domingo, 28 de noviembre de 2010

PARA SENTIR QUE AMAMOS Y QUE NOS AMAN

Hace algún tiempo me referí a las que los psicólogos denominan las cuatro emociones fundamentales o básicas en las que se comprenden todas las demás. Se trata de la alegría, la tristeza, la rabia y el miedo. Todos los humanos, mejor o peor, las sentimos en muchos momentos de nuestra vida. Por consiguiente, las hemos de ver como componentes estructurales de nuestro ser individual. Ahora bien, suele ocurrir que alguna de ellas se convierte en la que más fácilmente sentimos, sin darnos cuenta de ello. Esa emoción preponderante requiere una atención especial por nuestra parte, puesto que puede impedir o dificultar en mayor o menor medida que sintamos las demás.

Hoy me ocupo de la rabia porque es la emoción que más a menudo he sentido yo a lo largo de mi vida. En cierta manera, se podría decir que soy un “experto” en eso. Y, sin embargo, hasta que no fui a terapia, no lo supe a ciencia cierta, ni tampoco reconocí la larga sombra que va detrás de ella, sombra de sinsabores y de disgustos que todos conocemos en alguna medida.

La rabia (la ira, el enfado, o como la queramos denominar), como las otras tres emociones, es necesaria para la vida de los humanos. Gracias a ella (a la energía que nos proporciona), podemos hacer frente a las agresiones que nos vienen del exterior. Si no fuera por ella, sucumbiríamos emocionalmente en edad muy temprana. El niño pequeño ya da muestras de enfado cuando algo no le conviene, y avisa a los adultos, de esta manera, para que lo tengan en cuenta aunque no sea capaz todavía de reflexionar sobre nada. y eso es así porque la rabia, como las demás emociones básicas, es instintiva.

A pesar de eso (o contando con ello), hay que tener en cuenta que todas las emociones pueden ser adecuadas o no a la situación concreta en que la sentimos. Yo no había reflexionado nunca sobre este particular, pero me di cuenta en terapia de que es así. En mi caso, me apercibí que yo me enfadaba con mucha facilidad, tanto que incluso la sentía en momentos o situaciones en que no venía al caso. También descubrí que la no adecuación de mi sentimiento de rabia podía darse en términos de duración (un enfado demasiado prolongado para la importancia real del hecho que la había provocado) o incluso en términos de intensidad (totalmente desproporcionado para la situación).

Pues bien, el problema de la rabia es que se va acumulando a lo largo de la vida, sin que nosotros sepamos lo que está pasando. Y esa rabia acumulada desde antiguo condiciona nuestra existencia sin que seamos conscientes de ello. Y lo peor es que comporta a la larga un malhumor y un malestar que a veces convierte a las personas en verdaderas cascarrabias, llenas tristeza y de pesimismo. Nadie nos ha enseñado a sacar (a quitarnos de encima) algo de la rabia que acumulamos en nuestro interior. Hemos visto (y hemos imitado) la forma como se hace habitualmente, que no es otra que con discusiones, con broncas, con enfrentamientos; y eso es lo que hemos practicado a partir de ese aprendizaje. El resultado de esas confrontaciones, inevitablemente, ha sido más enfado y más malestar.

¿Quién no ha notado que después de una discusión se ha quedado malhumorado o triste a pesar de estar seguro de que tenía la razón? La rabia es así. No entiende de razones. Simplemente, aparece y tarda en irse (a veces no se va y se acumula internamente). Por ese motivo, después de un enfrentamiento, tanto el que se cree ganador de la pelea como quien se cree perdedor, tanto el uno como el otro suelen notar malhumor y tristeza. Es decir, se quedan impregnados de rabia, ira, enfado y violencia emocional.

La única manera de quitarse parte de la rabia que se ha enquistado en nuestro corazón es no expresarla en plena discusión o enfrentamiento. La razón es bien simple: si entramos en el juego de “tu me has enfadado-yo te replico-tu te enfadas más y me replicas-y yo me enfado todavía más y te vuelvo a replicar”, lo único que conseguiremos es generarnos a nosotros mismos mucha más rabia que al principio, cada vez más. Así es que la rabia se ha de expresar fuera de ese marco. Cuando la persona que nos la ha provocado no se halle presente. Es un procedimiento que funciona. Lo he practicado centenares de veces y funciona. En otra ocasión trataré de él con más detalle.

Pero hoy quiero referirme muy especialmente a que cuando hay rabia, no es posible el amor. Y lo digo en dos sentidos. Primeramente, porque cuando la rabia es desproporcionada, en ese mismo momento en que la expresamos no cabe a la vez el amor. Y en segundo lugar, porque mientras nuestro corazón siga albergando cantidades ingentes de rabia, estará aprisionado y no podrá sentir amor, es decir, nosotros no podremos amar ni podremos sentir que nos aman. La rabia acumulada nos incapacita o nos invalida (totalmente o parcialmente, según los casos) para sentir que amamos o que nos aman. Es así. Está probado empíricamente. Mejor dicho, yo lo he experimentado así. Y por la misma razón, pero al revés, cuando logramos desprendernos de fuertes cantidades de rabia acumulada, el corazón se relaja y es entonces cuando, poco a poco, podemos volver a sentir amor.

En mi opinión, sale a cuenta estar pendientes de este asunto (estando muy presentes dentro de nosotros mismos, en lugar de estar dispersos y distraídos) porque de ello depende que ganemos cotas de felicidad y bienestar al sentir que amamos y que nos sentimos amados.

domingo, 21 de noviembre de 2010

EL CUERPO-DOLOR

Como miembros de la especie humana, algo hemos heredado que nos invita comúnmente a conectar con el malestar. Es algo que, a mi entender, no podemos negar. Pasan los siglos y los milenios, y los humanos seguimos siendo muchas veces envidiosos, violentos, soberbios, intransigentes, insolidarios, obsesivos y locos. Básicamente, no hay diferencia entre lo que sentían los humanos de las tragedias griegas, por ejemplo, y lo que sentimos ahora. Así es que, sea como sea que hayamos venido a ser seres con ese tipo de dificultad, lo cierto es que es así. Sin embargo, yo tengo también la convicción de que no somos seres condenados a sufrir y a crear sufrimiento eternamente. Y eso es muy importante que lo tengamos presente.

Un conocido mío recibió un día una llamada telefónica de su pareja. Yo estaba delante mientras conversaban y oí cómo él, después de escucharla unos instantes, le contestó: gracias, gracias; hasta luego. Cuando colgó, me hizo el siguiente comentario: Era mi mujer. Me ha llamado para preguntarme si había leído el periódico, porque salía la noticia de que le han dado un premio a un amigo mío que ella conoce. Yo guardé silencio y él añadió algo así como: Las mujeres son muy complicadas; en este caso, mi mujer me comenta eso pero hay que tener en cuenta que yo tuve una pareja anterior que estaba emparentada con ese amigo, y por eso sus relaciones con ellos no las lleva muy bien que digamos. Y yo volví a guardar silencio mientras él se extendía en consideraciones sobre lo presuntamente complicadas que son las mujeres según él.

Cuando se calló, le dije: pues yo, que he asistido a la escena desde fuera, neutralmente, sin saber nada de todo eso, lo que he sentido es: qué bonito, qué detalle más amoroso, su mujer le ha llamado para darle una buena noticia por si él no estaba al corriente. Mi acompañante me miró entonces, guardó silencio unos segundos y luego añadió: puede que tengas razón.

Recomiendo la lectura de un libro precioso que se titula: Un nuevo mundo, AHORA. Leyéndolo, se descubre que la noción del cuerpo-dolor, viene muy al caso puesto que aquel día enseguida me di cuenta de que mi acompañante no había detectado el suyo y que por eso podía ser que tendiera a interpretar negativamente conductas de los demás que, muy probablemente, eran en realidad acciones positivas. El cuerpo-dolor (al que otros llaman la sombra) es el conjunto de ideas, sentimientos y emociones negativos que han cristalizado dentro de nosotros, en nuestro corazón, y que, aunque parezca mentira, pueden llegar a gobernar nuestra vida y dirigirla siempre hacia más dolor, hacia más sufrimiento.
Eckhart Tole –su autor- escribe lo siguiente (indico las páginas del libro entre paréntesis):

Las emociones negativas que no se afrontan plenamente para verlas como lo que son en el momento en que surgen, no se disuelven por completo. Dejan atrás un residuo de dolor (129)

Nadie pasa la infancia sin sufrir dolores emocionales (129)

El campo de energía de emociones viejas pero aún muy vivas, presente en casi todo ser humano, es el cuerpo-dolor (CD) (…) Todo recién nacido (…) carga ya con un CD emocional (130)

El CD es una forma de energía semiautónoma que vive en el interior de casi todos los seres humanos, una entidad formada por emociones (negativas) Tiene su propia inteligencia primitiva (…) y está aplicada principalmente a su supervivencia (…) necesita alimentarse periódicamente. Toda experiencia dolorosa emocionalmente puede ser utilizada como alimento por el CD (…) El CD es una adicción a la infelicidad (131)

Cuando la infelicidad se ha apoderado de ti, no sólo no quieres que termine, sino que quieres hacer a los demás tan desdichados como tú, con el fin de alimentarte de sus reacciones emocionales negativas (132)

Para el CD, el sufrimiento es un placer (134)

El CD (es una especie de) parásito psíquico (134)
La emoción (negativa) en sí misma no es infelicidad. Sólo es infelicidad la emoción (negativa) más (vinculada con) una historia desdichada (que conservamos en nuestra memoria) (149)

A menudo, cuando nos relacionamos con los demás, lo hacemos con prevención, es decir, desde la idea previa que tenemos sobre los mismos (en la relación con nosotros mismos sería con nuestra “historia” individual, con el relato que nos hacemos de nuestra propia vida). No nos damos cuenta, pero cuando aparece por la puerta o cuando te telefonea una persona de la que no te fías, reaccionamos desde la desconfianza; sin más. La otra persona no es para nosotros sino un problema potencial: a ver qué querrá ahora; ¿porqué habrá venido?; ¿qué busca?; tengo que estar atento para que no me la juegue otra vez; yo ya lo conozco; a mi no me engañará; etc. Y eso está tan extendido entre nosotros que a todo el mundo le tiene que sonar lo que digo.

No se trata de ser buenas personas o caritativas con los demás. No. No es un asunto moral primordialmente. Se trata sobre todo de un asunto emocional.

Puede que alguien me lea y que se considere excluido de este supuesto: A mí no me pasa eso, yo me relaciono bien con los demás y no desconfío de nadie. Pues bien, esta persona es la que corre más peligro de entrar en ese tipo de juegos que he descrito, sencillamente porque no es consciente de lo que seguramente le está pasando. Y es que, a mi juicio, podemos dar por sentado que todos (o la inmensa mayoría de las personas) tenemos esa supeditación a nuestro cuerpo-dolor específico que no nos deja ser libres para relacionarnos desde la espontaneidad, la naturalidad y la empatía hacia los demás. Nuestras relaciones son más bien de recelo, sospecha y desconfianza en mayor o menor grado. Por eso surgen tantos conflictos en las familias, entre la pareja, en las relaciones profesionales o de amistad. Creo que no podemos volvernos de espaldas a esta realidad.

En cambio, quien lea estas líneas y se reconozca en mi descripción, esa persona lleva ya mucho ganado puesto que ha hecho consciente su proceso interior de desconfianza y miedo. Ahora le queda por delante observar su cuerpo-dolor, esas cosas que nos pasaron hace tiempo o hace poco y que nos han marcado y han condicionado nuestra relación con el mundo. El conocido mío, en la anécdota que he contado, bajo mi punto de vista, se estaba relacionando con su mujer en aquella ocasión desde su cuerpo-dolor. No era libre para escuchar sin trabas la noticia que le daban (que, en principio, era buena). La escuchó desde su cuerpo-dolor que le decía al oído: no te fíes; ¿que quería decirte en realidad?; ¿qué interés tiene en comunicarte el éxito de tu amigo si sabes que esa familia no le gusta?; además, ¡mira que son complicadas las mujeres! Y a mí, en cambio, desde fuera, me parecía que estaba asistiendo a ¡un envidiable acto de amor y de atención de una mujer hacia su pareja!

¿Quién no ha conocido alguna persona que siempre está negativa? ¿No son personas que tienden inconscientemente a esparcir malas noticias y malos augurios? Eso se debe a un cuerpo-dolor muy fuerte. En el libro de Tolle se hace una exposición al respecto muy extensa y muy profunda. Por mi parte, lo único que quería hoy era llamar la atención sobre la existencia del cuerpo-dolor para que podamos tenerlo presente cuando nos relacionamos con los demás. Eso ya sería mucho, aunque obviamente solo seria el principio.

domingo, 14 de noviembre de 2010

PARA ESTAR BIEN

Puede parecer una paradoja, pero, en mi opinión, para estar bien, no es necesario hacer nada.

Estamos en un mundo (el occidental o el del hemisferio norte, como queramos decirlo) en que se nos empuja a menudo a que hagamos algo. Hacer se ha convertido en el talismán para conseguir ser. Hacer, hacer, hacer. Es como si aceptásemos que quien no hace algo permanentemente es que no existe. Y, sin embargo -ya digo, paradójicamente- en realidad yo sé que no tengo que hacer nada para estar bien; al contrario, que cuanto más haga por estar bien, es probable que menos lo consiga. Y el secreto (o la explicación) está en que los seres humanos estamos bien de manera natural. Pero para sentirlo, necesitamos estar bien conectados con nuestro corazón, con nuestro ser interior. Por eso, también sé que si no estoy bien, es porque estoy desconectado de mi corazón, de mi bienestar básico, de mi “estar bien” natural. No se trata tanto de hacer algo como de permitir que aquello que ya es (nuestro ser interior) salga a la superficie, se revele en toda su potencialidad. Por eso, lo único que podemos hacer es dejar que haga nuestra verdadera naturaleza.

Existen en los humanos como dos maneras de ser, por decirlo así. Una es desde lo que somos profundamente y otra el conjunto de actuaciones y de pensamientos que nos llevan por la vida de manera inconsciente, desconectados de lo que somos realmente (de hecho, nuestro mundo, socialmente considerado, es un mundo lleno de personas desconectadas, y de ahí la violencia, los abusos y las guerras). En este segundo plano es en donde se plantea siempre el hacer sin fin. Desde esa manera de ser, somos impulsados a hacer sin parar, incluso aunque sea aparentemente para buscar soluciones definitivas para llegar a estar bien.

Hace unos día conversaba con una amiga sobre estas cuestiones y le decía que, a mi juicio, la naturaleza humana es armonía y paz, pero que por encima de ella se va depositando a lo largo de los años una densa niebla de preocupaciones y de miedos que dificultan (cuando no impiden) que sintamos esa naturaleza armónica, esa paz interior. Por eso decía al principio que no hay que hacer nada para estar bien, pero lo decía en el sentido de que no hay nada que conseguir porque ya somos esa naturaleza.

Otra cosa es que para poder sentir nuestra paz interior, nuestro bienestar emocional, seguro (es el único camino posible) que habremos de encarar con determinación esa zona sombría, densa y oscura que son nuestras dificultades emocionales. Solo con encararla, ya conseguiremos que se disuelva parte de la oscuridad. Lo que se lleva al consciente desde el inconsciente (lo que se hace consciente en definitiva) pierde por ese solo hecho gran parte de la energía negativa que tenía antes. De ahí la importancia de permanecer conscientes, de tener presencia en nosotros mismos, de darnos cuenta de lo que sucede dentro y fuera de nosotros.

Otra amiga me contaba hace poco que su abuela decía algo así como “todos tenemos las mismas posibilidades de ser felices”. Y a mí, eso, me parece cierto, interpretándolo en el sentido de que todo depende de nuestras actitudes, de la manera como enfocamos lo que se nos presenta a diario. Concretamente, esta señora durante la guerra civil española tuvo que huir por el monte, con dos hijos pequeños a cuestas y dos personas mayores a su lado, huyendo de la represión bélica y desconociendo absolutamente la suerte de su marido que había sido apresado. ¡Y salió adelante! Y no sólo eso, sino que además, porque supo encarar las circunstancias tan terrible por las que pasó, construyó su ”santo y seña (“todos tenemos las mismas posibilidades de ser felices”) que le serviría de guía para toda la vida.

No conozco a nadie que no tenga ningún problema. Sea de salud, económico, de trabajo, de relaciones personales. Sea de lo que sea. Sin embargo, la actitud frente a ello es lo que distingue a las personas que conectan bien con su corazón y su harmonía interior, de aquellas que no lo logran. Por eso, las psicoterapias son o pueden ser muy útiles en aquellos casos en que la desconexión con ese fondo interior sea muy grande y muy difícil de resolver. A veces son los miedos, otras veces la tristeza o el odio, cosas que nos han pasado, muy graves, que se han enquistado en nuestro interior hasta bloquearnos y no dejarnos vivir. En esos casos, se necesita ayuda para poder volver la mirada hacia dentro de nosotros mismos, observar qué es lo que hay y, sobre todo, para poder volver a sentir, porque una de las maneras que tenemos de no gestionar bien lo que nos pasa es mirar hacia otro lado, dejar de sentir (sí, dejar de sentir para no sufrir, que es lo que más extendido está entre nosotros).

En realidad, estoy convencido de que, por muy grandes que sean nuestros problemas, podemos encararlos desde nuestro yo más profundo con ecuanimidad, con aceptación (el mundo es como es) pero sin resignación. Las enfermedades, por ejemplo, son una oportunidad para despertarnos más y mejor a la realidad, y no un castigo o un yugo que nos impone la vida de manera injusta. Solo se necesita querer vivir la vida desde lo profundo del alma, no desde el pequeño yo (el “ego”, que es como lo designan los expertos) que únicamente piensa en tener todo lo que desea y en no tener nada de lo que no desea.

¿Y por qué estoy tan convencido de eso? Porque he experimentado en mí mismo, y lo he visto en los demás, que tener más de todo y mejores cosas, por sí mismo, no alivia las penas del corazón. Siempre queda una sensación de vacío interior después de haber conseguido aquello que tanto deseabas. Y ese vacío corresponde a ese yo pequeño (ego) que nos aprisiona con sus deseos que nunca podrán ser satisfechos del todo. Sin embargo, si practicamos tener una buena conexión con nuestro ser interior (con lo que somos por naturaleza) hallaremos una paz y un bienestar que ni es mágico, ni espiritualista, ni nada por el estilo, sino simplemente natural.

El bienestar emocional tiene que ver sobre todo con aceptar que ese yo pequeño (ego) es como si residiera dentro de nosotros y se nutre básicamente de miedos: miedo a no servir para lo que sea, miedo a no poder conseguir lo que se desea, miedo a contraer enfermedades, miedo a ser rechazado por los demás, miedo a la propia muerte, miedo a no estar a la altura de lo que se nos pide, miedo a fallar, a fracasar, a no ser querido, etc. Por eso, muerto de miedo, el pequeño yo (ego) intentará que busquemos distracciones; que nos hagamos adictos al trabajo, al alcohol, al juego o a las drogas; que busquemos la “salvación” ingresando en un grupo religioso fundamentalista; que nos dediquemos a toda costa a intentar ser millonarios o a tener mucho poder (político, social, económico, etc.); que practiquemos deportes de riesgo; o incluso nos invitará sutilmente a que nos suicidemos. Pero esas cosas inducidas por ese yo pequeño (ego), en realidad quien las sufrirá seremos nosotros mismos, en nuestro cuerpo y en nuestra alma. De ahí la importancia de estar bien despiertos para no permitir que las obsesiones que produzca el miedo se apoderen de nuestra vida y nos impidan conectar bien con nuestra armonía y con nuestra paz interiores, que ellas sí que son nuestra verdadera naturaleza.

Como cierre de esta entrada, transcribo parte de la entrevista que le hicieron a Claudio Naranjo (uno de los maestros de la psiquiatría moderna) en el blogalternativo.com. El resto se puede leer en esa página o en la mía de facebook (Jesús María Villafranca).


¿Cómo es posible que se deshumanicen los seres humanos?
Cada ser humano cuenta con dos fuerzas antagónicas en su interior. Uno es el falso yo, más conocido como EGO o personalidad, relacionado con la ignorancia, la inconsciencia, el egocentrismo, la insatisfacción y el miedo. El otro es el verdadero yo, nuestra verdadera esencia y que está conectado con la sabiduría, la consciencia, el bienestar y el amor incondicional. Cualquier persona que no esté en contacto con su esencia está en vías de deshumanizarse, pues poco a poco va olvidando y marginando sus verdaderos valores, lo que repercute en su forma de pensar, vivir y relacionarse con los demás.

¿Cómo se sabe que una persona vive identificada con su ego?
Es fácil: en primer lugar, porque a pesar de hacer y tener de todo siente un VACIÓ EN SU INTERIOR como si le faltara algo esencial para vivir en paz. De tanto dolor acumulado, finalmente se desconecta de su verdadera humanidad. Desde el ego, las personas actúan movidas por el miedo y la necesidad de supervivencia física y emocional. Su objetivo es conseguir que la realidad se adapte a sus deseos, necesidades y expectativas egoístas, lo que les lleva a vivir una vida marcada por el sinsentido, el malestar y la necesidad constante de evasión y narcotización de sí mismos.

Usted suele hablar de “la búsqueda de la verdad”
Todos los grandes sabios de la humanidad, como Buda, Lao Tse, Jesucristo o Sócrates, han dicho lo mismo: el sentido de la vida es aprender a trascender nuestro egoísmo y egocentrismo para que podamos ver a los demás y al medio ambiente que nos rodea como parte de nosotros mismos. No existe la fragmentación, sólo la unidad: todos somos uno.

domingo, 7 de noviembre de 2010

LAS PROPUESTAS DE AUTOAYUDA

Un amigo, lector del blog, me envió un día la siguiente reflexión, a propósito de un texto que publiqué sobre “El poder que todos tenemos dentro”:

Sin duda muy interesante, pero siempre tengo sensación de déjà vu, cuando leo estos libros de autoayuda, me da la sensación de que esas lecciones deberíamos tenerlas todos aprendidas del colegio. Buena parte de los problemas relacionados con la infelicidad personal, vienen precisamente de que no sentamos estas bases o cimientos de niños/jóvenes (en parte porque esta sociedad no ayuda a ello) y luego nos pasamos el resto de nuestra vida mirándonos el ombligo y buscando nuestro lugar intentando ensalzar una autoestima desubicada. Creo que falta algo en la ecuación, pero al menos hay ecuación en la que pensar. Salud.


Me parecen pertinentes sus dudas. Hoy en día puede que haya una hiperinflación de propuestas en forma de libro o de programas de radio y televisión, o páginas de Internet, que se refieren a estos temas. Por tanto, sería prudente pararse a pensar sobre ello; y, sobre todo, sería prudente comenzar a separar el grano de la paja. Pero, a pesar de ello, no seré yo quien aconseje sobre ese particular, porque no sabría cómo hacerlo dado que yo mismo me veo obligado a escoger en cada momento: ¿Leo esto? ¿Escucho este programa? ¿Veo ese programa de TV?

Los que seguís este blog, sabéis que desde un principio dije que iba a referirme a mis experiencias personales. La razón es bien simple: No quiero hablar de lo que he leído, por ejemplo, sino puedo referirme a la vez a una experiencia personal mía sobre ello, porque solo así sé que hablo desde mi corazón y no desde mi mente (que dice saber, que dice conocer, que dice haber leído, que quiere seguir leyendo y sabiendo, etc.).

A mí no me preocupa la hiperinflación de propuestas de autoayuda. Lo que hago, simplemente, es estar atento a lo que se me ofrece. y escoger en cada momento lo que me ayuda a estar conectado íntimamente conmigo mismo. Tengo que reconocer, no obstante, que a veces tengo la sensación de estar invadido por tantas propuestas y reflexiones como se nos brindan. En esos momentos, sin embargo, lo que hago es olvidarlas, o sea, cerrar el libro, apagar la TV o Internet, desconectar el aparato de radio, y volver a mí mismo, a la conexión conmigo mismo, respirando tranquilo, pausadamente, permaneciendo sin ninguna expectativa, sin ningún propósito determinado. Y lo que suele ocurrir entonces es que me relajo y que me olvido de todas aquellas propuestas y las dejo estar, las dejo de lado para concentrarme en el momento presente, en el “aquí y ahora” (sin duda, se trata de una práctica meditativa muy simple pero muy potente y eficaz).

Así pues, por encima de lo que el mercado nos propone, está (ha de estar) la conexión con nosotros mismos, con nuestro ser interior, con lo que realmente necesitamos. De esta manera –a mí me pasa, al menos- se puede volver más adelante, de una forma natural, a necesitar una lectura, o una nueva información que nos pueda llegar por otros medios, relativas a los temas conocidos como de “autoyuda”. Y en ese caso, la nueva información no nos pesará tanto, no nos abrumará, porque nos habremos desprendido previamente de esa sensación de haber sido invadidos por la hiperinflación de propuestas desde el sector editorial, televisivo o radiofónico. El secreto está en que cada uno ha de poder conocer el punto en que debe desconectar y el punto, en su caso, en que puede volver a conectarse.

También es verdad que, por lo que yo tengo experimentado personalmente, cuando llevas bastante tiempo ocupándote de estos temas para ti mismo, hay muchos asuntos que ya te suenan. Ahora bien, que te suenen no quiere decir que los hayas agotado. Porque a mi juicio, todo lo que tiene que ver con cómo conectar más y mejor con uno mismo, con el yo más profundo de uno mismo, nunca se agota del todo; siempre hay nuevos detalles, nuevos enfoques que te ayudan a estar más despierto en la relación contigo mismo. Así es que –repito- el punto está en encontrar el equilibrio entre información y conexión con nosotros mismos.

Y con relación al comentario que hizo mi amigo, me gustaría decir que estoy de acuerdo con él en que (en mi caso por lo menos, y puedo suponer que en la mayor parte de los casos también) parece claro que la causa de la infelicidad está en la infancia. Pero eso, que es un hecho incontrovertible para mí, no nos ha de de llevar necesariamente a “pasamos el resto de nuestra vida mirándonos el ombligo y buscando nuestro lugar intentando ensalzar una autoestima desubicada” –como dice en su texto-, pues también es posible encarar el asunto con consciencia, es decir, aplicando nuestra conciencia a “darse cuenta” de lo que nos sucede (no tanto sobre lo que creemos que fueron sus causas) y sobre lo que sucede a nuestro alrededor; en definitiva, a darse cuenta del momento presente, de lo que está pasando realmente, de lo que no son pensamientos ni sueños.

En mi modesta opinión, cuánto más presentes estemos en nosotros mismos a la hora de hablar, de actuar, de relacionarnos con los demás, menos conductas reactivas tendremos (desde el miedo, desde la rabia, desde la inseguridad, desde la duda, desde el sufrimiento personal, etc.) y más fácil será que emerja desde nuestro interior esa especie de serenidad básica que constituye nuestro verdadero ser, nuestra verdadera naturaleza que, para mí, es bondad fundamental. Ya sé que mi amigo puede distinguir perfectamente entre lo que él describe como “mirarse el obligo” y esa actitud de mirada interior a la que yo me refiero, pero he querido aprovechar la oportunidad que me han dado sus palabras para volver a poner el acento en dónde me parece que debemos ponerlo.

En conclusión, pues, desde mi punto de vista, leer libros, ver programas de televisión o en Internet, o escuchar programas de radio, que traten temas sobre la autoayuda, no me parece que, por sí mismos, no puedan sernos útiles para hacernos cada día más conscientes y autoconscientes. Sin embargo, vale la pena que estemos atentos, no solamente a los materiales en sí mismos que se nos proponen, sino sobre todo a cuándo llegamos a ese punto interior (emocional) en que será más positivo para nosotros desconectar de la fuente de la información para conectar con nosotros íntimamente, para “vivirnos a nosotros mismos en la intimidad de nosotros mismos” sin más.