos de gente de todo el mundo que está experimentando esa transformación. Cuando se alcance un número crítico, veremos un cambio global.

¿Y en qué consiste ese cambio individual que será global?
En tomar conciencia de que dentro de la mente hay una voz que constantemente habla: es el diálogo interior.
Ruido…
Dicen los psicólogos que el 98% de los pensamientos cotidianos son repeticiones de pensamientos antiguos. La mayoría de la gente se ha identificado con esa voz, cree que ella es la voz.

¿Y qué somos?
El sentido de lo que soy, del yo, deriva de los pensamientos, de esa voz que me cuenta mi historia personal y las cosas con las que me identifico. Pero más allá de este yo superficial hay un yo más profundo con el que hemos perdido el contacto.

¿No somos un conjunto de vivencias y sentimientos?
Nos identificamos con el pasado y nos proyectamos en el futuro. Nuestra mente busca la realización en el momento próximo: dentro de una hora, un mes o cinco años. Vivimos tratando de llegar al momento siguiente, y eso se ha convertido en un patrón mental que nos hace vivir en un estado perpetuo de insatisfacción, porque no realizamos lo más importante que hay en la vida, que es el momento presente.

¿Cómo cambiar ese patrón mental?
El primer paso es tomar conciencia de que hay una voz en mi mente que es en realidad un antiguo pensamiento que se repite. El segundo paso es hacerse más consciente de nuestra relación con el momento presente; es decir, preguntarse muchas veces al día cuál es mi relación con el momento presente: ¿trato ese momento como si fuera mi amigo o mi enemigo?
Entiendo.
O estamos en una situación de oposición al momento presente (no me gusta donde estoy, esto no debería pasar, no me gusta lo que haces…), o simplemente lo utilizamos para llegar al momento próximo en el que me gustaría estar. Así la vida se pierde.

¿Qué hacemos?
Siendo consciente, tengo el poder de elegir transformar el presente en un amigo. La vida y el momento presente son lo mismo, no aceptarlo es estar contra la vida.
Pero hay trabajos que terminar, proyectos…
No estoy hablando de tiempo de reloj sino de tiempo psicológico. La mente es una herramienta útil: tengo ese proyecto y le dedico un tiempo de reloj con presencia. La disfunción es proyectarse mentalmente en el futuro, pensar que quieres acabar mientras estás en ello, eso es el estrés. Le daré algunos consejos: empiece por sentir la vida dentro de su cuerpo.

¿Cómo?
Cierre los ojos y pregúntese cómo puede saber si su mano todavía está ahí; entonces la atención va de la cabeza –donde normalmente reside– a la mano: sentirá una cierta vitalidad en ella. Esa energía, ese calor, puede sentirlo en el resto del cuerpo. Sentir el cuerpo puede ser un ancla para el momento presente. Basta un minuto, pero hay que hacerlo varias veces al día.

¿Sentir la vida más allá de los pensamientos?
Exacto, cada vez que lo haces estás presente. Otro consejo es tomar consciencia de las percepciones sensoriales. Si quieres entrar en el momento presente, ancle parte de la percepción en el cuerpo y el resto en percibir lo que le rodea. La compulsión de nombrar lo que vemos y enjuiciar desaparece…
En el hacer nos perdemos.
Porque el ruido mental nos controla. Otra práctica es hacer las cosas cotidianas con consciencia, cosas que hasta ahora eran un medio para llegar a un fin. Sienta el agua fría cuando se lava las manos.
No pensar, percibir.
Así es, introducir poco a poco presencia en la vida, darle calidad. El momento presente no es lo que sucede sino tu consciencia. Debemos introducir esa dimensión en nuestra vida y durante un tiempo la vieja consciencia vendrá y nos perderemos en ella, pero volveremos a despertarnos.

¿Y las emociones?
Son una reacción del cuerpo a los pensamientos. Si la mente me dice que una situación es mala o desagradable, el cuerpo lo acepta como realidad y tengo emociones negativas. Transformamos casi toda nuestra vida en algo problemático.
El sufrimiento se acumula…
Los pensamientos crean emociones, emociones que a su vez refuerzan viejos dolores emocionales. Pero si estás presente, el cuerpo dolor, como yo lo llamo, no puede utilizar tus pensamientos. Sabes que sientes frustración o rabia, pero no te identificas con ello.

¿Cómo romper la distancia con los otros?
Por medio de los pensamientos yo me interpreto a mí mismo, me nombro mi vida como buena o mala, defino mi existencias por medio de palabras. Yo me lo hago a mí mismo y lo hago con las otras personas, ésa es la separación que cada persona siente: la pantalla mental que surge cuando lo único que sientes son tus pensamientos.

http://www.elblogalternativo.com/2009/07/20/el-poder-del-ahora-la-felicidad-en-el-presente-segun-eckhart-tolle/#ixzz10WFIeI00

miércoles, 22 de septiembre de 2010

UN AÑO JUNTOS

Hola amigos (seres humanos):

En este mes de septiembre se cumple año desde que empecé a escribir en este blog. Llevamos, por tanto, vosotros y yo, un año juntos.

Ha sido un año feliz para mí. Habéis sido varios los que os habéis dado de alta como "seguidores" del blog, y muchos más los que habéis hecho algún comentario o me habéis escrito privadamente. Entre todos hemos construído un diálogo semanal que a mi me parece que nos ha ayudado. A veces tengo la sensación de que me repito. No repaso nunca lo que he escrito en las entradas anteriores a la hora de hacer una nueva entrada, así es que puede ser que me repita. Si lo hago seguro que es porque yo ando dándole vueltas al mismo tema de que se trate. Creo que ya dije al principio que lo que yo cuento tiene que ver, antes que nada, con lo que a mí me pasa. Y, claro, hay cosas que uno no las resuleve ni en un año ni en los que sean.

Seguiré escribiendo y reflexionando porqué sé que hay más gente que participa en el blog (no sólo yo, aunque he de confesar que a veces he dicho aquello de: ¿hay alguien ahí?). Lo sé porque me lo han dicho personalmente y por vuestros comentarios y mensajes de correo. Bueno, estaría mejor si os animaséis más a escribir algo, pero no me quejo, está bien como está.

Hoy os transcribo una referencia de un blog que toca temas como los que tratamos nosotros. Como lo hago en bloque, hay que matizar que yo no sé si pienso como ella en algunos o en muchos de los temas, pero he pensado que quizás pueda ayudaros.

Copio, literalmente, el párrafo que ella exige que se publique para que podamos transcribir textos suyos en el blog.

Sandra Iozzelli se especializa en ayudar a otros a reducir las emociones negativas, el estrés, el miedo y las creencias limitadoras en sus vidas. Si quieres conocer los simples pasos que puedes aplicar para conseguirlo, solicita el Reporte Gratuito “4 preguntas que pueden liberarte del estrés" en la web www.liberatuestres.com

sábado, 18 de septiembre de 2010

DARSE CUENTA

Hoy en día, son muchas las propuestas que nos llegan -a través de los medios de comunicación sobre todo- para hacer frente a la crisis económica, pero también a las crisis personales. Se nos proponen terapias, lecturas, prácticas diversas, lugares de encuentro, escuelas psicológicas, seminarios, sanaciones, rituales, tratamientos corporales, etc. Todo ello puede llegar a convertirse en una auténtica jungla de posibilidades que, finalmente, resulten inabordables. Yo mismo me he movido durante años entre diversas opciones de éstas y, francamente, creo poder entender bastante bien a quien, frente a tanta oferta (inflada ahora por causa de la crisis económica y social que nos ha alcanzado) no sabe, o tienes dudas de, por donde tirar.

A mi entender, lo primero de todo es DARSE CUENTA, o sea poder detectar si uno no está bien o, por decirlo de un modo más corriente hoy en día, si uno tiene, o se encuentra dentro de, una crisis personal. Lo digo porque no es lo mismo afrontar las otras crisis (familiares, económicas, laborales, etc.) desde una posición de relativa estabilidad emocional que desde otra en la que uno esté sumido en el desconcierto en relación consigo mismo.

Hay muchas personas que todavía no son capaces de hacerlo. Viven mal –emocionalmente- pero piensan que todo es debido a factores externos. La mayoría de ellas se conforma con ir tirando y quejándose permanente de lo mal que está todo. Por eso, cuando a este tipo de personas les llega un momento duro en su vida, suele pasar, en general, que no pueden asumirlo con madurez suficiente. Unas se hunden, otras se desesperan, y otras acumulan dentro de sí mucha rabia y rencor contra el mundo y, en algunos casos, enferman. Sin embargo, también las hay que, en medio de los momentos duros, descubren que tenían que haber cambiado de vida o de actitud ante la vida desde hacía bastante tiempo. Éstas son las personas que se DAN CUENTA de la existencia de su yo emocional, la de su mundo emocional, e inician un diálogo consigo mismas que en muchos casos les permitirá poder hacer el cambio que necesitan.

Ante tantas ofertas para “solucionar” las crisis (en plural) a mi me parece –como decía antes- que antes que nada hemos de ver si tenemos una crisis personal, en el sentido de DARNOS CUENTA de que la manera cómo hemos vivido hasta hoy mismo ya no nos sirve, de que algo ha cambiado dentro de nosotros que nos lo permite ver de esta manera. Por mucho que practiquemos o hagamos yoga, meditación, tai chi, terapias alternativas, gimnasia, meditación transcendental, etc., si cada uno de nosotros no entra en contacto íntimo consigo mismo, no lograremos afrontar las crisis con garantías de éxito.

Por otra parte, nos puede ocurrir que tengamos mucha y muy buena información sobre las cosas que nos pueden estar pasando internamente (que las entendamos intelectualmente) y que, sin embargo, no seamos capaces de pasar del entendimiento (mental) de esos fenómenos a la conexión personal (emocional) con lo que nos pasa. La acumulación de conocimientos, llamémosles intelectuales, no conduce necesariamente a la vivencia emocional. Por eso ocurre (a mí me ha ocurrido en más de una ocasión) que llega un momento en que nos sentimos saturados de tener tanta información. Hoy nos bombardean a diario con mil “soluciones” teóricas, pero yo sostengo que lo principal de todo es encontrar la manera de conectar íntimamente con uno mismo, como ya he dicho antes. Cualquier método es bueno, en principio, para lograrlo. Cada persona ha de encontrar el suyo. A una le puede ir bien la meditación, a otra el silencio y la relajación, a otra la lectura, a otra la reflexión, etc. Cada una ha de buscar su camino.

En mi caso, las terapias emocionales sucedieron a las lecturas y a la práctica de la meditación. No puedo afirmar en qué grado han influido cada una para hallarme como y donde me hallo, pero lo cierto es que fue en el ámbito de las primeras dónde me descubrí a mí mismo emocionalmente, o sea, donde ME DI CUENTA de que algo me pasaba emocionalmente que no me permitía estar bien. Por eso, desde entonces, sigo trabajando en este campo, ya que es lo que me ha permitido ir avanzando hacia sentirme más libre, más auténtico, más yo mismo, y liberarme de muchas ataduras de pensamiento y de conducta adquiridas a lo largo de mi niñez, de mi juventud y de mi primera etapa de madurez.

Propongo, por tanto, que quien quiera llegar a estar mejor emocionalmente, se encuentre primeramente a sí mismo interiormente e inicie un diálogo íntimo consigo mismo que le permita descubrir (DARSE CUENTA DE) dónde están los puntos de malestar en su vida. Sin eso, dudo mucho que se pueda avanzar hacia el bienestar personal. Hay que pasar de lo mental a lo emocional. Está bien tener información sobre los “remedios” pero hay que trascenderlos, superarlos, e ir a otra fase: la de la vivencia de las emociones, la de las propias dificultades que nos impiden estar bien. Ya sé que hay mucha gente que dice “yo ya sé cuáles son mis problemas”. Y puede ser cierto, lo saben pero sólo con la cabeza, mentalmente, porque no se han decidido a conectar realmente con esos problemas y eso les impedirá absolutamente avanzar hacia su solución. ¿Lo hacen por miedo? Puede que sí, pero si no se deciden a abordarlos emocionalmente no creo que los puedan solucionar. Y ya sé que hay otros que niegan que tengan problemas (aunque los que le rodean los vean con toda claridad) pero éstos, como ya he avanzado, tienen que DARSE CUENTA antes que nada, justamente, de que los tienen.

Cada persona tiene una manera y un ritmo propios para afrontar estos asuntos. Esto es, cada persona tiene su forma de hacer el camino. Pero la inteligencia humana progresa a través de alcanzar nuevos estadios de conocimiento y autoconocimiento, y eso es una condición ineludible por igual para a toda clase de caminos y de ritmos.

jueves, 9 de septiembre de 2010

POCO A POCO

Cada uno de nosotros –como he dicho en alguna otra ocasión- es único e irrepetible. Por eso, cada uno sigue su propio camino, único e irrepetible también. Por eso, y en mi opinión, cada uno tiene una manera y un ritmo propios para salir del (de su) malestar.

He conocido muchas formas de presentarse el malestar en las personas. Las hay que necesitan llegar a colapsarse o bloquearse emocionalmente para poder empezar a reaccionar. Otras no se dan cuenta de su situación hasta que no se hallan sumidas en una profunda tristeza y desazón. Y otras, cuando pierden totalmente el control y sufren un ataque de nervios, eso las obliga a hacer borrón y cuenta nueva y a empezar de cero. La mayoría de las personas que he conocido, sin embargo, no han llegado a esos puntos de saturación y van pasando como pueden por encima de las dificultades diarias. Pero en casi todos los casos suele haber en ellas un descontento básico sobre lo que están haciendo con sus vidas.

Digo todo esto para poder referirme al “Poco a poco” con el que encabezo esta entrada de hoy. Y es que, para salir de las situaciones que he descrito o similares, la primera regla de oro para mí es ésa: ir poco a poco (como suele decir a menudo una amiga mía). A veces necesitamos más de media vida para darnos cuenta de que no estamos llevando la vida que realmente necesitamos, así es que no creo que suceda nada si nos tomamos algo de tiempo para analizar qué nos pasa y para examinar las alternativas que se nos presentan. Cada persona tiene su ritmo. Unos vamos como tortugas y otros van como caballos –como decíamos el otro día- y cada uno tiene que ir a su ritmo, sin impacientarse, porque lo que nos jugamos es poder llegar a un punto de nuestra forma de estar en el mundo en el cual nos encontremos cómodos y suficientemente serenos, a pesar de los embates de la vida. Tan cómodos como para poder empezar a cambiar las cosas que no nos van bien (por dentro pero también por fuera).

A veces, cuando se empieza a salir de la situación de bloqueo, depresión o ataque de nervios, uno quisiera recuperar rápidamente “el tiempo perdido”, pero no es así como es aconsejable actuar, porque se corre el peligro de llegar a sufrir el llamado “efecto rebote”. Uno ha de ir consolidando gradualmente lo que vaya consiguiendo. La claridad tiene una cualidad y es que se filtra como la luz del sol por cualquier rendija, en nuestro caso por cualquier rendija que aparezca entre las rigideces de nuestro estado emocional habitual y de nuestro carácter. Es como un goteo. No se sabe cómo se produce, pero es un hecho que todos los que lo hemos experimentado hemos comprobado que se produce. Cada día un poco más. Cada día un poco mejor. Sin prisas.

En la generalidad de los casos, es decir, cuando no se produce el bloqueo o colapso, la tristeza en grado sumo o el descontrol nervioso, lo más difícil es darse cuenta de que a uno le está pasando algo. Normalmente solemos responder “a mí no me pasa nada” cuando nos preguntan si nos pasa algo. Es una forma muy corriente de no querer saber qué nos sucede. Una forma de tapar lo que nos ocurre. Y además, una forma muy mecánica de hacerlo: la que hemos aprendido en familia y en sociedad. Una forma reactiva de responder, sin nada de reflexión por el medio. Y, sin embargo, yo soy de los que piensan que a todo el mundo le pasa algo. Y que sería bueno que se pudiera conectar con lo que nos pasa, para, así, poderlo reconocer y evitar que se enquiste en las capas profundas del subconsciente y que pueda derivar hacia la aparición de un brote abrupto del malestar interno que quizás llegue a causar el caos en nuestras relaciones con los demás.

A lo que creo que debemos aspirar –según mi punto de vista- es a tener una paz básica en nuestro corazón o –dicho de otro modo- a tener un corazón básicamente en paz, porque sólo así, a mi modo de ver, podremos vivir la vida desplegándonos del todo, abriéndonos al mundo sin reservas y siendo receptivos hacia lo que nos venga. Cualquier cosa que nos haya de llegar, sería bueno que nos encontrara abiertos y receptivos; no resignados y pasivos, sino receptivos – que no es lo mismo- y, si pudiera ser, llenos de curiosidad hacia lo que se está produciendo. Cuanto más abiertos estemos, tantas más oportunidades tendremos de estar en paz y en armonía con el mundo que nos rodea y con nosotros mismos.

Suele oponerse a esta postura que, si estamos muy abiertos, pueden presentarse los peligros que nos cogerían desprevenidos. Esta es la posición del miedo, que es la más extendida en nuestro entorno cultural. Yo no estoy diciendo que nos hayamos de desproteger ante los peligros reales y objetivos, sino que frente a las cosas de la vida ordinaria no es adecuado ni proporcionado que estemos a la defensiva como si se tratara de fieras salvajes que nos vienen a atacar.

Por eso termino insistiendo en que para estar bien es fundamental huir del estrés, y conseguir una situación emocional de calma básica. Claro está que esa calma básica hay que conseguirla poco a poco; cada uno a su ritmo y cada uno a su manera.

viernes, 3 de septiembre de 2010

DEPRISA, DEPRISA

En mi entrada anterior, me referí a la meditación, tal como la concebía la artista Miriam Subirana. Hoy también me referiré a ella (a la meditación) en la visión de un practicante de Yoga muy veterano. Pero si he titulado esta entrada “Deprisa, deprisa”, es porque tanto el Yoga como la meditación son, para mí, dos formas, entre otras, de hacer frente al estrés, que constituye a su vez una de las fuentes principales de malestar e incluso de algunas enfermedades de nuestros días.

Bajo mi punto de vista, cuando llenamos de compromisos, ocupaciones y actividades nuestras vidas, lo hacemos en muchos casos para no tener tiempo para pensar o para no pensar en nada que no sea nuestra agenda de compromisos. Es decir que muchas personas, hoy en día, practican el “deprisa, deprisa” para huir de algunas dificultades que tienen en su vida personal y familiar y que no saben cómo resolver. Pero eso no tiene nada que ver con que a unas personas les guste ir más rápidas y a otras más lentas. Estoy totalmente de acuerdo con lo que dice Jordi Colomer: Si eres caballo, no seas tortuga. Y si eres tortuga, no seas caballo.

Por mucho que pretendamos huir, la realidad se impone, nuestras dificultades están ahí y no las podremos evitar permanentemente. Si, por ejemplo, hay alguna persona cuya forma de dirigirse a nosotros es agresiva y eso nos da pavor o nos crea mucha incomodidad, en algún momento vamos a tener que asumir, simplemente para generarnos a nosotros mismos nuestro propio bienestar, que hay que hacer frente a la situación, o sea, como se dice coloquialmente, que vamos a “tener que coger al toro por los cuernos”. Y eso, además, vamos a tener que hacerlo adecuadamente, esto es, sin entrar en el juego de acusaciones y persecuciones mutuas con esa persona.

Jordi Colomer habla de: aprender a crear una distancia entre yo, que soy el observador, y lo que ocurre. Yo lo interpreto –en su contexto- como no dejarse atrapar per las situaciones emocionales estresantes. Se trata –eso sí- de afrontarlas, pero no de entregarse a las emociones negativas (una bronca, por ejemplo) como lo haríamos a una emoción positiva como las que, por ejemplo, se generan en la entrega sexual de pareja. Esa es también la clave para mí. No hay que huir frente a los conflictos, pero tampoco hay que entregarse y rendirse a ellos.

Un último apunte. A mi entender, las personas que generan los conflictos a menudo son personas con problemas emocionales y eso hay que tenerlo en cuenta. Ahora bien, tenerlo en cuenta no quiere decir que tengamos que salvarlas, protegerlas o cubrirlas. Sencillamente, porque son adultas y son ellas las responsables de cambiar sus actitudes. Por otra parte, si les damos cobijo activo y entramos en el juego psicológico que nos plantean (víctima/salvador) vamos ayudarlas, sin querer, a que no cambien. Y, en última instancia, sus enfados, sus quejas, sus críticas, su agresividad, pueden llegar a contaminarnos y acabaremos practicando lo mismo que ella y sintiéndonos tan mal como se siente esa persona.

A continuación transcribo la entrevista a Jordi Colomer aparecida en la revista Natural Link

Jordi Colomer es profesor de Yoga y sostiene que las principales causas de estrés en Occidente son querer ser lo que no somos y hacer demasiadas cosas en una hora.

Lo hice por prescripción médica. Y al cabo de seis meses ya no tomaba pastillas, dormía bien, no fumaba y mi carácter había cambiado.

¿Cuál fue el detonante?
Un día estaba cursando una demanda y cogí la máquina de escribir y la tiré contra la pared.

¿Y?
Llegué a la conclusión de que mi vida no funcionaba. Dejé la abogacía y monté un centro de yoga.

¿Se puede estar tranquilo, aunque se sea una persona nerviosa?
Si eres caballo, no seas tortuga. Y si eres tortuga, no seas caballo.

El 90% de la gente es caballo y quiere ser tortuga, y viceversa. Tenemos que aprender cuál es nuestro ritmo. A una persona dinámica no le podemos pedir que vaya despacio, porque eso le creará un estrés enorme. Y al contrario. Y hay otro principio para no tener estrés.

¿Cuál?
No metas en una hora lo que no cabe. En cambio, la calle está llena de gente que hace lo contrario. Cada mañana me fijo en la gente de Barcelona. Veo a la gente en los bares, de pie, esperando para meterse el café rápidamente y salir pitando. En cambio, los electricistas y los albañiles, se sientan en la mesa y se toman su tiempo. Sacan su bocata y hablan tranquilamente. Pero los ejecutivos con hipoteca y coche de lujo no lo hacen. Están creando estrés. Y ¿qué pasará cuando lleguen a la oficina? ¿O cuando lleguen por la noche a su casa? Así no se puede vivir. Admiro a los que se sientan en el bar con su bocata.

¿Hace 35 años, como profesor de yoga, lo miraban raro?
Sí. Me preguntaban si hacía judo.

Ahora está de moda.
Ahora el yoga está distorsionado. El yoga tiene unas bases muy bien fijadas, y lo que se entiende ahora por yoga son una serie de ejercicios di- námicos. La postura de yoga surte efecto si se puede mantener un mí- nimo de tres minutos con comodidad. Y la comodidad se obtiene a través de la práctica. Cuando el yoga se aparta de la inmovilidad, desaparece, y entonces estamos ante una sesión de estiramientos. Además, Occidente ha investigado quizá más el yoga que el propio Oriente, pero lo ha convertido en una terapia, cuando no lo es.

¿Qué es?
Una serie de prácticas que llevan a la evolución del ser, y también previenen enfermedades, pero no las curan. Permiten vivir mejor.

¿Qué es vivir mejor?
No acumular tensiones. Aprender a crear una distancia entre yo, que soy el observador, y lo que ocurre.

Llamémosle meditación.
Una técnica muy importante es la meditación Vipasana, que enseña a mantener el equilibrio entre el observador y lo que está ocurriendo. Si logras este equilibrio, no acumulas tensiones. Si me digo: "Ahora estoy en este estado o en este problema y voy a entregarme totalmente", entonces acumularé tensiones. Después hay métodos para eliminarlas pero, de momento, se acumulan.

¿Se considera un sabio?
En absoluto. Cada día aprendo a crear distancia con lo que ocurre. Y lo que sé es darme cuenta de que he fallado, pero sin tener sentido de culpabilidad, porque no sirve de nada. Si he fallado, quiere decir que he acumulado estrés y que tengo que eliminarlo.

Pero ¿esta distancia no nos hace vivir la vida menos intensamente?
No. Si quieres compenetrarte con una situación y sufrir, allá tú; eres libre. Pero si aquello no te hace sufrir, como una relación sexual, pues entrégate, vívela intensamente.

¿Cómo reacciona si le insultan?
Si me llaman narizotas, pues acepto lo que me dicen. Es su visión. Otra persona dirá otra cosa distinta y también será su visión. No vale la pena preocuparse por las opiniones de los demás, porque no van a cambiar. Lo decía Buda: la discusión no sirve de nada, porque cada uno se mantiene en sus principios.

Nuestra sociedad lo quiere todo muy deprisa. ¿Se puede aprender yoga deprisa?
Si te propones cambiar, vas a crear tensión. Primero hay que aceptar que estás mal y practicar; no cambiar, sino practicar. Con una práctica diaria en casa, en seis meses la persona tiene un cambio muy fuerte. Pero quisiera aclarar que las asanas y el pranayama te cambian físicamente. Si quieres cambiar mentalmente, tienes que meditar.

¿Qué tipo de meditación?
El cambio más potente es a través de la meditación Vipasana y el yoga Nidra. Las más válidas para vivir en Occidente.

Domingo, 06 Junio 2010
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