sábado, 30 de octubre de 2010

LOS PERSONAJES

Comúnmente, denominamos mente a lo que en realidad sólo son los pensamientos y las emociones que fluyen sin cesar en nuestro cerebro. Tenemos conciencia de que existen, en conjunto, pero no podemos hacer nada para evitarlos. De hecho, incluso cuando estamos durmiendo, los pensamientos y los deseos existen en forma de sueños.

Digo esto para centrar el tema del que querría hablar hoy, que no es otro que la relación que tenemos con los pensamientos y las emociones que se originan en nuestros cerebros.

La realidad universal es que los seres humanos nos identificamos con nuestros propios pensamientos y emociones. Es decir que construimos nuestras respectivas identidades a partir de pensamientos que tenemos y emociones que sentimos, como si ellos fueran nuestro ser real, cuando se trata solamente de la construcción de unos personajes que nos representan socialmente. Y no sólo hacemos eso, sino que también, más que relacionarnos con los demás, lo hacemos también con los personajes que, de ellos, hemos creado nosotros mismos (se trata de las famosas etiquetas de que hablé en otra oportunidad y que nos impiden relacionarnos de verdad con los demás).

Pero antes que nada, me referiré a mi propia experiencia con mi propio personaje para no derivar hacia una teorización excesiva.

Cuando era un adolescente, mi identificación se produjo con el pensamiento: “joven rebelde”, o sea, básicamente con las modas juveniles de aquellos años “sesentas” que mostraban una ruptura con las formas y las conductas sociales de las generaciones anteriores a la mía. La música, la ropa que vestía, el peinado, la barba o las patillas largas, las lecturas, las conductas desinhibidas en público, el cine y el teatro rupturistas, las manifestaciones y asambleas estudiantiles contra la Dictadura, etc. Todo ello ayudaba a ir construyendo una personalidad, o mejor dicho, una identidad con esas características. Y, sin duda, eso se produjo porque, por razones que sería muy largo analizar y que ahora no vienen al caso, yo sentía –sin darme cuenta- que me faltaba algo, que me faltaba “identidad”, que no estaba completo, y eso me producía insatisfacción. Por tanto, seguía el camino universal de todos los humanos y busqué conseguir el mayor grado de satisfacción posible en aquel momento incorporando a mi vida todas las costumbres y formas de actuar y presentarme ante los otros de aquella manera para que apoyaran mi anhelo de ser libre, de ser diferente, que era lo que yo entendía que era ser un “joven rebelde”.

Sin embargo, la realidad de la vida me fue planteando muchas dificultades para poder mantener ese deseo, la ilusión de conseguir ese objetivo. Tuve diversos problemas en el mundo laboral y también en mi actividad política. Y llegó un momento en que, frustrado, me refugié en la vida privada, en la familia, en el mundo de los afectos personales.

Muchos años después, cuando fui a una terapia emocional por primera vez, descubrí mi mundo emocional como nunca lo había hecho anteriormente. Claro que yo sabía que sentía emociones y que tenía ideas al respecto, pero nunca antes me había dado cuenta de hasta qué punto me hallaba inundado de emociones que arrastraba dentro de mí desde puede que mi primera infancia. Y fue entonces cuando decidí dedicar una buena parte de mi tiempo y de mi atención a esa “parte oscura” de mí mismo; básicamente, me decidí a sentir lo que hasta ese momento, y por las razones que fueren, no me había permitido sentir de verdad, profundamente.

Con el tiempo, he ido aprendiendo que absolutamente todos los pensamientos y las emociones que bullen dentro de mí, constituyen un material que no construyen el ser que soy realmente, sino que se trata de voces interiores que no callan nunca, que se han ido originando a lo largo de los años mezclándose entre ellas a partir de vivencias del día a día, y que he de dejar que sigan ahí (porque no puedo evitarlo) pero sin identificarme con ellas. Ni los sueños ni los pensamientos ni las emociones son el resultado de algo que yo he escogido o querido en su mayor parte.

Todos tenemos un montón de cosas aprendidas en nuestros cerebros y nos hemos ido identificando con unas y con otras, hasta haber conseguido crear un personaje con el cual nos hemos confundido. Y eso no es lo peor. Lo peor es que encima sufrimos si no podemos mantener la línea de conducta que nos exige el personaje, porque la vida, el mundo, o los otros nos lo impiden.

Llegar a ser esclavos de nuestras propias ideas, emociones o expectativas puede sucedernos (como a la mayoría de los humanos) si no estamos "del todo presentes” en nuestras propias vidas. Es más fácil vivir fantasías, algo creado por la “mente”, algo tan irreal como el personaje que, sin saberlo, empezamos a construir hace muchos años, pero, sin duda, no es nada práctico porque nos alejamos de nosotos mismos y eso nos perturba y nos causa sufrimiento.

Por contra, el ser real, lo que yo denomino la bondad esencial o fundamental, la vida, existen por debajo de todo lo que sufrimos. Pero sólo hay un camino cierto para disolver el sufrimiento y es estar atentos, contemplar nuestros pensamientos y emociones, observar nuestros hábitos mentales y nuestras reacciones adquiridos a lo largo de nuestras vidas, hacer consciente todo este material que se nos ha ido incrustando en nuestro interior desde que éramos niños. Lo que hay de inconsciente dentro de nosotros mismos nos empuja a actuar repitiendo pautas de conducta que no han sido objeto de análisis y de observación por nuestro ser consciente. Mejor dicho, casi todas nuestras actitudes a diario suelen ser conductas reactivas, hechas con poca conciencia de lo que son. Pues bien, el desorden emocional proviene en gran medida de dejarnos llevar y conducir por esos pensamientos y esas emociones, que en muchos casos son negativos, con poca o con nula participación consciente de nosotros mismos.

En mi segunda terapia, aprendí mucho sobre las emociones básicas de los seres humanos (miedo, tristeza, alegría e ira o rabia) y también sobre diversas formas de gestionar adecuadamente mi mundo emocional, pero con posterioridad he visto con más claridad que antes que yo no soy ningún personaje, que mi ser profundo existe en sí mismo y no necesita adquirir ninguna característica ajena a él mismo para sentirse pleno. Y también que no hay dos seres en mí mismo, sino que el personaje que he ido creando a lo largo de mi vidas no es más que un conjunto heterogéneo y cambiante de pensamientos y deseos que suceden dentro de mí y a los que puedo conscientemente no adherirme. La diferencia está en que no podré estar bien (ser feliz) si me adhiero a ellos (porque me esclavizan, porque me desnaturalizan) y, en cambio, puedo serlo si permanezco con suficiente Presencia, con suficiente consciencia de mí mismo cada vez que actúo, cada vez que digo algo, cada vez que escucho a alguien, etc, fuera de los momentos en que mi "mente" está concentrada (porque estoy trabajando, porque estoy estudiando, porque estoy viendo una película, con los cinco sentidos), que es cuando los pensamientos y las emociones vagan a sus anchas a lo largo y ancho de ella.

Mi experiencia personal me dice, por último, que muchos conflictos interpersonales no tendrían lugar si cada persona estuviera bien presente en sí misma cuando se relaciona con los demás. Y eso tiene que ver mucho con lo que otras veces he comentado de que podemos aprender a relacionarnos desde el “yo bien y tú bien” en vez de perseguirnos los unos a los otros, que es una de las fuentes de insatisfacción más importantes que tenemos los seres humanos.

sábado, 23 de octubre de 2010

ESTUDIOS SOBRE LA FELICIDAD

He estado bastante tiempo sin conexión con Internet. Espero recuperar el tiempo perdido. Hoy transcribo la noticia publicada en "En positivo.com" sobre unos estudios (estadísticos) que se han hecho acerca de qué es lo que produce más felicidad y más infelicidad en la gente. Naturalmente, los resultados no pueden ser muy profundos, pero nos pueden servir como pautas para tenerlas en cuenta.

El éxito no da la FELICIDAD.

El más amplio estudio científico sobre el bienestar psicológico rompe tópicos.
Tanto buscar el éxito, tanto perseguir la fama, el dinero y el poder, y al final resulta que la felicidad está en otra parte.
Según el más amplio estudio que ha investigado cómo evoluciona la felicidad a lo largo de la vida, quienes ayudan a otras personas suelen ser más felices que quienes buscan el éxito individual. Quienes encuentran el equilibrio entre trabajo, familia, amistades y ocio suelen ser más felices que que quienes anteponen su carrera a cualquier otra prioridad. Quienes cuidan su salud suelen ser más felices que quienes la pierden en los placeres de la mesa y del sofá. Y, en el caso de las mujeres, quienes conviven con un hombre que da prioridad a la familia suelen más felices que quienes viven con un hombre que da prioridad al trabajo.

El estudio, presentado este mes en la revista Proceedings de la Academia Nacional de Ciencias de EE.UU., desmiente la teoría de que la felicidad de una persona depende de su personalidad y por lo tanto apenas varía a lo largo de la vida. Esta teoría ha sido hegemónica en psicología en las tres últimas décadas, aunque ninguna investigación había analizado hasta ahora cómo evoluciona la felicidad de las poblaciones a largo plazo, informan los autores del nuevo estudio.

“Nuestros resultados demuestran que la capacidad para ser más o menos felices no es algo que nos venga dado, sino que la construimos a lo largo de la vida con las decisiones que tomamos”, ha declarado por correo electrónico Bruce Headey, investigador de la Universidad de Melbourne (Australia) y primer autor del estudio. Según Headay, no es que la personalidad no influya, pero no es lo único que influye. Ni lo más importante.

El estudio se ha basado en la Encuesta Socioeconómica de Alemania, que desde 1984 ha planteado anualmente a decenas de miles de ciudadanos preguntas relacionadas con su situación personal ycon su bienestar psicológico. Esta encuesta “proporciona la serie de datos más larga del mundo” para estudiar cómo evoluciona la felicidad, escriben los investigadores en Proceedings.

Para comprobar si la felicidad fluctúa a lo largo de la vida, los investigadores clasificaron a los encuestados según su nivel de satisfacción en el momento de responder a cada encuesta. Si la felicidad es estable, pensaron, los más felices en 1984 deberían seguir siendo los más felices en el 2008 (el último año analizado).

Pero no fue esto lo que observaron. El 38% de los encuestados variaron su lugar en la clasificación en más de 25 puntos porcentuales en estos 25 años. Un 25% había cambiado más de 33,3 puntos. Y un 12% había cambiado más de 50 puntos. (Un punto porcentual se refiere a que se divide la muestra en cien niveles, cada uno de los cuales agrupa a un 1% de las personas encuestadas; una variación de 25 puntos significa que una persona que estaba, por ejemplo, en el nivel 50 en 1984 pasó a estar en el 2008 por debajo del nivel 25 o por encima del 75.)

Estos resultados demostraban que la teoría psicológica que predecía que la felicidad no varía a largo plazo era errónea. A continuación los investigadores analizaron de qué depende que la felicidad varíe. Y descubrieron que otorgar mucha importancia al éxito profesional y al poder adquisitivo no favorece la felicidad a largo plazo. Al contrario, “priorizar los objetivos de éxito y los objetivos materiales es perjudicial para la satisfacción vital”, escriben en Proceedings.En cambio, priorizar la relación con la pareja, la relación con los hijos, los comportamientos altruistas y la participación en actividades sociales sí favorece la felicidad.

Estos resultados ofrecen una lección importante de cara a la educación de los niños, apunta Bruce Headey. Si se quiere que sean felices de mayores, es mejor enseñarles a ser altruistas que a ser competitivos. Pero no es un descubrimiento sorprendente, reconoce el investigador. Mientras los medios de comunicación hacen apología de la fama y la victoria, “en muchas escuelas e iglesias se enseña a los niños a actuar de manera generosa y altruista”, afirma.

Una segunda lección importante afecta a las relaciones de pareja. En conjunto, las personas casadas o con pareja estable expresan un nivel de satisfacción con sus vidas superior al de las personas sin pareja. Pero tener una pareja psicológicamente inestable, o bien una pareja que desatiende la relación familiar, causa una pérdida significativa de felicidad a largo plazo.

De todas las variables que influyen en la evolución de la felicidad, la más importante es el paro. Aunque el máximo bienestar psicológico se registra cuando hay un equilibrio entre trabajo y ocio, la falta de trabajo resulta mucho más perniciosa que la sobrecarga de trabajo tanto para hombres como para mujeres.

La investigación no aclara qué ocurre en el cerebro cuando una persona se siente feliz. “Es algo que aún no sabemos”, informó ayer Ignasi Morgado, catedrático de Psicobiología de la Universitat Autònoma. “Podemos explicar qué ocurre en áreas concretas del cerebro cuando una persona se siente triste. Pero la felicidad no es el contrario de la tristeza, porque una persona puede no estar triste y sin embargo no sentirse feliz. Tiene que ocurrir algo más en otras áreas del cerebro para que se dé esa sensación de bienestar que llamamos felicidad”.

Esta es un área de investigación que “aún está muy verde”, advirtió Morgado. “Desde el punto de vista de la neurobiología, nos falta una buena definición de felicidad para asegurarnos de que todos los investigadores hablamos de lo mismo cuando introducimos este concepto. Es un trabajo que aún está por hacer”.

Pero el descubrimiento de que el bienestar psicológico fluctúa a lo largo de la vida “abre un periodo estimulante en la investigación sobre la felicidad”, sostiene Bruce Headey. En esta investigación, añade, no sólo serán bienvenidos psicólogos y neurobiólogos, sino también los economistas que desarrollan indicadores para cuantificar el bienestar de las poblaciones.

Josep Corbella
Publicado en: La Vanguardia

jueves, 7 de octubre de 2010

AMAR NO ES COMPLACER POR TEMOR A LA REACCIÓN DEL OTRO

Por doloroso que nos pueda resultar, hay veces en que resultará del todo imprescindible decir NO a una persona muy próxima afectivamente a nosotros. Nos va en ello poder cambiar las cosas, es decir, el rumbo de nuestra vida, cuando ésta se encuentra maniatada por determinadas concesiones que le hemos ido haciendo durante años, concesiones que nos han impedido ser nosotros mismos, seres autónomos, adultos independientes emocionalmente en relación a esa misma persona.

Recuerdo un caso que me pasó a mí. Yo era sujeto activo, o sea, alguien que sin darse cuenta maniataba emocionalmente a la persona amiga sin dejar que fuese totalmente autónoma. Como no era consciente de lo que estaba pasando –ya digo- empecé a encontrarme extraño en la relación. Algo estaba cambiando o había cambiado y yo no sabía a qué era debido. Sin embargo, seguí intentando mantener la relación como fuera hasta que llegó un punto (al cabo de casi dos años) en que se me reveló el “secreto”. Le envié un correo electrónico diciéndole lo que percibía, esto es, que la cosa no iba bien entre nosotros, pero añadiendo que me estaba aburriendo en el tipo de relación que manteníamos y que, por eso, valía la pena que habláramos si no era mejor dejarla, al menos durante un tiempo, pues yo no me veía con ánimos de continuar. Su respuesta fue abrirme su corazón para confesarme que, efectivamente, las cosas habían cambiado hacía tiempo por su parte pero que no había tenido valor para comunicármelo por temor a hacerme daño.

Esa es mi historia de la cual saqué muchas enseñanzas. Naturalmente, mi primera reacción (no suficientemente meditada) fue agradecerle su sinceridad, pero con un tufillo de “ya te lo decía yo” que venía a indicar que tenía la razón y que, en cierto modo, me sentía engañado. Pero pronto me apercibí de que estaba imputando el “fracaso” a aquella persona; que la estaba culpabilizando de lo sucedido. Lo primero que vi, pues, fue que mi reacción no había sido adulta porque eso de culpabilizar a los demás de lo que nos pasa es la típica reacción inmadura.

Otra enseñanza que extraje de todo aquello fue la convicción de que aquella persona había estado complaciéndome por temor a hacerme daño y de que no había sido suficientemente auténtica, con lo que lo que no había hecho era atender debidamente sus necesidades emocionales y, sin saberlo, había estado manipulando nuestra relación (con la mejor buena fe, eso sí) y a mí mismo claro está.

Por eso digo que a veces no nos va a quedar más remedio que decir NO a la persona afectivamente próxima a nosotros, para así ser íntegros y coherentes con nosotros mismos, y leales con nuestros amigos, parientes o conocidos. Cuando nuestro grado de ignorancia sobre estas cuestiones es muy alto (cuando no nos damos cuenta de lo que nos está pasando) es muy fácil entrar en complacencias y en querer “salvar” a los demás, antes que dedicarnos a atender nuestras necesidades emocionales y, por tanto, a ser auténticos. Ahora bien, cuando hemos comprendido el funcionamiento básico de las relaciones emocionales entre los humanos, a mi entender resulta necesario dar un paso adelante, hacer frente al temor a herir –por ejemplo- y empezar decir NO para evitar que nos manipulen (aunque lo hagan inconscientemente). Hemos aprendido, de alguna forma, que amar a los demás no puede separarse de un cierto sacrificio, de una cierta renuncia, y por ese motivo nos encontramos a menudo bastante confusos sobre cómo actuar cuando queremos ser nosotros mismos y la persona amada está interfiriendo en nuestras decisiones (insisto, aunque no se dé cuenta). Ese patrón de conducta aprendido es el que nos conduce a los conflictos emocionales en las relaciones y a lo que se ha dado en llamar “juegos psicológicos” que tanto sufrimiento producen entre las personas.

En la vida, a mi juicio, hay diversos niveles de ser “ser humano”. Uno es el entender (cuando queremos entender algo a base de razonamientos). Otro es el comprender emocionalmente (que es el darse cuenta del que tanto hablo). Y otro el actuar. Puede ser un trayecto gradual pero el caso es que, con gradualidad o no, los tres han de estar presentes en nuestra toma de decisiones para poder cuidarnos mejor, para tenernos en cuenta a nosotros mismos suficientemente, para concedernos los derechos que en realidad nos corresponden como seres humanos que somos, y para respetar de verdad a los demás.

Sé que éste es un tema peliagudo y que, probablemente, alguien de entre los que leéis el blog, tendrá serias dudas sobre la corrección de este enfoque. Sin embargo, yo no me lo he inventado. Es algo que he visto claro en terapia y que vengo practicando hace tiempo no sin dificultades, por mi parte y por la de las personas a la que amo de verdad y que se han visto “afectadas” por este posicionamiento mío.

Volvamos al ejemplo anterior. ¿Qué ha sido de nuestra relación a partir de entonces? Pues he de decir con sinceridad que nos hemos alejado algo, pero que yo sigo teniendo en gran estima a esta persona y que me siento querido por ella. Tengo que reconocer que he aprendido a respetarla más y mejor. Sé que ciertas cosas no le van bien y lo respeto y la respeto. Pero yo también me siento más libre que antes. Es posible que una relación así haya de pasar por diversas etapas y que ahora nos encontremos en una diferente de la que tuvimos inicialmente, después de conocernos, sin que eso quiera decir que no pueda dirigirse hacia nuevas etapas. El caso es que, para mí, lo fundamental es madurar y aprender de lo que la vida te va ofreciendo. Y creo que eso es lo que hemos hecho los dos aunque nos costara un poco encarar con autenticidad y sinceridad la situación.

Pero ése es sólo un ejemplo. Podría poner bastantes más de mi propia vida. Lo fundamental es llegar a tener claro que amar o sentir afecto por una persona ha de ser perfectamente compatible con que nos sintamos libres y auténticos haciéndolo. A mi entender no es posible amar auténticamente sino es desde la libertad para hacerlo. No hay amores ni amistades auténticas que hayan sido impuestas. Y hay un tipo de imposición que proviene de nuestros propios miedos. Mejor dicho, cuanto más ames a una persona, si quieres que tu amor progrese, más has de hacerlo desde la autenticidad. Y esto no son teorías.

Claro está que hay diversas clases de amor; que no es lo mismo una amistad, que un amor de pareja que el amor entre padres/hijos/padres. Pero el tipo de problemas que solemos crearnos a nosotros mismos cuando complacemos en lugar de ser auténticos, sí que es el mismo. Si no decimos a la persona amada qué es lo que no nos va bien de sus actitudes, por ejemplo, es igual que sea tu pareja o tu padre o tu amigo, el problema será el mismo, así no construirás nada importante en el terreno de tu madurez personal y en el de la propia relación con esa persona. Además, en cierta manera, pues, por paradójico que pueda parecer, cuando complacemos (por temor a herir, por ejemplo) lo que conseguimos es impedir que la otra persona despierte y se dé cuenta de lo que está pasando en la relación.

Si de verdad amamos, hemos de ser tan auténticos como podamos para que tanto la otra persona como nosotros podamos seguir madurando como tales. Por consiguiente, hemos de estar dispuestos a no ser entendidos o mal entendidos, si llega el caso, y a aguantar la pena que nos puede producir que la otra persona nos malinterprete y se presente como una víctima de nosotros. Es doloroso, se pasa mal, pero creo que es la única manera de no seguir en el engaño mutuo que a nada conduce.

Naturalmente, ese decir NO se ha de hacer siempre adecuadamente, o sea, teniendo en cuenta a la otra persona a la hora de pronunciarlo, puesto que es digna del máximo respeto por nuestra parte (aunque no nos entienda).

miércoles, 6 de octubre de 2010

NUESTRA ENERGÍA

Ayer me quedé con las ganas de continuar mi comentario, así es que lo hago hoy ya que estoy de vacaciones durante unos días.

Los pensamientos recurrentes que dan vueltas y más vueltas por nuestra mente malgastan parte de la energía de que disponemos. Por este motivo también, pues, pienso que vale la pena estar atentos a todo lo que se mueve dentro de ella (de hecho, lo que llamamos mente es el conjunto de los propios pensamientos en un momento determinado). Naturalmente, podemos y debemos ocupar adecuadamente nuestra mente y eso es lo que hacemos cuando reflexionamos sobre algo concreto o cuando estamos trabajando y examinamos las diversas posibilidades de conseguir los objetivos que nos hemos marcado. La mente que gasta inutilmente energía es solamente la ocupada por los pensamientos dispersos, recurrentes y voraces que tan a menudo tenemos. Es lo que se llama "el parloteo incesante de la mente". Y este parloteo incluye también las emociones correspondientes.

Así es que los pensamientos que tenemos no son neutros. Unos favorecen y posibilitan la gestión adecuada de nuestros asuntos en la vida corriente y otros solamente sirven para malgastar parte de nuestra energía, en el mejor de los casos, o incluso para embotar nuestra mente y bloquearnos emocionalmente.

Hay dos maneras básicas de "estar en el mundo". Lo sé porque lo he experimentado (como cualquier persona que haya estado mínimamente atenta a los movimientos de su mente). Cuando hace tiempo me encontré bloqueado emocionalmente, no había manera de salir del bloqueo. Aunque sabía que era un bloqueo, saberlo no era suficiente para salir de él. Esa es una manera de "estar en el mundo" de los humanos. Ocupados por el trajín sin freno de la propia mente. Y otra, muy diferente, es tener en cuenta que los pensamientos van y vienen más o menos arbitrariamente (y las emociones que los siguen) y verlos venir e irse sin dejarse arrastrar o aprisionar por ellos.

Ahora mismo recuerdo a dos profesores de mi primera infancia que me pegaron sendas palizas por unos hechos insignificantes (vistos por mí ahora que soy adulto). Emocionalmente, me hicieron mucho daño. Quizás condicionaron mi vida durante muchos años. Pues bien, esta mañana, rememorando aquellos sucesos, he visto con nuevos ojos la conducta de estas dos personas. Me he dado cuenta, por primera vez en mi vida, que ellos fueron presa absoluta de sus pensamientos y de sus emociones en aquellos momentos en que sucedió todo. No los disculpo, pero entiendo cómo pasó todo aquello. La rabia que sintieron los arrastró hasta pegarme las palizas correspondientes con manos, puños y pies incluso. Este es un buen ejemplo de lo que acabo de decir.

Mucha gente sabe ya que los seres vivios somos, fundamentalmente, energía. La misma energía básica que compone el Universo y el Cosmos. Pues bien, cuando no somos capaces de ver nuestros pensamientos recurrentes y nuestras emociones negativas que nos arrastran, lo que sucede es que nos apartamos, en realidad, del torrente de energía que somos y en consecuencia, a parte de que podemos enfermar a la larga, sólo seremos capaces de actuar negativamente contra los demás y contra nosotros mismos.

La segunda de las maneras de estar en el mundo a la que me he referido antes requiere una actitud de mínima observación de los movimientos de nuestra mente, pero también un cambio de actitud. Se trata de querer salir de esa maraña neurótica en que a veces se encuentra nuestra mente. De querer estar bien. De querer sentir bienestar; auténtico bienestar. Y, por último, requiere asímismo que pongamos los medios para conseguirlo, es decir, actuando en esa dirección, teniendo acciones positivas para liberarnos de las emociones negativas.

Estamos conectados a una fuente de energía positiva inagotable, que es la vida misma. De nosotros depende estar o no habitualmente conectados a ella. La condición indispensable es la atención a nuestros pensamientos y emociones. Si lo hacemos así, nuestra energía no disminuirá y podremos gestionar (como se dice ahora) adecuadamente nuestras vidas. Bueno, esa es mi experiencia y mi punto de vista.

martes, 5 de octubre de 2010

VIVIR NUESTRA PROPIA VIDA

Hoy voy a permitirme profundizar un poco más en mis reflexiones sobre el asunto que nos ocupa desde hace más de un año. No sé si el texto no resultará un poco árido o íncluso arduo para algunos lectores, pero he de probar a publicarlo para ver si puedo seguir en esta línea. Sería muy de agradecer que algún lector que tuviera alguna opinión sobre esta entrada, publicara un comentario al respecto o lo dirigiera a mi dirección de correo electrónico. Y lo más interesante sería que se abriera un debate sobre estas cuestiones. Sé que hay lectores del blog que practican meditación o hacen yoga, y otros que han participado en cursos sobre diversas formas de terapia; pues bien, sus contribuciones serían muy bien recibidas, así como las de quien, sin haber hecho nada de todo eso, tenga una opinión que quiera exponer.

Vamos con "Vivir nuestra propia vida":

Una de las cosas a las que he dedicado más tiempo a lo largo de mi vida es a intentar averiguar en qué consistía eso de mi propio vivir; o dicho de otro modo, a ver cual podía ser la esencia (lo más importante) de mi vida. Era algo que se me escapaba con suma facilidad. Además tenía que contar con el hecho de que me daba cuenta de los cambios que se iban operando en mí y en mis objetivos (principales y secundarios) con el transcurso de los años.

El núcleo de la cuestión está, para mí, en qué quiero decir cuando digo “mío” o “tuyo” y sobre todo “yo” o “tú”. Y no es una cuestión sin importancia, aunque pueda parecerlo a primera vista.

Recuerdo que escribí una vez un poema que se titulaba VER, en el que yo dialogaba con VER como si fuera alguien distinto de mí (o de mi capacidad para ver). Es decir, intentaba experimentar algo parecido a que “no era yo quien veía” lo que fuera, sino que quien veía era algo que yo llamaba VER, esto es la pura función de ver. Y fue una experiencia interesante porque, al final, pude intuir que eso de “ser yo” no está tan claro.

Cuando fui a mi segunda terapia, me encontraba en un punto de mi existencia en que tenía ciertos bloqueos emocionales que me impedían “sentir la alegría” de vivir. Al principio no era capaz de separarme yo mismo del bloqueo que sentía, o sea que me confundía con el propio bloqueo (estaba bloqueado). Poco a poco conseguí ver el bloqueo como algo separado de mí mismo, aunque, naturalmente, seguía afectándome. Y, finalmente, un día, el bloqueo desapareció y, por decirlo así, me quedé yo sólo, sin el bloqueo.

Mi punto de vista es que cuando venimos al mundo, lo hacemos con una identidad vacía, sin condicionamientos previos, vírgenes (aunque podamos haber heredado ciertas inclinaciones o tendencias por vía genética), sin “ser un yo” todavía, pero después tenemos que aprender a vivir como humanos y, por tanto, no podemos evitar que se incorporen toda clase de normas y aprendizajes que acabaran conformando el “yo que somos”, ese que responde a nuestro nombre propio. Quiero decir con esto que en mi caso, por ejemplo, Jesús no existía al nacer, sino que se ha (y lo he) ido construyendo con los años. El “yo”, por consiguiente, es una pura construcción mental y emocional que nos sirve para desenvolvernos en la vida y en la vida social sobre todo.

A este respecto, conviene tener en cuenta que mil veces que naciéramos, mil veces seríamos distintos aunque cada “yo” (cada vida nueva) se llamara, en mi caso, mil veces Jesús.

Es en la esfera de ese “yo” aprendido en donde se dan los conflictos emocionales y también los mentales, por eso cuando tenemos problemas emocionales de importancia (el malestar al que me he referido a menudo) lo que nos ocurre es que nos identificamos con lo que nos pasa y no hay manera de deshacernos de ello a no ser que hagamos un trabajo terapéutico. Por ejemplo, si yo me siento ofendido por un comentario que me ha hecho otra persona, puedo llegar a sentir que “todo yo soy” enfado, rabia o “ser que se siente molesto”, sin resquicios, absolutamente. Y eso es el bloqueo emocional. Sin embargo, yendo al fondo del asunto, podríamos ver que esa persona me ha ofendido porque “yo era ofendible por él” (valga la expresión), o sea porque hay una parte mía en el asunto, porque yo le he cedido el poder de ofenderme aunque no me haya dado cuenta de ello (por eso se suele decir aquello de: no ofende quien quiere sino quien puede).

Pero es que resulta que esa actitud de ofenderse o de sentirse ofendido no es más que una actitud o conducta aprendidas a lo largo de nuestra vida, como tantas otras. ¿Quién no ha oído decir o ha dicho alguna vez algo así como: Es que hay cosas que no se pueden tolerar. En este caso, lo que hemos aprendido, pues, es a tener determinadas reacciones ante determinadas conductas de los demás. Y está claro que el conjunto de las actitudes reactivas conforman en gran manera lo que llamamos "yo" cada uno de nosotros por su cuenta.

Si somos capaces, poco a poco, de ir detectando cuáles son las normas y los condicionamientos que, durante nuestro aprendizaje como humanos, han ido configurando el “yo” reactivo que responde con nuestro propio nombre, podremos ir decidiendo por nosotros mismos cómo queremos vivir y con qué normas queremos hacerlo. Se trata, en realidad, de no quedar atrapados por un “yo aprendido”, sino de ser lo que uno quiere ser y vivirlo sabiendo que no es una entidad estable, sino que va cambiando a lo largo de la vida. A última hora, de esta manera, no haremos nada distinto de lo que ocurre en la naturaleza, en donde todo cambia constantemente.

Un maestro Zen dijo en una ocasión que nosotros somos (nuestras respectivas identidades como “yo”) como un remolino que se forma en un río, porque siempre conserva la misma forma o aspecto, pero el agua que lo forma nunca es la misma.

Sabiendo esto, creo que lo más acertado sería que cada uno de nosotros viviera su respectiva vida como un descubrimiento permanente, sin apegos que nos bloqueen, como un viajar ligero, teniendo en cuenta que la esencia del vivir humano está justamente en entregarnos a nuestra propia existencia individual con la máxima inspiración en cada momento, sacándole todo el jugo a la experiencia del presente. Y no hay que preocuparse por “ser buenos y generosos” (más de uno habrá pensado seguramente que mi escrito de hoy está lleno de egocentrismo) porque, a mi entender, cuanto más auténtico es uno mismo y cuanto más se ha podido liberar de los condicionamientos del “yo” que somos socialmente (y, por tanto, de los bloqueos emocionales que nos llevan al malestar individual, familiar y social), más fácilmente habrá de brotar y habrá de surgir en nosotros la bondad natural existente en el fondo del corazón humano, los pensamientos, los sentimientos y las acciones que configuran la FELICIDAD humana en definitiva.