viernes, 7 de mayo de 2010

LAMENTARSE O SER FELIZ

Un amigo bahá’í me ha pasado el siguiente texto con el título precedente:

Si prestáramos atención a las conversaciones que oímos a nuestro alrededor (incluyendo las que nos ofrecen los medios de comunicación), y sobre todo a las nuestras propias, descubriríamos con sorpresa que una gran parte de ellas están dedicadas a murmurar o a quejarnos, lamentarnos o expresar disgusto por casi todos los aspectos de la vida: sobre cualquier miembro de la familia, los amigos, el trabajo, la administración, la crisis económica, los vecinos, los desconocidos con los que nos cruzamos en la calle o en la carretera, nuestra salud, los gobernantes, nuestra comunidad, los programas de la televisión, el precio de las cosas, el clima, la limpieza de nuestra ciudad, la escuela o la universidad, ….. Tenemos tan asumida esta costumbre, ese modo de ver la vida, que no somos conscientes de ello, y si alguno nos preguntara si somos murmuradores, gruñones, lastimeros o quejicas probablemente responderíamos, bien convencidos, que no lo somos en absoluto, aunque si admitiríamos, a renglón seguido, que conocemos a muchos a nuestro alrededor que lo son. La realidad, sin embargo, es bien distinta; disfrutamos hablando mal de los que nos rodean y quejándonos de todo, y muy en particular de nuestros problemas. Si usted, querido lector, no está de acuerdo con esta afirmación póngase a prueba durante un solo día. Anote cuántas veces en 24 horas ha murmurado, se ha quejado o lamentado y se llevará una buena sorpresa.
Para acotar un asunto tan amplio dejemos para otra reflexión el tema de la murmuración y centrémonos sólo en las lamentaciones, las quejas y la desesperanza que con frecuencia hacen presa de nosotros cuando enfrentamos las vicisitudes de la vida, ya sean éstas de escasa entidad, como ligeros contratiempos o frustraciones, o realmente importantes como enfermedades graves, pérdida de seres queridos u otros infortunios

Las quejas, las expresiones de disgusto y los lamentos están tan presentes en nuestras vidas que cabría pensar que en ellas hay algún bien o beneficio. Tal vez la causa sea que al lamentarnos de nuestra situación o condición obtenemos un efímero alivio a nuestros problemas atrayendo hacia nosotros la atención, la compasión o la comprensión de los demás. Pero es tan sólo una apariencia, una ficción, ya que con ese proceder estamos haciendo depender nuestro bienestar de los demás. En muchos casos esa costumbre parece incluso patológica. Todos conocemos a algún o a más de un amigo, compañero o compañera de trabajo que no sabe conversar si no es expresando quejas y críticas o hablando de sus problemas de salud, laborales o familiares. Naturalmente, esas personas no son plenamente conscientes de su actitud. De hecho, también es posible que nosotros mismos seamos así y que ni siquiera nos demos cuenta de ello. Hay personas a las que las clásicas preguntas de cortesía: “¿Cómo estás?” o” ¿Cómo te va?”, les abre la puerta a su desbordante deseo de expresar lo mal que están o que se sienten. A veces, incluso, esas mismas personas te hacen idénticas preguntas, no para interesarse realmente por ti, sino para tener la oportunidad de hablar de si mismas y sus pesares.

(…) la actitud de desesperanza, tristeza, queja, alarde de sufrimiento y lamento es causa de infelicidad e incluso enfermedad y, por consiguiente, de más motivos de pesar y congoja, por lo que, en lugar de aliviar, empeoran nuestra situación.

Por mi parte, he de decir que suscribo totalmente estas afirmaciones. Y además me gustaría añadir alguna más de mi cosecha. Como, por ejemplo, que hay personas que, aunque puedan llegar a entender el sentido de esto que comentamos (es decir, que las quejas constantes conducen a la infelicidad), no se sienten capaces (o no quieren) cambiar sus métodos de vida y prefieren seguir con los mismos comportamientos. Claro está que, por otra parte, como no son felices, incluso llegan a poner en duda que sea posible llegar a serlo.

Recuerdo que en la terapia, pregunté una vez que si no sentías ni tristeza, ni rabia, ni miedo, si eso quería decir que sentías alegría. Y me contestaron que sí, que así era puesto que sólo existen esas cuatro emociones básicas. Pues bien, para mí es como si la alegría estuviera siempre de fondo, lista para “ser sentida” en cualquier momento en que lo que sea adecuado no sea sentir cualquiera de las otras tres emociones. O sea, si la situación es de dolor (pérdida de un ser querido, por ejemplo) lo adecuado es sentir tristeza; si es que nos hemos sentido atacados o agraviados, rabia (pero no rabia sistemática y constante); y si tememos que nos vayan a echar una bronca, miedo. Eso es lo adecuado. Pero si no se da ninguna de esas emociones, lo que hemos de sentir de forma natural es la alegría, la alegría de vivir.

Con las quejas y las críticas permanentes, lo que ocurre es que nunca hay espacio para sentir la alegría porque todo él está ocupado constantemente por alguna o algunas de las otras tres emociones, y eso, como dice el escrito que me ha pasado mi amigo, es causa de infelicidad (en mi lenguaje: dificulta sentir bienestar emocional, sentirse bien con uno mismo y con los demás).

Por lo que a mí respecta, cada día me propongo estar más atento que el anterior para evitar entrar en la dinámica de las quejas y de las críticas (lo que no quiere decir que siempre lo logre). Por eso recomendé el otro día confeccionar la lista de los agradecimientos, para poder conectar lo más rápidamente posible con la no-queja, es decir, con lo positivo. En cuanto a las quejas sistemáticas que me puedan venir de otras personas, miro de no quedar atrapado por ellas, de mantenerme sereno y no participativo, aunque pueda generar a la vez un sentimiento de empatía, de comprensión hacia lo que le ocurre a ellas. Y lo mismo pasa con las críticas. Hay veces incluso que, para no perderme en medio de los juegos psicológicos a los que soy invitado, tengo que decir cosas como: Entiendo lo que sientes pero no lo comparto, no pienso igual que tú. Que es tanto como decir: Te tengo en consideración, me doy cuenta de lo que te pasa (que necesitas descargar tu ira, por ejemplo) pero yo no voy participar en ello porque sé que me va a causar malestar.

Sin embargo – tal como se expone en el escrito anterior – está tan extendida la costumbre de quejarse, lamentarse y criticar, que, en general, se toma como una conducta de lo más “natural”. Y eso nos pasa a todos, en mayor o menor medida. A mí me enseñaron, cuando era pequeño, que tenía que ser bueno y no criticar, pero no me enseñaron que de ello dependería mi bienestar emocional. Una vez que he llegado a la madurez, lo he aprendido, así es que, aunque por motivos diferentes de los de la niñez, vuelvo a practicar aquella enseñanza, sencillamente porque quiero estar bien, emocionalmente hablando.

1 comentario:

Chesús dijo...

Hola Chesus!

Totalmente de acuerdo contigo; que conste que me incluyo en el saco de las quejicas!

El otro día me pasaron el CD de el Secreto y la verdad es que me gustó bastante. Iba a hacer un resumen pero con el tuyo ya tengo más que suficiente, está muy bien!

Todos los escritos que me envías y me interesan los tengo guardados en una carpeta que sabes cómo se llama? "Filosofía Chesus"

Ah! una anecdota curiosa. El viernes me da mi hija la ropa sucia para lavarla y resulta que llevaba una piedra en el bolsillo. No tenía ni idea de cómo había ido a parar allí. Yo lo consideré como una prueba del destino.........esa piedra tenía que venir a mí de alguna manera. Me recordó rapidamente el Secreto. Así que la llevo encima (mi hija me dice que estoy como una cabra!) y cuando me vienen pensamientos negativos la cojo y me la paseo por las manos.

Qué cosas verdad Chesus!

Besicos.

Andrea