sábado, 17 de abril de 2010

ALFONSO (autoestima, orgullo y humildad)

10-04-17

Mis reflexiones sobre estos asuntos forman parte de un proceso que es mi propio proceso de sanación emocional. Por consiguiente, tengo que reiterar que esas reflexiones no provienen de manuales de psicología o de otro orden, ni quiero que sean especulaciones más bien teóricas. Insisto –como otras veces- que yo hablo desde lo que he experimentado o experimento, es decir, desde mi corazón. Y hecha esta salvedad, voy a referirme a los temas propuestos por Alfonso en su comentario.

Comenzaré por transcribir los interrogantes que se me abrieron cuando lo leí:

¿Qué clase de sentimiento es el orgullo? ¿Y la humildad? ¿Qué es el ego? ¿Por qué nos podemos sentir inferiores a otros? ¿Por qué sentimos miedo a ser heridos? ¿Puede convertirse el sentimiento de autoestima en el de orgullo?
¿Hay personas orgullosas? ¿Lo son siempre y únicamente las que tienen miedo a ser heridas?

Yo parto –como ya sabemos- de que existen cuatro emociones básicas (alegría, miedo, tristeza y rabia) y de que todas las demás emociones que podamos etiquetar con denominaciones diferentes son, en realidad, subsumibles en alguna de estas cuatro. Naturalmente, de todas ellas, la única emoción claramente positiva es la alegría.

Otra de mis convicciones es que cada persona es única e irrepetible, por lo que cada uno tiene una forma y un ritmo propios de ir hacia el bienestar, o sea, un camino singular. Pero eso no quiere decir que los humanos seamos tan diferentes unos de otros como para no sentir las mismas cosas. Todos sentimos las cuatro emociones. Pero, no obstante, cada uno de nosotros va “etiquetando” con sus sentimientos lo que le va sucediendo, en función de sus características personales (constitución genética, experiencias, entorno familiar y social, aprendizajes, educación, etc.).

Pues bien, en mi caso, la etiqueta “orgullo” me la colgaron los adultos de mi entorno desde muy jovencito. Incluso hoy en día todavía hay quien me la cuelga (y el caso es que mi última terapeuta me aseguró que, a su entender, yo “no era orgulloso”). Desde entonces, he tenido que ir por mi vida con una especie de losa encima de mis espaldas, añadida a muchas otras, que me provocaba además un cierto sentimiento de culpa, sentimiento que, por cierto, ya no conservo.

A mi entender, los adultos que me etiquetaron así podrían haber hecho un mejor trabajo en mi caso si se hubieran dado cuenta de que yo tenía la autoestima por los suelos. Hicieron lo que pudieron. No sabían más. De acuerdo. Pero eso no quiere decir que en ese sentido, me ayudaran mucho, a madurar emocionalmente. Así es que, al menos en mi caso, el orgullo no se convirtió en autoestima, sino que, por decirlo así, un cierto sentimiento (al que luego le pondré nombre en vez del de orgullo) convivió dentro de mí con una situación de baja autoestima.

Por lo que a mí respecta, lo que hubo fue mucha rabia. Si el niño que yo fui se sintió dejado de lado y desprotegido, era lógico que desarrollara las tres emociones “negativas”: rabia, miedo y tristeza. Y así fue. No el orgullo. ¿Orgullo de qué? ¿Orgullo de sentirse sólo y poco querido un niño entre los 3 y los 6 ó 7 años?

Y eso fue lo que encontré dentro de mí cuando fui a terapia emocional. Un hombre que había crecido físicamente, intelectualmente, profesionalmente, socialmente, familiarmente, etc., pero con un niño interior herido: triste, que se sentía desprotegido y que tenía mucha rabia acumulada. Por otra parte, un niño que había recibido mensajes del tipo: “tienes que ser bueno y generoso”, “tienes que ser más humilde”, “no tienes que ser egoísta”, “no tienes que ser tan orgulloso”, etc.

La línea terapéutica que yo he seguido (y sigo por mí mismo) comienza, pues, por darle la vuelta a todo esto. Te ayuda a que conectes con lo que realmente sientes y con lo que realmente necesitas (no con las ideas o con los sentimientos o necesidades que te han sido inculcados). Y a continuación, te enseña métodos para expresar y sanear lo que sea necesario. Por otra parte, te invita a ser auténtico, es decir, a mostrarte tal como eres, sin temor, porque es la única manera de sentirse bien (nadie puede sentirse bien si no se siente y actúa como en realidad es). Obviamente, en este camino, se consigue recuperar parte de la autoestima perdida y, en definitiva, solventar los problemas y las dudas emocionales que se arrastran desde niño, hasta llegar a ser cada día una persona más adulta.

Por lo que se refiere a las relaciones con los demás, hay algo en lo que he insistido desde un principio en mis entradas en el blog: podemos y debemos (si queremos estar bien) actuar desde el Yo bien y Tú bien.

La cualidad de la humildad en la que Alfonso insiste sería, más bien, para mí, la de la naturalidad (de hecho, los “sabios” no aceptan que sean humildes, sino naturales, que son como son, como todo el mundo). Yo soy como soy y quiero que se me respete mi forma de ser, porque tengo derecho a ser respetado por el solo hecho de ser persona, y con mi peculiaridad y particularidades; pero yo también te respeto a ti como eres, no te persigo, no te manipulo, no te seduzco, etc. El bienestar individual y colectivo provienen, precisamente, del respeto entre las personas. Claro está que a esa naturalidad se le pueden añadir más cualidades, como por ejemplo la de poder reconocer tranquilamente los propios defectos y el hecho de que nunca se acaba de aprender del todo.

Y ahora que me refiero al aprendizaje, he de añadir que una de las cosas que ha quedado más impresa dentro de mí es que aprender y saber son cualidades del corazón, no cualidades preferentemente intelectuales. Es decir, si avanzamos en nuestra maduración personal, es porque nuestro corazón está cada vez más despierto y es capaz de sentir más empatía hacia los demás, de amar más y mejor en definitiva.

Los complejos y los miedos que podamos sentir sólo los podemos resolver, precisamente, mejorando nuestra autoestima de la manera que acabo de describir. No soy de la opinión de que la autoestima –tal como ya la he descrito- nos pueda llevar al orgullo en el sentido que dice Alfonso. Pienso que no hay que tener miedo a seguir creciendo y madurando emocionalmente, porque la maduración, si es cierta, sólo nos puede llevar al Yo bien y Tú bien, es decir, al respeto, a la empatía y al amor.

Una sociedad llena de individuos que hubiesen madurado de esta forma, sería sin duda una sociedad adulta, crecida, empática, con valores, amante de la paz, capaz de priorizar lo positivo, y feliz en al fin y a la postre.

Me quedan por decir tres cosas más.

Por un lado que, a mi juicio, no hay personas orgullosas o humildes, sino situaciones personales en que cada individuo se puede encontrar en un momento determinado de su vida que le comporten tener conductas más o menos egocéntricas. Por eso lo más importante es cambiar nuestras actitudes. Pasar del miedo al fracaso o al daño que nos puedan hacer (el miedo es el principal enemigo en nuestro camino hacia el bienestar), a sentirnos seguros en nosotros mismos, llenos de nuestro propio poder sobre nosotros mismos, sin delegarlo en nadie, sin cederlo a otros, sin dependencias emocionales.

Por otro lado, reconozco que una de mis convicciones más profundas es que nuestra verdadera naturaleza, como seres humanos, es la bondad, lo que yo llamo la "bondad básica" y otros la "bondad fundamental" o nuestra "verdadera naturaleza". Hoy en día hay gente que declara haber conectado con su “verdadera esencia” después de haber pasado una crisis importante. Pues bien, para mí esa conexión comporta necesariamente ir hacia los demás, el Yo bien y Tú bien, la empatía. Si no, ¿cómo se explica que, a pesar de todo, las personas, en general, queramos ser felices y que todo el mundo sea feliz? Por eso no debemos temer ser naturales y auténticos. Al contrario, lo que debería preocuparnos es no practicar la autenticidad porque, en ese caso, vamos en contra de nosotros mismos, de lo que somos realmente: bondad.

Y, finalmente, y en cuanto al “ego”, he de manifestar que, para mí, es un término que viene a resumir todo el complejo mundo de las ideas, pensamientos, emociones, que se van superponiendo a lo largo de nuestra vida por encima de esa bondad básica que somos, la mayor parte de las veces de una manera involuntaria e/o inconsciente. Por tanto, es bueno y necesario conectar con la bondad tan a menudo como podamos (a través de la meditación, por ejemplo) pero opino que eso no es suficiente. Además de practicar técnicas como la meditación, es necesario muchas veces seguir un proceso terapéutico de tipo emocional, ya que las “incrustaciones” de esta naturaleza en nuestro corazón pueden ser muy duras y difíciles de disolver.

Gracias Alfonso. No sé si he opinado exactamente sobre lo que me pedías, pero espero que en parte, al menos, sí.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Muchas gracias Chesus por tu pronta respuesta, está claro que el tema es bastante denso y complejo, y que a veces las palabras se quedan cortas de cara a expresar tantas ideas.
No quiero alargarme en mi respuesta, coincido contigo en muchos aspectos que has tratado en tu exposición. Solo añadir, que una buena autoestima, como tú bien dices, es imprescindible de cara al bienestar personal, pero creo que el camino es algo más largo y complejo, y conformarse con aceptarse tal cual es uno puede ser una solución a medias. Hay personas con una elevada autoestima y que se aceptan a sí mismos, o como se dice coloquialmente, “están encantados de conocerse”, pero esa conformidad les hace no ver detalles, fallos y otros aspectos que otros si ven, estar expuestos a múltiples y esporádicas frustraciones y quedarse estancado en un determinado estado personal.
Ahí es donde quería yo introducir el tema de la humildad, en parte entendida como autocrítica para ser consciente de nuestros errores incluso antes de cometerlos, y crecer de esta forma con una disposición personal a cambiar aspectos mejorables de nosotros mismos. No se trata tanto de tomar la humildad como una forma de ser, (pues como comentas, no hay personas netamente humildes u orgullosas), sino como un criterio para discernir nuestra mejor actitud para crecer, y liberarnos de cargas innecesarias.
Pero quizá la palabra no hizo justicia a su contenido. Tú hablas de bondad (bondad básica), y de acudir a ella cuanto podamos, y me uno plenamente a eso, pero quizá una realización plena, (y esto es una opinión muy personal) implica que esa bondad pase de ser básica a “avanzada”, por así decirlo, y la humildad y la autocrítica juegan en este sentido su papel de útiles herramientas. Dicho de otra manera, ser bondadoso sin ser humilde (suponiendo que sea posible), puede equivaler a ser condescendiente.

No me alargo más Chesus, te agradezco de nuevo tu respuesta y te animo a que sigas compartiendo tus reflexiones.

Un cordial saludo,
Alfonso.

Chesús dijo...

Hola Alfonso:

Seguiré reflexionando sobre este asunto, porque me parece muy interesante, pero te adelanto que hoy por hoy no he conectado todavía con la bondad básica "avanzada", como tú la denominas. Eso puede ser quizás un handicap para que pueda captar bien lo que me quieres decir. Pero -repito- seguiré reflexionando y cuando tenga algo que decir al respecto, te lo comunicaré. ¿De acuerdo? De momento, voy a seguir en la línea de lo que he comentado hasta ahora, que es lo que yo he experimentado.

Gracias, Alfonso, por leer el Blog y por tus participaciones.

Un abrazo.

Chesús