domingo, 30 de mayo de 2010

EL PERFECCIONISMO

En una de las sesiones de terapia a las que asistí, la terapeuta, cuando describió los que, a su juicio, eran los componentes de mi carácter, me dijo: Tiendes al perfeccionismo emocional. Desde entonces, no he dejado de tener presente ese –vamos a llamarlo- diagnóstico, y he de reconocer que le he dado vueltas al asunto. Y hoy voy a dedicarle unos minutos. Y empezaré transcribiendo el parecer de algunos especialistas.

Silvia Russek. Psicóloga clínica y Maestra en terapia de pareja escribe en su libro "No sufras las crisis, ¡RESUÉLVELAS"! , lo que sigue a continuación:

“¿Eres perfeccionista? Responde a las siguientes preguntas, con la mayor honestidad posible.

1. ¿Necesitas ser siempre el primero o el mejor?
2. ¿Sientes que constantemente que puedes o debes mejorar lo que estás haciendo o lo que ya terminaste?
3. ¿Te sientes tenso o angustiado cuando te equivocas o ante la posibilidad de cometer un error?
4. ¿Estas estresado continuamente?
5. ¿Estás muy pendiente y te preocupa la opinión de los demás?
6. ¿Pospones las actividades o situaciones que te cuestan trabajo o en las que no estás seguro de tener éxito?
7. ¿Revisas varias veces algo que ya terminaste?

Si contestaste si, a la mayoría de las preguntas, posiblemente eres perfeccionista.

El perfeccionismo puede ser el resultado de una baja autoestima. Es un intento de demostrarnos y demostrarles a los demás, que sí somos capaces y dignos de ser valorados y apreciados. Pero al mismo tiempo es uno de los principales obstáculos para aumentar y fortalecer nuestra autoestima. ¿Por qué? Porque trabajar para tener una autoestima elevada, implica hacer cosas que no siempre nos van a salir bien. Significa reconocer y aceptar nuestros errores. Y darnos el permiso de cometerlos.

El perfeccionismo está relacionado con:
* La necesidad de tener la aprobación de los demás y de nosotros mismos.
* El temor al rechazo.
*Una actitud autocrítica, muy negativa.
*Un pensamiento extremista, en donde sólo existe todo o nada, bueno o malo y no vemos puntos intermedios.
*La percepción equivocada de nosotros mismos y de la realidad, al creer que es posible que todo lo que una persona hace, salga siempre bien.
*Calificar los errores como fracasos.
*Calificarse y valorarse como persona, en función de los éxitos o fracasos que tenemos”.

“En la web de Avaloncenter.com (centro de terapias y crecimiento personal) escriben esto:

El perfeccionismo consiste en un incesante deseo de hacer las cosas mejor, de superar las metas y ser mejores que los demás. Como esto no puede lograrse siempre, el sentimiento que produce es insatisfacción. El perfeccionismo se compone de fuerza de voluntad, constancia y necesidad de control.

Esforzarse buscando la perfección es posible, pero la perfección no es posible. La perfección es un ideal que nos ilumina el camino, pero no debemos llegar a tocar su luz, porque nos quemaremos. Sólo debemos ir en su búsqueda.

El perfeccionismo no es un rasgo negativo de la personalidad si está en su justa medida. Es un ideal deseable, pues nos impulsa. Pero deja de ser sano cuando en vez de ser un estímulo para vivir es un obstáculo que nos obliga a ponernos metas cada vez más altas e imposibles de saltar, y que nos conduce a la insatisfacción y a la baja autoestima”.


Mi punto de vista, es decir, cómo veo este asunto desde mi exclusiva experiencia individual, teniendo en cuenta que la psicoterapia tiene la virtud de volverte más consciente de ti mismo y de lo que se mueve emocionalmente en tu interior, añade algún matiz a lo que sostienen los artículos que he transcrito. Tengo la impresión de que se están refiriendo sobre todo al perfeccionismo en relación con los temas profesionales o laborales. Y es verdad que sirven para perfilar más claramente qué se entiende por personalidad perfeccionista, pero yo quiero añadir a eso algo de carácter más general.

A mi entender, si por perfeccionismo emocional se entiende querer estar bien (sentir bienestar emocional), he de reconocer, sin más, que tiendo al perfeccionismo. Lo tengo que aceptar sin rodeos. Pero ¿qué significa estar bien, para mí? Esa es la clave.

Estar bien, en mi caso, no es sino sentir paz interior. Estoy seguro de haberlo dicho más de una vez en este blog. Paz con uno mismo y paz en relación con el entorno, es decir, con los demás seres que habitan el mundo y con el propio mundo que me rodea. Cosa que no quita (sino que lo comprende) que pueda y tenga que continuar sintiendo dolor, miedo o rabia (de forma adecuada) cuando la situación lo exija. Pero en el fondo, y sin embargo, siempre tendrá que darse un encontrarse bien anclado en uno mismo en sus dos vertientes (hacia dentro y hacia afuera) que es lo que me va a permitir estar tranquilo y actuar adecuadamente.

Cuando se ha pasado por un estado de ánimo (insisto: rabia, miedo o tristeza) poco adecuado a la circunstancia concreta que sea, y que ha durado bastante tiempo, hasta convertirse en la emoción predominante que no nos ha dejado vivir en paz, se está en condiciones de poder llegar a darle la vuelta a la situación y entender que tener un corazón en paz (como componente de fábrica– podríamos decir) es el gran regalo que la vida nos ha dado a los humanos. Y sin excluir a nadie, porque, por suerte o por desgracia, soy de los convencidos de que cualquier adulto que conozcamos pasa por episodios como esos en algún momento de su vida.

Ahora bien, si por perfeccionismo emocional se entiende que ese estado de paz y bienestar ha de ser como una especie de nirvana o de cielo en la tierra que te impida sentir y que te sustraiga de lo que constituye el vivir con presencia el día a día, en ese caso estoy seguro de que yo no tiendo al perfeccionismo. Busco la paz pero no huyo de nada, no necesito narcotizarme ni anestesiarme ni aislarme de nada de lo que me corresponde vivir y experimentar como ser humano que soy. Sólo quiero vivir con intrepidez mi vida, dirigirla conscientemente y sacarle todo el jugo que pueda respetando a los demás y haciendo que me respeten. Y eso, para mí, no es perfeccionismo emocional, sino querer vivir mi estado natural, el del bienestar, el de la felicidad, el estado natural al que tenemos derecho todos por el simple hecho de haber nacido.

domingo, 23 de mayo de 2010

¿POR QUÉ HUÍMOS DE NOSOTROS MISMOS?

Hoy quiero hacer una entrada reproduciendo gran parte de un texto que apareció en El País semanal del 16 de mayo, bajo el título: ¿Por qué vemos tanto la tele?.

En él, se dicen cosas muy sustanciosas, pero la más importante para mí es que, en general, no sabemos, no queremos estar en contacto con nosotros mismos porque eso nos angustia. Ahora bien, el resultado de esa conducta es que no acabamos nunca de estar bien. Y el motivo es bien sencillo: no podemos ser lo que no somos; sólo podemos ser lo que somos. Y, naturalmente, si vamos huyendo de nosotros mismos a base de distracciones y ocupaciones (para no sentir dolor, para no sentir nuestro vacío interior) dejamos de ser lo que somos, nos desnaturalizamos, y eso lleva tarde o temprano al malestar emocional y quizás a la depresión.

Eso por una parte, pero, por otra, si no somos nosotros mismos (lo que somos, quienes somos) ¿cómo podemos construir con alguien una relación auténtica? (me refiero sobre todo a la relación de pareja que suele ser un problema muy extendido entre nosotros).

Espero que os guste el artículo y que os haga reflexionar.


No importa si vivimos solos o acompañados de nuestra pareja e hijos. Una vez en casa, cansados físicamente y agotados mentalmente, solemos desplomarnos en el sofá. Y justo en ese preciso instante, después de un día marcado por la obligación de hacer y el deseo de tener, nos encontramos irremediablemente con nuestro ser. Es sin duda el verbo más importante de nuestra vida, pero también al que prestamos menos atención. De ahí que sentados en el sillón, solos, en silencio y sin hacer nada, nos invada una incómoda sensación. Es como un runrún que empieza a vibrar con fuerza en nuestro interior, una experiencia conocida como “vacío existencial”.

“Hemos entrado en una nueva era con un nuevo tipo de ser humano: el hombre que se evade de sí mismo”

“Se trata de analizar si trabajo, consumo o diversión son medios de escapar del malestar o fines en sí mismos”

Lo paradójico es que al empezar a conectar con nosotros mismos, con lo que sentimos en nuestro interior, solemos encender la televisión de forma mecánica con la intención de evadirnos de esa molesta y desagradable sensación. Es un acto sutil, totalmente inconsciente. Y lo cierto es que después de tantos años siguiendo este mismo ritual, huir de nosotros mismos termina por convertirse en una rutina. Lo hacemos por una simple cuestión de comodidad e inercia.

Según un estudio de la Asociación Europea de Publicidad Interactiva, la actividad de navegar por Internet ya supera en número de horas a la semana a la de ver la tele. Visto con perspectiva, nuestro tiempo de ocio empieza a tener un denominador común: estar sentados, narcotizándonos delante de una pantalla. De ahí que algunos sociólogos constaten que hemos entrado en una nueva era con un nuevo tipo de ser humano: el homo evasivus. Es decir, “el hombre que se evade de sí mismo”.

Llegados a este punto, los psicólogos y coachs contemporáneos proponen una serie de preguntas para averiguar qué hay detrás de nuestra adicción a escapar de nuestro mundo interior: “¿Cuánto tiempo dedicamos cada día a estar realmente con nosotros mismos sin evadirnos? ¿Qué necesidad tenemos de entretenernos? ¿Qué sentimos cuando estamos a solas, en silencio y sin nada con lo que distraernos? Y en definitiva: ¿somos conscientes de que huir de nosotros mismos no es la solución, sino el problema?

¿Por qué hacemos lo que hacemos?

“El aburrimiento es un síntoma inequívoco de que no estás a gusto contigo mismo” (Erich Fromm)

Resulta incómodo cuestionar nuestro estilo de vida. Pero tarde o temprano no nos va a quedar más remedio que pararnos y ver qué ocurre en nuestro interior. Y este ejercicio de honestidad, humildad y coraje es el principio de la verdadera crisis existencial, que no es más que asumir la responsabilidad y el compromiso de resolvernos a nosotros mismos.

Al estudiar la etimología de las palabras, nos damos cuenta de que en este caso el problema es también la solución. El término malestar, por ejemplo, está compuesto por el adjetivo mal y el verbo estar y básicamente significa “estar mal”. Un sinónimo contemporáneo, totalmente aceptado por la sociedad, es el aburrimiento. Procede del latín abhorrere, que quiere decir “tener horror”. Es decir, que cuando afirmamos estar aburridos, en el fondo estamos diciendo que sentimos horror dentro de nosotros. De ahí que para escapar nos orientemos hacia la diversión. Lo cierto es que este sustantivo, que viene del verbo latino divertere, significa “apartarse, alejarse, desviarse de algo penoso o pesado”. Recapitulando, sólo cuando estamos mal experimentamos horror en nuestro interior, lo que nos lleva a apartarnos y alejarnos de nosotros mismos, buscando distracciones de todo tipo en el exterior.

“El vacío existencial no se llena, sino que se trasciende por medio de la aceptación” (Viktor Frankl)

No se trata de demonizar el trabajo, el consumo y la diversión. Pero sí de reflexionar acerca de si son medios para escapar de nuestro malestar, o fines en sí mismos con los que disfrutar de todo cuanto nos ofrece la vida. Y es que podemos ver la tele o navegar por Internet para matar el tiempo, o bien podemos hacerlo como resultado de una elección consciente. La clave para saber desde dónde tomamos la decisión se encuentra en lo que nos mueve a hacerlo.

El primer paso es a menudo el más difícil. Consiste en salirnos de la rueda para dedicar tiempo y espacio para estar con nosotros mismos. Porque es en el silencio y en la inactividad donde reconectamos con lo que somos. Y dado que llevamos tantos años escapando de nuestro dolor, insatisfacción y malestar, esto es precisamente lo primero con lo que nos encontramos. Forma parte del proceso de autoconocimiento. Es la cortina de humo que nos separa de nuestro verdadero bienestar.

Para salir de este círculo vicioso hemos de adueñarnos de nuestro diálogo interno. Así, podemos contrarrestar nuestra inercia mental con nuevas preguntas: “¿Quiénes somos? ¿Cómo nos sentimos? ¿Qué le falta a este momento para sentirnos felices?”.

A menos que aprendamos a estar bien con nosotros mismos, seguiremos sintiendo el impulso mecánico de alejarnos de nuestro mundo interno, orientándonos obsesivamente a la actividad constante y el consumo desbocado. Así, la finalidad del crecimiento personal es recuperar nuestro autogobierno interno, que suele dar como fruto un bienestar duradero. Es entonces cuando se nos revelan dos verdades inmutables: que nosotros somos lo que andamos buscando y que no hay mayor fuente de dicha que vivir el momento presente, en un íntimo contacto con la realidad.


viernes, 21 de mayo de 2010

NADA PUEDE IR MAL SI TENEMOS UNA ACTITUD CORRECTA

Cuando las circunstancias negativas de la vida nos golpean con fuerza, lo que solemos hacer, sin darnos cuenta, es plegarnos a esa fuerza, someternos, inclinarnos ante su dominio. Sin embargo, a partir del momento en que nos doblegamos, puede empezar para nosotros un verdadero vía crucis del que, curiosamente, somos los únicos o muy principales responsables.

Por el simple hecho de pensar repetidamente que todo está siendo muy duro, que no vamos a poder con los que se nos ha echado encima, sólo con eso, habremos comenzado a construir un tejido sutil de negatividad en nuestra vida que, con toda seguridad, nos va a procurar más males y desmanes en el futuro.

Según como sea de profundo el mal momento por el que pasemos, dependerá, obviamente, que nos podamos dar cuenta antes o después de ese hecho, pero lo cierto es que, para salir del pozo, en algún momento vamos a necesitar ser conscientes de ello y será entonces cuando diremos algo así como: “ya está bien”, “no puedo seguir así”, “esto tiene que acabarse”, etc.

Pagamos un precio enorme en nuestras vidas por quedarnos lamentándonos de nuestra mala suerte y sintiéndonos desgraciados cuando las cosas no nos van bien. Es precioso el tiempo que perdemos en esos momentos. Sin embargo, podemos tener una actitud diferente ante las malas rachas. De hecho, ¿quién es el que no conoce alguna persona que afronta la vida desde una actitud sin lamentaciones? No se trata de haber leído mucho o de haber estudiado mucho. No. Hay personas iletradas que tienen ese don. Frente a las dificultades, se alzan imponentemente y gobiernan sus vidas con mano firme, sin dejarse arrastrar por los acontecimientos. Pues bien, yo estoy convencido de que esas personas no son diferentes de nosotros, sencillamente porque todos los seres humanos somos substancialmente iguales. Y eso quiere decir que si no tenemos esa cualidad en este momento de nuestras vidas, la podemos alcanzar, y creo que con muy poco esfuerzo.

¿Por qué hemos de ceder el poder sobre nosotros a los que no nos tratan como no queremos ser tratados? ¿Por qué cedemos ese poder también a las circunstancias y avatares de la vida que son negativas para nosotros? Seguramente, hemos aprendido a reaccionar así: sometiéndonos, doblegándonos, resignándonos. Pero eso podemos cambiarlo si cambiamos nuestras actitudes. Simplemente con eso, podemos volver a ser los dueños únicos de nuestras vidas.

Por muy graves que sean las condiciones por las que pasemos en un momento determinado, siempre podremos elegir entre desesperarnos y deprimirnos, o rebelarnos y decidir tomar el mando en la situación que sea. Lo que ocurre comúnmente es que no somos suficientemente conscientes de lo que sentimos en muchos momentos. Nos sentimos superados por los acontecimientos y eso nos produce miedo, cuando no pavor. Pero también podemos sentir una enorme tristeza y pasar a auto compadecernos sin detectar que por ese camino sólo vamos a ir hacia el bloqueo emocional. Por esa razón es tan importante abrir los ojos, darse cuenta de lo que está pasando y ”poner encima de la mesa” todos los asuntos que van mal. Y a continuación concederse un tiempo para comprobar qué sentimos, qué emoción está predominando en nuestro interior.

Si tu madre ha muerto, por ejemplo, tienes todo el derecho del mundo y es perfectamente natural que sientas el dolor de su pérdida, pero ese sentimiento habrá de tener una duración adecuada, y una intensidad adecuada. No puede desarbolar tu vida, porque hay que pasar del dolor al agradecimiento, por ejemplo; al agradecimiento a tu madre por todo lo que de bueno te dio en vida. Y eso es lo que hay que ver y lo que hay que hacer: detectar qué sentimos en cada situación y tomar la decisión de no “poner en el mismo capazo” todas las emociones que nos vayan provocando los acontecimientos.

Excepto en las situaciones muy graves (una enfermedad en estado terminal, por ejemplo), no hay nada que sea insuperable emocionalmente ni que no podamos resolver dedicándole el tiempo, la atención y la reflexión necesarios. Es más, creo que tenemos que hacerlo y que no debemos dejarnos arrastrar por los sucesos que se vayan presentando. Por esa razón, he venido refiriéndome repetidamente a diversas maneras de conectar con la positividad y, por el contrario, a que hemos de tener muy presente que las quejas, las críticas y las lamentaciones (hacia los demás o hacia nosotros mismos) no conducen al bienestar emocional ni a la felicidad.

En última instancia, esta forma de actuar, cambiando nuestras actitudes, lo que nos reporta es mucha mayor energía para vivir con plenitud nuestra vida. Es aquello del pez que se muerde la cola. Si estoy bien presente dentro de mí mismo, podré decidir qué es lo que me conviene y eso me dará más energía para poder hacer frente a lo que se vaya presentando, porque la felicidad y el bienestar, en realidad, son un asunto de energía, un asunto de estar bien conectado o no con la energía que constituye nuestro universo. Y al revés, si las emociones me dominan y no logro conectar conmigo mismo en profundidad, me sentiré sin fuerzas y no podré hacer frente a lo que surja, circunstancia que me conducirá a un mayor desconsuelo.

Nosotros podemos decir: Yo tomo el mando de mi vida y voy a resolver estos asuntos a mi manera, como a mí me parezca mejor. No hay mal que cien años dure y voy a hacer frente a la situación y a resolverla. Y no me voy a esconder detrás de nada ni de nadie, ni siquiera detrás de mis autolamentaciones. Y ya veréis como eso funciona y cómo os sentiréis más fuertes y más potentes, llenos de energía y satisfechos de vosotros mismos (la autoestima -por cierto).

sábado, 15 de mayo de 2010

LA FEMINIDAD Y LA MASCULINIDAD

lA PRIMERA TERAPEUTA QUE TUVE NOS DIJO UNA VEZ QUE LA MUJER ES 2/3 EMOCIONALIDAD Y 1/3 RACIONALIDAD, Y QUE LOS HOMBRES SOMOS 2/3 RACIONALIDAD Y 1/3 EMOCIONALIDAD. YO ME QUEDÉ PENSATIVO, COMO DUDANDO DE ELLO Y AÚN NO SÉ QUÈ PENSAR, AUNQUE COMPRENDO QUE ESTABA GENERALIZANDO. HOY REPRODUZCO UNOS COMENTARIOS SOBRE ESTOS TEMAS QUE HE HALLADO EN "EL BLOG ALTERNATIVO" Y CREO QUE VALDRÍA LA PENA QUE LOS COMENTÁRAMOS, ¿NO OS PARECE? A MI MODO DE VER, ESE VACÍO QUE TENDRÍAMOS LOS HOMBRES -SEGÚN ÉL-, TIENE QUE VER CON NO HABER RESUELTO BIEN EL ASUNTO DE SENTIRSE QUERIDO Y, POR TANTO, DE SABER AMAR EN UNA SOCIEDAD PATRIARCALISTA Y MACHISTA, PERO NO PORQUE SEAMOS MENOS EMOCIONALES QUE LAS MUJERES. CREO QUE LO FEMENINO Y LO MASCULINO ESTÁN PRESENTES EN TODOS LOS SERES HUMANOS SIN EXCEPCIÓN. POR LO MENOS, YO LO SIENTO ASÍ DENTRO DE MÍ.

La eterna búsqueda de la esencia toma a veces caminos extraños. Durante milenios, “lo femenino” y lo “lo masculino” parecieron dos mundos separados por alambradas casi insalvables de prejuicios e incomprensiones.
Más tarde, y a través de un largo y muchas veces amargo camino, las mujeres lograron que los varones tuvieran, tuviéramos que tener en cuenta el enorme caudal de la energía femenina…

En realidad, fue una tarea conjunta: es decir, los hombres se dieron cuenta de que faltaba “algo” en su interior que no habían sido capaces de dar forma, y las mujeres reclamaron su espacio con la avasalladora fuerza de las injusticias pasadas. Ello nos llevó a movimientos como el feminista, que reivindicaron el papel de la mujer en la sociedad cayendo muchas veces en los mismos errores que el machismo había repetido hasta la saciedad…

La otra vía, la del redescubrimiento por parte de los hombres de su lado femenino, siguió su camino. Y llegó a cuotas más que interesantes y, en muchos casos, necesarios.

Evidentemente, el modelo de hombre autoritario y justiciero que se había enseñoreado del mundo desdeñando la sensibilidad y las emociones en general había fracasado, y urgía sustituirlo.

Pero…

La sustitución consistió en una asunción por parte de los hombres de un modelo femenino: es decir, de la aparición del “hombre suave”…
Robert Bly es un poeta estadounidense nacido en 1926. Su biografía es fascinante: autor plenamente comprometido con su tiempo, perteneció a la Asociación Americana de Escritores contra la guerra de Vietnam y tuvo una influencia muy destacable entre los poetas de su generación.

En 1990 publicó IRON JOHN (editado en español por Gaia Ediciones). En el realiza un análisis de los arquetipos que aparecen en el cuento “Juan de Hierro” de los hermanos Grimm.

Este libro iba a convertir en un clásico que iniciaría lo que se ha venido en llamar “la nueva masculinidad“, y serviría de punto de partida para que en Estados Unidos se creara el “Movimiento del hombre mitopoético”.

Bly analiza al hombre desde una perspectiva basada en Carl Gustav Jung. A través de diferentes técnicas como el estudio de los conocimientos arquetípicos inscritos en los “cuentos de hadas”, intenta averiguar cuál sería el camino para poder desarrollar de verdad el pleno potencial que los hombres poseemos en nuestro interior.
Me parece un punto de vista muy interesante para poder abordar un tema, el de la masculinidad, que creo que urge tratar. Para poder crecer, no basta con destruir: hace falta descubrir, sacar a la luz, la verdadera esencia que nos llevará a vivir en armonía.

Os dejo con sus palabras sobre “el hombre suave” que aparecen en el primer capitulo de “Iron John”: si bien menciona al hombre americano, creo que lo que dice es en gran medida universal.

Qué gran punto de partida… si entendemos que es eso, un principio, y no un final.

En los setenta, empecé a detectar por todo el país un fenómeno que podríamos denominar «el varón suave». Incluso hoy en día cuando hablo en público, más o menos la mitad de los varones jóvenes son del tipo suave. Se trata de gente encantadora y valiosa —me gustan—, y no quieren destruir la Tierra o dar comienzo a una guerra. Su forma de ser y su estilo de vida denotan una actitud amable hacia la vida.
Pero muchos de estos varones no son felices. Uno nota rápidamente que les falta energía. Preservan la vida, pero no la generan. Y lo irónico es que a menudo se les ve acompañados de mujeres fuertes que definitivamente irradian energía.
Nos encontramos ante un joven de fina sensibilidad, ecológicamente superior a su padre, partidario de la total armonía del universo y sin embargo con poca vitalidad que ofrecer.
La mujer fuerte o generadora de vida que se graduó en los sesenta, por decirlo así, o que heredó un espíritu más viejo, desempeñó un papel importante en la creación de este hombre preservador, que no generador, de vida.
Recuerdo una pegatina de los años sesenta en la que se leía: «LAS MUJERES DICEN SÍ A LOS HOMBRES QUE DICEN NO.» Sabemos que hacía falta tanto valor para resistirse al reclutamiento, ir a la cárcel o exiliarse al Canadá, como para aceptar el reclutamiento e ir a Vietnam. Pero las mujeres de hace veinte años decían claramente que preferían al varón más suave y receptivo.
De modo que el desarrollo del hombre se vio ligeramente afectado por esta preferencia. La virilidad no receptiva era equiparada a la violencia, mientras que la receptiva era premiada.
Algunas mujeres enérgicas, tanto entonces como ahora en los noventa, elegían y siguen eligiendo a hombres suaves como amantes y, tal vez, como hijos. La nueva distribución de energía «yang» entre las parejas no se dio accidentalmente. Los jóvenes, por diversas razones, querían mujeres más duras, y las mujeres empezaron a desear hombres más suaves. Durante un tiempo parecía un buen arreglo, pero ya lo hemos experimentado lo bastante como para saber que no funciona.
La primera noticia de la angustia de los hombres «suaves» la tuve al oírles contar sus historias durante las primeras reuniones de varones. En 1980, la comunidad lamaística de Nuevo México me pidió que diera una conferencia para un público exclusivamente masculino, la primera que organizaban, en la que participaron unos cuarenta varones. Cada día nos dedicábamos a un dios griego y a una antigua historia, y luego, por la tarde, nos reuníamos a conversar.
Cuando los más jóvenes hablaban, no era raro que se pusieran a llorar a los cinco minutos. Me asombró la cantidad de dolor y angustia de aquellos jóvenes.
Sus aflicciones se debían en parte al alejamiento de sus padres, que acusaban agudamente, pero otra parte se debía a problemas en sus matrimonios o relaciones de pareja. Habían aprendido a ser receptivos, pero la receptividad no era suficiente para sacar adelante sus matrimonios en tiempos de crisis. Toda relación necesita de vez en cuando cierta violencia: la necesitan tanto el hombre como la mujer. Pero, cuando surgía esta necesidad, el hombre solía quedarse corto. Su actitud era positiva, pero su relación y su vida requieren algo más.
El hombre «suave» era capaz de decir: «Sé lo que estás sufriendo y considero tu vida tan importante como la mía, y cuidaré de ti y te consolaré.» Pero no podía decir lo que quería, y mantener su postura. Resoluciones de ese tipo eran tema aparte. En la Odisea, Hermes le ordena a Odiseo que cuando se aproxime a Circe, que representa cierto tipo de energía matriarcal, levante o muestre su espada. En estas primeras sesiones, a muchos de los más jóvenes les costaba distinguir entre mostrar la espada y herir a alguien.
Un hombre, una especie de encarnación de ciertas actitudes espirituales de los sesenta, un hombre que había vivido en un árbol en las afueras de Santa Cruz durante un año, se descubrió incapaz de extender el brazo cuando sostenía una espada. Había aprendido tan bien a no lastimar a nadie, que no podía alzar el acero, ni siquiera para reflejar la luz del sol. Pero mostrar una espada no implica necesariamente pelear.
También puede sugerir una alegre firmeza. El viaje que muchos americanos han emprendido hacia la «suavidad», hacia la «receptividad» o hacia «el desarrollo del lado femenino» ha sido un viaje enormemente valioso, pero aún queda mucho por recorrer.

Continuar leyendo en El Blog Alternativo: http://www.elblogalternativo.com/2009/10/22/el-hombre-de-hierro-la-nueva-masculinidad-segun-robert-bly/#ixzz0nzWEoMzb

viernes, 7 de mayo de 2010

LAMENTARSE O SER FELIZ

Un amigo bahá’í me ha pasado el siguiente texto con el título precedente:

Si prestáramos atención a las conversaciones que oímos a nuestro alrededor (incluyendo las que nos ofrecen los medios de comunicación), y sobre todo a las nuestras propias, descubriríamos con sorpresa que una gran parte de ellas están dedicadas a murmurar o a quejarnos, lamentarnos o expresar disgusto por casi todos los aspectos de la vida: sobre cualquier miembro de la familia, los amigos, el trabajo, la administración, la crisis económica, los vecinos, los desconocidos con los que nos cruzamos en la calle o en la carretera, nuestra salud, los gobernantes, nuestra comunidad, los programas de la televisión, el precio de las cosas, el clima, la limpieza de nuestra ciudad, la escuela o la universidad, ….. Tenemos tan asumida esta costumbre, ese modo de ver la vida, que no somos conscientes de ello, y si alguno nos preguntara si somos murmuradores, gruñones, lastimeros o quejicas probablemente responderíamos, bien convencidos, que no lo somos en absoluto, aunque si admitiríamos, a renglón seguido, que conocemos a muchos a nuestro alrededor que lo son. La realidad, sin embargo, es bien distinta; disfrutamos hablando mal de los que nos rodean y quejándonos de todo, y muy en particular de nuestros problemas. Si usted, querido lector, no está de acuerdo con esta afirmación póngase a prueba durante un solo día. Anote cuántas veces en 24 horas ha murmurado, se ha quejado o lamentado y se llevará una buena sorpresa.
Para acotar un asunto tan amplio dejemos para otra reflexión el tema de la murmuración y centrémonos sólo en las lamentaciones, las quejas y la desesperanza que con frecuencia hacen presa de nosotros cuando enfrentamos las vicisitudes de la vida, ya sean éstas de escasa entidad, como ligeros contratiempos o frustraciones, o realmente importantes como enfermedades graves, pérdida de seres queridos u otros infortunios

Las quejas, las expresiones de disgusto y los lamentos están tan presentes en nuestras vidas que cabría pensar que en ellas hay algún bien o beneficio. Tal vez la causa sea que al lamentarnos de nuestra situación o condición obtenemos un efímero alivio a nuestros problemas atrayendo hacia nosotros la atención, la compasión o la comprensión de los demás. Pero es tan sólo una apariencia, una ficción, ya que con ese proceder estamos haciendo depender nuestro bienestar de los demás. En muchos casos esa costumbre parece incluso patológica. Todos conocemos a algún o a más de un amigo, compañero o compañera de trabajo que no sabe conversar si no es expresando quejas y críticas o hablando de sus problemas de salud, laborales o familiares. Naturalmente, esas personas no son plenamente conscientes de su actitud. De hecho, también es posible que nosotros mismos seamos así y que ni siquiera nos demos cuenta de ello. Hay personas a las que las clásicas preguntas de cortesía: “¿Cómo estás?” o” ¿Cómo te va?”, les abre la puerta a su desbordante deseo de expresar lo mal que están o que se sienten. A veces, incluso, esas mismas personas te hacen idénticas preguntas, no para interesarse realmente por ti, sino para tener la oportunidad de hablar de si mismas y sus pesares.

(…) la actitud de desesperanza, tristeza, queja, alarde de sufrimiento y lamento es causa de infelicidad e incluso enfermedad y, por consiguiente, de más motivos de pesar y congoja, por lo que, en lugar de aliviar, empeoran nuestra situación.

Por mi parte, he de decir que suscribo totalmente estas afirmaciones. Y además me gustaría añadir alguna más de mi cosecha. Como, por ejemplo, que hay personas que, aunque puedan llegar a entender el sentido de esto que comentamos (es decir, que las quejas constantes conducen a la infelicidad), no se sienten capaces (o no quieren) cambiar sus métodos de vida y prefieren seguir con los mismos comportamientos. Claro está que, por otra parte, como no son felices, incluso llegan a poner en duda que sea posible llegar a serlo.

Recuerdo que en la terapia, pregunté una vez que si no sentías ni tristeza, ni rabia, ni miedo, si eso quería decir que sentías alegría. Y me contestaron que sí, que así era puesto que sólo existen esas cuatro emociones básicas. Pues bien, para mí es como si la alegría estuviera siempre de fondo, lista para “ser sentida” en cualquier momento en que lo que sea adecuado no sea sentir cualquiera de las otras tres emociones. O sea, si la situación es de dolor (pérdida de un ser querido, por ejemplo) lo adecuado es sentir tristeza; si es que nos hemos sentido atacados o agraviados, rabia (pero no rabia sistemática y constante); y si tememos que nos vayan a echar una bronca, miedo. Eso es lo adecuado. Pero si no se da ninguna de esas emociones, lo que hemos de sentir de forma natural es la alegría, la alegría de vivir.

Con las quejas y las críticas permanentes, lo que ocurre es que nunca hay espacio para sentir la alegría porque todo él está ocupado constantemente por alguna o algunas de las otras tres emociones, y eso, como dice el escrito que me ha pasado mi amigo, es causa de infelicidad (en mi lenguaje: dificulta sentir bienestar emocional, sentirse bien con uno mismo y con los demás).

Por lo que a mí respecta, cada día me propongo estar más atento que el anterior para evitar entrar en la dinámica de las quejas y de las críticas (lo que no quiere decir que siempre lo logre). Por eso recomendé el otro día confeccionar la lista de los agradecimientos, para poder conectar lo más rápidamente posible con la no-queja, es decir, con lo positivo. En cuanto a las quejas sistemáticas que me puedan venir de otras personas, miro de no quedar atrapado por ellas, de mantenerme sereno y no participativo, aunque pueda generar a la vez un sentimiento de empatía, de comprensión hacia lo que le ocurre a ellas. Y lo mismo pasa con las críticas. Hay veces incluso que, para no perderme en medio de los juegos psicológicos a los que soy invitado, tengo que decir cosas como: Entiendo lo que sientes pero no lo comparto, no pienso igual que tú. Que es tanto como decir: Te tengo en consideración, me doy cuenta de lo que te pasa (que necesitas descargar tu ira, por ejemplo) pero yo no voy participar en ello porque sé que me va a causar malestar.

Sin embargo – tal como se expone en el escrito anterior – está tan extendida la costumbre de quejarse, lamentarse y criticar, que, en general, se toma como una conducta de lo más “natural”. Y eso nos pasa a todos, en mayor o menor medida. A mí me enseñaron, cuando era pequeño, que tenía que ser bueno y no criticar, pero no me enseñaron que de ello dependería mi bienestar emocional. Una vez que he llegado a la madurez, lo he aprendido, así es que, aunque por motivos diferentes de los de la niñez, vuelvo a practicar aquella enseñanza, sencillamente porque quiero estar bien, emocionalmente hablando.

domingo, 2 de mayo de 2010

EXPRESAR NUESTRO AGRADECIMIENTO

Anteayer estuve viendo la versión cinematográfica de “El Secreto”, de cuya lectura ya escribí hace un tiempo en este mismo blog. No pude acabarla de ver por razones técnicas, pero lo haré en cuanto pueda. Recomiendo que quien no tenga tiempo para leer el libro, adquiera el DvD en cualquier biblioteca y vea el film. Vale la pena. En un par de horas puede entenderse perfectamente cuál es el mensaje.

A continuación, transcribiré algunas de las afirmaciones de los mentores de “El Secreto”, que son personas con muy diversas formaciones (físicos, médicos, escritores, terapeutas, etc.) y de diferentes épocas, con la idea de dejar escritas unas cuantas “píldoras” de sabiduría que nos pueden ayudar a mejorar como personas y a saber gestionar o manejar mejor nuestro mundo emocional (las emociones son nuestra energía, el combustible que necesitamos para conducirnos por la vida con satisfacción y a pleno rendimiento). Las frases están transcritas casi literalmente.

Creo que una de las ideas principales de estos textos es que hemos de vivir el presente adecuadamente porque, según cómo lo vivamos, así será nuestro futuro. O sea, la conocida aseveración que comentábamos la semana pasada de que cada uno de nosotros construye su propio futuro (naturalmente, en el presente). Eso supone, por una lado, intentar no quedar apresados por el pasado; y por otro, ser muy conscientes de la importancia de conectar con lo positivo que hay dentro y fuera de nosotros.

Otra idea fundamental de “El Secreto” es la “Ley de la atracción”, según la cual el Universo o como se quiera llamar a la Inmensidad que nos envuelve, nos penetra y de la que formamos parte (yo le llamo Energía Cósmica) nos da siempre aquello que pensamos, lo hagamos conscientemente o no. Es decir que si una persona está dando vueltas permanentemente a la tristeza que siente, por ejemplo, lo que estará haciendo será atraer más tristeza a su vida, más situaciones de tristeza, más personas que confirmen su tristeza (se reunirá con gente que esté triste como ella, por ejemplo). Atraemos lo que pensamos, porque nuestra mente está en contacto con ese Universo del que hablamos. Por eso es tan importante darse cuenta de si estamos sumidos en una situación en redondo, de aquellas de “la pescadilla que se muerde la cola”, porque será el momento de tomar la decisión de salir de ella y comenzar a formularnos pensamientos positivos que provocarán, a la larga, situaciones positivas en el futuro debido a la “Ley de la atracción”.

Y una última cosa que quiero comentar son los tres pasos que aconsejan los autores de la obra:

1/ Pedir lo que deseamos.
2/ Recibirlo.
3/ Agradecerlo.

Me fijaré en el último apartado porque es muy ilustrativo. Uno de los comentaristas de la película (un terapeuta, creo recordar) explicaba que todos los días, cuando se levantaba por la mañana, lo primero que hacía al poner los pies en el suelo era repasar su lista de agradecimientos por los dones que había recibido de la Vida (Universo, Cosmos, etc.). Yo lo he probado a menudo. Es una buena forma de conectar con los aspectos emocionalmente positivos de nuestra vida, sobre todo cuando las preocupaciones o los pensamientos sombríos nos cercan. Y da resultado. Os lo aseguro. En mi caso, suelo dar gracias por haber nacido, por haber nacido persona, por haber nacido sin minusvalías, por haberme dado la familia en la que me crié, por haber recibido amor y cuidados cuando era pequeño, por haberme dotado de una inteligencia que me ha permitido estar bien en la vida, por haber disfrutado de una situación social y económica que me ha permitido estudiar, por haber podido formar una familia saludable y amorosa, por disfrutar de salud, por tener un trabajo estable y bien remunerado, por haber podido escribir libros, por poder viajar y conocer mucha gente, por haber tenido la inspiración de crear este blog, por tener muchos amigos y conocidos que me quieren, por haber podido aprender de mis errores, por haberme tenido que (y haber sabido) espabilarme ante las dificultades de la vida, etc. Y me dejo muchos más motivos de agradecimiento por exponer, tantos que quizás no cabrían en una hoja.

Propongo que los lectores del blog (con sus nombres reales o supuestos) comentéis cuáles son los motivos por los que estáis agradecidos a la Vida. Para hacer eso, no se necesita ser un gran escritor o un gran pensador. Sólo se requiere un mínimo de valor y las ganas de compartir lo que nos une: el deseo de estar bien, el deseo de ser felices.

Un pensamiento positivo es cien veces más potente que uno negativo.

Hay suficientemente tiempo para que aquello que deseas se haga realidad.

Todo lo que nos sucede lo hemos atraído nosotros con nuestros pensamientos.

Sería imposible ser conscientes de todo lo que pensamos (60.000 pensamientos/día), así es que lo hacemos inconscientemente, por defecto.

Como no podemos conocer todos nuestros pensamientos, tenemos un mecanismo que no falla: los sentimientos, las emociones, las sensaciones. Ellos nos dirán lo que estamos pensando y, por lo tanto, lo que estamos atrayendo ahora (los pensamientos negativos nos hacen sentirnos mal y los pensamientos positivos, bien).

Lo importante es saber qué siento en este momento porque aquello que sienta será lo que atraiga lo positivo o lo negativo.

Sentirse bien es muy importante para atraer el sentirse bien en el futuro.

Tu libertad, tu poder, están en poder crear conscientemente tu vida, tu futuro.

Cuando te sientas mal, piensa en algo que te guste, escucha la música que ames, etc.

Lo que sientes y lo que piensas (en lo que pones tu atención –te des cuenta o no de ello) está creando tu futuro según la Ley de la Atracción.

Para usar la Ley de la atracción hay que hacer tres cosas:

1) Hay que pedir (hablado o escrito)

2) El Universo te dará la respuesta exacta a lo que pides.

3) Hay que agradecer lo que se te da, estando y actuando en consonancia con lo que pides, con lo que deseas, con lo que sientes)

Lo que te ocurre ahora es lo que fuiste, lo que pensaste, no lo que piensas ahora.

Todo lo que somos es el resultado de lo que hemos pensado (Buda)

Sentir gratitud por lo que tienes de bueno en tu vida es la manera de atraer las cosas que quieres en tu vida. Has de partir de sentirte agradecido por lo que tienes y eso atraerá lo quieres para tu futuro.