domingo, 25 de abril de 2010

LOS HABITOS MENTALES NEGATIVOS

10-04-23

Cada uno de nosotros es el creador de su propio presente y, en consecuencia, de su propio futuro.

No solemos darnos cuenta de ello, pero continuamente estamos creando nuestro presente y nuestro futuro a través de lo que pensamos y de las conductas que se derivan de ello. Hay muchos pensamientos que son reiterativos, y algunos de ellos son claramente negativos. Pues bien, si quedamos atrapados por el hábito de tener esos pensamientos negativos, estaremos construyendo nuestro presente y nuestro futuro de forma negativa. He aquí por qué es tan importante darnos cuenta de que tenemos ese tipo de pensamientos reiterativos y negativos.

Si sentimos que estamos solos y no paramos de confirmar mentalmente este sentimiento, es seguro que tendremos más soledad en el futuro porque las nuevas situaciones de soledad confirmarán ese primer sentimiento que teníamos. Todo eso ocurre involuntariamente dentro de nuestro cerebro. No hace falta que nos demos cuenta de lo que está pasando. Sencillamente, los pensamientos repetidos crean un hábito mental, y el hábito mental, para que funcione y produzca sus efectos, no necesita de la consciencia o del darse cuenta por parte del sujeto.

Lo mismo pasa con todos los demás sentimientos: el miedo, la tristeza, la queja, las dudas, e incluso con el de creer que uno está enfermo, y por eso, una persona que se diga a sí misma reiteradamente que está enferma o tenga miedo constantemente a caer enferma, acabará enfermando, con toda seguridad.

Con relación al hábito de dudar, quiero transcribir unos minutos de la entrevista que le hicieron hace pocos días a Sesha, filósofo y practicante de la meditación vedanta advaita en el programa “L’ofici de viure” de Catalunya Radio, bajo el título “Aprendre a no dubtar” (aprender a no dudar):

Con la duda, te sumerges en un estado psicológico el cual, por la continua repetición y afirmación, acabas convirtiéndolo en un hábito del cual no puedes salir.

La duda te lleva necesariamente a un extremo psicológico (…) y su reafirmación lleva al hábito y, por lo tanto, a una conducta que es inestable. La duda te sumerge en la inquietud (…) y te lleva al conflicto.

El sufrimiento es un hábito mental, una manera de reaccionar ante las circunstancias (…) comparamos nuestras vivencias con situaciones dañinas o caóticas, y convertimos el conflicto en una razón de recuerdo.
Recomiendo escuchar entera la entrevista en el podcast del programa porque es muy interesante. Además, fue hecha en castellano porque Sesha es colombiano y no habla catalán.

Pues bien, sigamos con mi reflexión sobre los hábitos mentales negativos.

Según lo veo yo, está al alcance de todas las personas cambiar la situación de dependencia de los hábitos mentales negativos. Una técnica – de la que ya hemos hablado en este blog – es la de estar atentos para no pensar negativamente y, en cambio, pensar positivamente (“El Secreto”), pero creo que podemos hacer algo más que es darnos cuenta de los mecanismos por los que los pensamientos negativos se convierten en hábitos mentales negativos. Ahora bien, para esto último, nos hace falta distanciarnos de nuestra mente, es decir, reconocer que nosotros (seamos lo que seamos o quienes seamos en el fondo más hondo existencialmente, espiritualmente o metafísicamente) somos en cierta manera diferentes de nuestra mente respectiva, porque, si no, no podríamos reflexionar sobre ella como si fuera un objeto exterior a nosotros.

Por ese camino, podemos llegar a reconocer fácilmente que hay una parte de nuestra mente que tiene adquirido un hábito de pensar negativamente y también que, cuando se dan unas determinadas condiciones, ese hábito se convierte en una conducta que reiteramos frecuentemente, que es negativa para nosotros y, probablemente, para los que nos rodean,.

Si queremos desprendernos de nuestros hábitos mentales negativos, tenemos que hacer este ejercicio de separarnos de nuestra mente condicionada o afectada por los hábitos negativos para poder dar los siguientes pasos, que no son sino decirnos a nosotros mismos: yo no soy esa mente que tiene el hábito negativo, yo en realidad no quiero seguir pensando eso, no quiero actuar de esa manera, no me quiero hacer daño a mí mismo, no quiero hacer daño a los demás.

Es cuestión de cambiar nuestras actitudes. Pasar de no darnos cuenta de cómo funciona nuestra mente, a un estar atento y descubrirlo. Pasar de un actuar mecánicamente o reactivamente de acuerdo con esos hábitos mentales negativos, y decidir actuar autónomamente y positivamente. Pero para conseguirlo, falta algo más: querer cambiar.

Querer cambiar, cuando de hábitos mentales negativos se trata, es querer estar bien. Sin esa voluntad de estar bien, de estar sano, de no tener dependencias de ese tipo, no se puede resolver el asunto porque los hábitos mentales negativos son una forma más de adicción. Nuestra mente tiene una adicción negativa y, para salir de ella, es imprescindible una voluntad de cambio, a parte de haber reconocido el aspecto negativo del hábito.

Las preguntas claves son: ¿Quiero salir de la adicción que tiene mi mente? ¿Estoy dispuesto a no dejarme arrastrar por sus hábitos negativos? ¿Reconozco que esos hábitos me hacen daño? ¿Quiero estar bien?

Cada vez que se dé la circunstancia que provoca la conducta que no deseamos, hay que detenerse a pensar y decirse: ¿Qué es lo que quiere mi mente? ¿Qué es lo que quiero yo? Al principio es absolutamente necesario formularse las preguntas, pero paulatinamente, a medida que hagamos el ejercicio, no hará falta repetirlo tan insistentemente, porque cada vez que consigamos llevar a cabo la acción positiva que deseemos, reforzaremos nuestra voluntad y nuestro deseo de estar bien y, por tanto, tendremos más energía para acometer las siguientes situaciones que se nos presenten.

La tristeza persistente es también un hábito mental negativo. Y lo mismo pasa con el miedo. Y con la rabia o el enfado permanente. Hay personas que siempre están enfadadas y se limitan a manifestarlo públicamente en todos los lados: en casa con la familia, en el trabajo con los compañeros, con los amigos, etc. Y hay otros que todo lo ven negativo habitualmente: todo va mal, todo es una m…, la situación es desastrosa, nada funciona, etc. Son sólo algunos de los muchos hábitos mentales negativos que tenemos que cambiar si queremos ir al encuentro de nuestro bienestar emocional.

Así pues, quiero acabar reiterando que, a mi juicio, cada uno de nosotros es el creador de su presente y, por tanto, de su futuro y de su destino, y de aquí la importancia enorme de cambiar nuestros hábitos mentales negativos. Si no lo hacemos, es seguro para mí que acabaremos teniendo un montón de experiencias negativas en nuestra vida.

sábado, 17 de abril de 2010

ALFONSO (autoestima, orgullo y humildad)

10-04-17

Mis reflexiones sobre estos asuntos forman parte de un proceso que es mi propio proceso de sanación emocional. Por consiguiente, tengo que reiterar que esas reflexiones no provienen de manuales de psicología o de otro orden, ni quiero que sean especulaciones más bien teóricas. Insisto –como otras veces- que yo hablo desde lo que he experimentado o experimento, es decir, desde mi corazón. Y hecha esta salvedad, voy a referirme a los temas propuestos por Alfonso en su comentario.

Comenzaré por transcribir los interrogantes que se me abrieron cuando lo leí:

¿Qué clase de sentimiento es el orgullo? ¿Y la humildad? ¿Qué es el ego? ¿Por qué nos podemos sentir inferiores a otros? ¿Por qué sentimos miedo a ser heridos? ¿Puede convertirse el sentimiento de autoestima en el de orgullo?
¿Hay personas orgullosas? ¿Lo son siempre y únicamente las que tienen miedo a ser heridas?

Yo parto –como ya sabemos- de que existen cuatro emociones básicas (alegría, miedo, tristeza y rabia) y de que todas las demás emociones que podamos etiquetar con denominaciones diferentes son, en realidad, subsumibles en alguna de estas cuatro. Naturalmente, de todas ellas, la única emoción claramente positiva es la alegría.

Otra de mis convicciones es que cada persona es única e irrepetible, por lo que cada uno tiene una forma y un ritmo propios de ir hacia el bienestar, o sea, un camino singular. Pero eso no quiere decir que los humanos seamos tan diferentes unos de otros como para no sentir las mismas cosas. Todos sentimos las cuatro emociones. Pero, no obstante, cada uno de nosotros va “etiquetando” con sus sentimientos lo que le va sucediendo, en función de sus características personales (constitución genética, experiencias, entorno familiar y social, aprendizajes, educación, etc.).

Pues bien, en mi caso, la etiqueta “orgullo” me la colgaron los adultos de mi entorno desde muy jovencito. Incluso hoy en día todavía hay quien me la cuelga (y el caso es que mi última terapeuta me aseguró que, a su entender, yo “no era orgulloso”). Desde entonces, he tenido que ir por mi vida con una especie de losa encima de mis espaldas, añadida a muchas otras, que me provocaba además un cierto sentimiento de culpa, sentimiento que, por cierto, ya no conservo.

A mi entender, los adultos que me etiquetaron así podrían haber hecho un mejor trabajo en mi caso si se hubieran dado cuenta de que yo tenía la autoestima por los suelos. Hicieron lo que pudieron. No sabían más. De acuerdo. Pero eso no quiere decir que en ese sentido, me ayudaran mucho, a madurar emocionalmente. Así es que, al menos en mi caso, el orgullo no se convirtió en autoestima, sino que, por decirlo así, un cierto sentimiento (al que luego le pondré nombre en vez del de orgullo) convivió dentro de mí con una situación de baja autoestima.

Por lo que a mí respecta, lo que hubo fue mucha rabia. Si el niño que yo fui se sintió dejado de lado y desprotegido, era lógico que desarrollara las tres emociones “negativas”: rabia, miedo y tristeza. Y así fue. No el orgullo. ¿Orgullo de qué? ¿Orgullo de sentirse sólo y poco querido un niño entre los 3 y los 6 ó 7 años?

Y eso fue lo que encontré dentro de mí cuando fui a terapia emocional. Un hombre que había crecido físicamente, intelectualmente, profesionalmente, socialmente, familiarmente, etc., pero con un niño interior herido: triste, que se sentía desprotegido y que tenía mucha rabia acumulada. Por otra parte, un niño que había recibido mensajes del tipo: “tienes que ser bueno y generoso”, “tienes que ser más humilde”, “no tienes que ser egoísta”, “no tienes que ser tan orgulloso”, etc.

La línea terapéutica que yo he seguido (y sigo por mí mismo) comienza, pues, por darle la vuelta a todo esto. Te ayuda a que conectes con lo que realmente sientes y con lo que realmente necesitas (no con las ideas o con los sentimientos o necesidades que te han sido inculcados). Y a continuación, te enseña métodos para expresar y sanear lo que sea necesario. Por otra parte, te invita a ser auténtico, es decir, a mostrarte tal como eres, sin temor, porque es la única manera de sentirse bien (nadie puede sentirse bien si no se siente y actúa como en realidad es). Obviamente, en este camino, se consigue recuperar parte de la autoestima perdida y, en definitiva, solventar los problemas y las dudas emocionales que se arrastran desde niño, hasta llegar a ser cada día una persona más adulta.

Por lo que se refiere a las relaciones con los demás, hay algo en lo que he insistido desde un principio en mis entradas en el blog: podemos y debemos (si queremos estar bien) actuar desde el Yo bien y Tú bien.

La cualidad de la humildad en la que Alfonso insiste sería, más bien, para mí, la de la naturalidad (de hecho, los “sabios” no aceptan que sean humildes, sino naturales, que son como son, como todo el mundo). Yo soy como soy y quiero que se me respete mi forma de ser, porque tengo derecho a ser respetado por el solo hecho de ser persona, y con mi peculiaridad y particularidades; pero yo también te respeto a ti como eres, no te persigo, no te manipulo, no te seduzco, etc. El bienestar individual y colectivo provienen, precisamente, del respeto entre las personas. Claro está que a esa naturalidad se le pueden añadir más cualidades, como por ejemplo la de poder reconocer tranquilamente los propios defectos y el hecho de que nunca se acaba de aprender del todo.

Y ahora que me refiero al aprendizaje, he de añadir que una de las cosas que ha quedado más impresa dentro de mí es que aprender y saber son cualidades del corazón, no cualidades preferentemente intelectuales. Es decir, si avanzamos en nuestra maduración personal, es porque nuestro corazón está cada vez más despierto y es capaz de sentir más empatía hacia los demás, de amar más y mejor en definitiva.

Los complejos y los miedos que podamos sentir sólo los podemos resolver, precisamente, mejorando nuestra autoestima de la manera que acabo de describir. No soy de la opinión de que la autoestima –tal como ya la he descrito- nos pueda llevar al orgullo en el sentido que dice Alfonso. Pienso que no hay que tener miedo a seguir creciendo y madurando emocionalmente, porque la maduración, si es cierta, sólo nos puede llevar al Yo bien y Tú bien, es decir, al respeto, a la empatía y al amor.

Una sociedad llena de individuos que hubiesen madurado de esta forma, sería sin duda una sociedad adulta, crecida, empática, con valores, amante de la paz, capaz de priorizar lo positivo, y feliz en al fin y a la postre.

Me quedan por decir tres cosas más.

Por un lado que, a mi juicio, no hay personas orgullosas o humildes, sino situaciones personales en que cada individuo se puede encontrar en un momento determinado de su vida que le comporten tener conductas más o menos egocéntricas. Por eso lo más importante es cambiar nuestras actitudes. Pasar del miedo al fracaso o al daño que nos puedan hacer (el miedo es el principal enemigo en nuestro camino hacia el bienestar), a sentirnos seguros en nosotros mismos, llenos de nuestro propio poder sobre nosotros mismos, sin delegarlo en nadie, sin cederlo a otros, sin dependencias emocionales.

Por otro lado, reconozco que una de mis convicciones más profundas es que nuestra verdadera naturaleza, como seres humanos, es la bondad, lo que yo llamo la "bondad básica" y otros la "bondad fundamental" o nuestra "verdadera naturaleza". Hoy en día hay gente que declara haber conectado con su “verdadera esencia” después de haber pasado una crisis importante. Pues bien, para mí esa conexión comporta necesariamente ir hacia los demás, el Yo bien y Tú bien, la empatía. Si no, ¿cómo se explica que, a pesar de todo, las personas, en general, queramos ser felices y que todo el mundo sea feliz? Por eso no debemos temer ser naturales y auténticos. Al contrario, lo que debería preocuparnos es no practicar la autenticidad porque, en ese caso, vamos en contra de nosotros mismos, de lo que somos realmente: bondad.

Y, finalmente, y en cuanto al “ego”, he de manifestar que, para mí, es un término que viene a resumir todo el complejo mundo de las ideas, pensamientos, emociones, que se van superponiendo a lo largo de nuestra vida por encima de esa bondad básica que somos, la mayor parte de las veces de una manera involuntaria e/o inconsciente. Por tanto, es bueno y necesario conectar con la bondad tan a menudo como podamos (a través de la meditación, por ejemplo) pero opino que eso no es suficiente. Además de practicar técnicas como la meditación, es necesario muchas veces seguir un proceso terapéutico de tipo emocional, ya que las “incrustaciones” de esta naturaleza en nuestro corazón pueden ser muy duras y difíciles de disolver.

Gracias Alfonso. No sé si he opinado exactamente sobre lo que me pedías, pero espero que en parte, al menos, sí.

viernes, 9 de abril de 2010

LOS MALENTENDIDOS

El 6 de abril de 2010, ANDREA escribió:

Hola Chesús!

Bueno, me he leído este primer mensaje tuyo (EMOCIONES Y SENTIMIENTOS), (me parece que tengo 3 más pendientes) y me gustaría preguntarte una cosa. ¿No tienes la sensación de que eres tú el que siempre das tu brazo a torcer? Me refiero a que como tenemos ese carácter mediador (¡debe de ser nuestra naturaleza!) siempre tendemos a dar el primer paso para que todo el mundo esté bien. Si decimos lo que sentimos luego nos sabe mal y acabamos disculpándonos o dando más explicaciones de las que generalmente da la gente, ¿no te parece?

El tú bien yo bien siempre acaba yendo en detrimento tuyo por el "bien" general de todos. Nos sentimos mejor así que manteniendo quizás la postura que nos es más favorable a nosotros mismos. No sé si me entiendes. Y claro, yo me pregunto: ¿nos tenemos que conformar con nuestra naturaleza? ¿No podemos adecuarla un poquitín a los tiempos que corren? Más que nada es para no tener la sensación de que "abusan" o se "aprovechan" de tu empuje.

"Ser conscientes de quien somos y conocer nuestra reacción para dominar nuestro comportamiento de manera adaptativa con evolución positiva". Y vuelvo a decir yo: si nos vamos adaptando tanto ¿no acabaremos perdiendo nuestra identidad?

No sé Chesús, ésto es muy complicao!

Seguiré leyéndome tus mensajitos......estamos en contacto!

------------------------------------------------------------------------------------------------------------

LOS MALENTENDIDOS

10-04-09

Hola Andrea:

Hemos hablado muchas veces de algo que se llama complacer. ¿Te acuerdas? Pero, ¿por qué complacemos? (sobre todo cuando lo hacemos compulsivamente). Pues lo hacemos porque tenemos algo mal entendido desde que éramos pequeños: que si no complacemos no nos van a querer o no nos van a querer tanto como lo que necesitamos. Así de fácil. Llámalo "no querer malos rollos", "que haya paz", "sin discusiones", etc., como quieras, pero es lo mismo: tenemos que ser buenos chicos si queremos que nos quieran.

El malentendido viene de cuando éramos pequeños. Así lo sentimos entonces, sin darnos cuenta de que nuestros padres nos querían tanto si éramos así como de otra manera. ¿No tienes hermanos que eran más pasotas que tú en ese sentido? (yo sí). ¿Y qué pasaba? Que mis padres los querían igual.

Pues bien, ese malentendido lo hemos ido aplicando a lo largo de nuestra vida y hoy aún seguimos en ello. Pero podemos cambiar nuestros hábitos, podemos cambiar nuestras actitudes, y ahí está el secreto para llegar al soñado BIENESTAR básico y habitual.

Hay que partir de la base de que somos personas y que, como tales, por ese sólo hecho, tenemos derecho a que se nos respete tal como somos. Por lo tanto, podemos y tenemos el derecho a decir lo que pensamos, siempre y cuando respetemos a los demás al hacerlo. La base de la autoestima está en tener claro ese derecho a ser como somos y el derecho a poder exigir que se nos respete. Si partimos de una buena autoestima, nos daremos cuenta de que "no tenemos que ser buenos" para que nos amen, sino que tenemos que ser como somos, o sea, auténticos. La gente acaba amando la autenticidad de los demás por encima de todo.

Por tanto, no tenemos que dar nuestro brazo a torcer - y menos, siempre - sino intentar ser lo más auténticos posibles, teniendo en cuenta el derecho de los demás a ser respetados, diciendo y haciendo lo que creemos que debemos decir y hacer.

Si no somos suficientemente auténticos, complaceremos y aguantaremos, y ya se sabe que aguantar genera mucha rabia. Por eso nos quejamos de que siempre nos toca a nosotros bailar con la más fea o el más feo, porque aguantamos, porque actuamos en contra de nuestras necesidades emocionales personales. Y, claro, después vienen las quejas y los cabreos.

Por otra parte, si nos amamos suficientemente a nosotros mismos (autoestima) no permitiremos que abusen de nosotros. No se trata tanto de pedir a los otros que no sean abusones, sino de decirles que no lo toleraremos. Depende más de nosotros mismos que de los demás conseguir que te respeten.

Aunque pueda sonarte a chino, te diré que nuestra verdadera naturaleza es bondad (en todos los casos) y no estos problemillas emocionales que vamos descubriendo dentro de nosotros, que no son sino lo que hemos ido adquiriendo inconscientemente durante la vida y que se ha superpuesto sobre esa bondad básica que somos. ¿No es verdad que queremos que todo vaya bien? ¿Que el mundo funcione justamente? ¿Que la gente sea feliz? ¿Y por qué crees que nos pasa eso a pesar de todos los pesares? Pues porque somos bondad básica en el fondo de nuestro corazón (que no quiere decir tener que complacer, eh?)

A mí más que "dominar nuestro comportamiento" me gusta decir: buscar el bienestar emocional propio y actuar desde el Yo bien y Tú bien, huyendo de las conductas puramente reactivas (me insultan, pues insulto) que llevan al malestar. Es muy profundo todo esto pero no creas que es tan difícil de aprender. Eso sí, hay que prestar atención a (ser conscientes de) lo que hacemos y a/de lo que decimos (sobre todo al principio).