domingo, 28 de febrero de 2010

EDUARD

El amigo Eduard, que sigue nuestro blog, me envía esto:


Els buddhistes de Ceilan canten

Puññameva so sikkheyya
āyataggaṃ sukhudrayaṃ.
Dānañca samacariyañca,

Els Theravades anglesos expliquen

Train yourself in doing good
that lasts and brings happiness.
Cultivate generosity, the life of peace,
and a mind of boundless love.

Els spanish yoguis diuen

La bondad porta la felicitat.
La generositat, una vida de pau
i una ment d’amor sense límit.

ANDREA Y LA MUERTE

Hola Chesus!
Y tanto que me ayudan tus reflexiones! Intento abrir tus correos en un momento en que pueda leérmelos con tranquilidad y captar todo lo que quieres comunicarnos; hasta cojo apuntes y todo (de verdad!)

Me ha sorprendido al principio (viniendo de ti) el título "Muerte y Vida", pero a medida que he ido leyendo ya he visto que está en tu linea de ver las cosas de forma positiva y hasta me atrevo a decir incluso "educativa"

Cada vez me está apeteciendo más hacer una terapia de esas que comentas. Hoy precisamente he ido a desayunar con una amiguita que ha hecho una "constelación familiar" (se dice así?) y le ha gustado mucho la experiencia.

Este tema de la muerte ya sabes tú que no lo llevo muy bien. Estoy convencida de que yo aún tengo dentro la pena por la muerte de mi madre y es algo que debo sacar de alguna manera. Por otro lado también me ayudaría a mejorar la relación con mi padre y mi suegra . No sé que me pasa ultimamente con las personas mayores que me sacan de quicio, no tengo paciencia con ellos (incluso en el trabajo) y me sabe mal la verdad.

Totalmente de acuerdo contigo Chesus en que si tienes paz en el corazón todas estas experiencias que en cierto modo pueden ser "traumáticas" se llevan y se superan de otra manera totalmente diferente a la que estamos habituados por la educación inculcada. Sé que en otros paises el paso.........a la otra vida se "vive" de forma muy diferente a la nuestra.

Bueno, ya seguiremos hablando. Que sepas que eres de las pocas personas que me hacen pensar en todas estas cosas ........ y me gusta poder hacerlo de vez en cuando!.

Besicos

BEA

Siempre me produce bienestar leer tus reflexiones ... , pero de lo que no estoy tan segura es de saber aplicármelas a mi misma. Supongo que todos aspiramos a tener paz interior, pero no siempre es posible; unas veces tienes problemas en el trabajo, otras con la familia...

Ahora mismo mi padre tiene un estado de salud muy delicado, últimamente ha ingresado dos veces en el hospital y los pronósticos no son muy buenos. A él lo noto muy sereno, lo que nos hace mas fácil el problema , pero los hermanos tenemos que gestionar nuestros sentimientos hacia mi padre y además solucionar la situación con respecto a su cuidado , que no es tarea fácil.

Bueno lo que quiero decir es que no siempre es tarea fácil tener paz en tu interior.

20/02/10

BEA

La palabra "fácil" tiene relación con "tener que esforzarse". Según me han enseñado (e intuyo) cuando estás en el bienestar,con paz interior, no tienes el sentimiento de hacer esfuerzos. Por tanto, estamos hablando de un objetivo, de una meta: estar bien, tener bienestar, tener paz en el corazón. Y es obvio que, mientras no estemos suifcientemente bien, tendremos que aplicarnos con esfuerzo a resolver las cosas que vayan surgiendo. Sin embargo, es importante no perder el norte y tomar resueltamente la decisión de "estar bien" gestionando nuestras emociones adecuadamente ya desde ahora, porque si esperamos a hacerlo cuando surjan los problemas, no sabremos cómo.

A mi modo de ver, lo que hace difícil la "gestión" de la enfermedad de los padres cuando son mayores o están muy enfermos, es todo lo que no hemos hecho bien emocionalmente ellos (los padres y los hermanos) y nosotros con anterioridad. Afrontar eso con realismo requiere valor e inteligencia. Por eso abrí este Blog, para que hablemos de cómo ser cada día más inteligentes emocionalmente.

Gracias, Bea, por tu comentario sobre mis reflexiones.

Besos

LA EMPATÍA

10-02-28

A mí me ha costado bastantes años darme cuenta de lo siguiente:

En contra de lo que yo mismo podía pensar, a lo largo de la vida, y principalmente, no me he relacionado, desde el punto de vista emocional, con las personas consideradas en sí mismas como individuos únicos e irrepetibles, sino más bien con las personas previamente etiquetadas por mí, o incluso directamente con las propias etiquetas (o sea, con los personajes que yo me había creado en relación con ellas). Me refiero a que he seguido el uso muy extendido entre los humanos de ver en los otros: hombres o mujeres, de nuestro país o de fuera de él, jóvenes o mayores, guapos o feos, limpios o sucios, educados o groseros, jefes o subordinados, cultos o incultos, etc., en vez de los individuos como tales, sin etiquetas. Y eso es lo que hacemos con tanta habitualidad y normalidad, que no nos llegamos a dar ni cuenta. Por lo menos es lo que he podido experimentar en mi caso. Y sobre eso querría reflexionar hoy.

Sucede a menudo que mientras alguna persona nos habla, solemos dar vueltas a cómo es, a cómo está actuando, incluso a cuáles pueden ser sus intenciones al hablarnos, dejando de lado que podemos escucharla y que hasta podemos entenderla. Y también se da el caso de personas que, cuando les hablan de algo sobre una tercera persona, lo primero que hacen, sin apercibirse de ello, es etiquetarla. Si le dicen que se siente enferma, por ejemplo, puede opinar inmediatamente que es débil, que se queja mucho, que no se cuida suficientemente, etc.


O sea que, en los dos casos, establecemos un tipo de relación basado más en nuestros prejuicios o en nuestras apreciaciones subjectivas, que en la persona considerada en sí, individualmente. Y de tal manera lo hacemos así que muchas veces ni escuchamos lo que nos está diciendo el otro, porque tenemos la mente ocupada en nuestras propias valoraciones.

Digo esto porque ahora que está de moda hablar de la empatía, pienso que podemos mejorar emocionalmente si prestamos más atención a las personas en cuanto tales, porque no es posible, si no, llegar a sentir empatía con ellas, entendida como capacidad de entender lo que el otro dice y de ponerse en su lugar. Está claro para mí que si me dedico a especular sobre lo que a mí me parece que es la persona que me habla, será difícil que pueda congeniar con ella o hacerme cargo emocionalmente de lo que le sucede y de lo que puede estar intentando comunicarme.

Los otros, pues, son también una ocasión para que aprendamos a eliminar las trabas que nos impiden empatizar.

A estos efectos, quiero poner un ejemplo. Imaginemos que viene una persona a hablarnos y que, nada más verla venir, lo primero que pensamos es que es muy pesada, pues bien, a pesar de ello, es muy probable que (por educación –según suele decirse) tendamos, sin más, a aguantar lo que nos dice y, en consecuencia, no podremos conectar emocionalmente con ella ni con lo que nos intenta decir. Y yo he aprendido, a este respecto, que no hay nada que canse más que aguantar, y que, al final, aguantar genera rabia.

En cambio, creo que podemos aprender a no aguantar y a ser más auténticos reconociendo internamente, en primer lugar, que aquella persona nos parece pesada, e intentando no hacer ver que la escuchamos, para complacerla. Podemos ser sinceros, sin ser bruscos. Podemos escuchar las primeras palabras de aquello que nos quiera decir, y si es un asunto que no nos concierne o no nos va bien, podemos decírselo con suavidad, adecuadamente, pero con autenticidad y sinceridad. De esta manera sí que la estaremos teniendo en cuenta y la estaremos escuchando de verdad (aunque sea sólo unos minutos) y, por tanto, podremos empatizar con ella en ese momento. Y eso llena mucho emocionalmente.

En cambio, si la vemos llegar y con lo primero que conectamos es con la idea que tenemos de que es muy pesada (y no podemos huir –permitidme la broma) pero tampoco tenemos el valor de intentar ser auténticos, lo que haremos probablemente será aguantar el “chorreo”, no enterarnos de nada de lo que nos dice y enfadarnos con ella y, al final, con nosotros mismos también.

Está claro que en esta reflexión vuelven a salir temas a los que me he referido en otras ocasiones: ser auténticos, no complacer, la conexión emocional, la rabia, etc., pero la novedad está en el asunto de la empatía. Actuar con empatía, para mí, significa una aplicación práctica del Yo bien y Tú bien. Es decir, tú me hablas y yo te escucho hasta donde creo que te tengo que escuchar, pero te escucho de verdad, atentamente, y eso puede producir una conexión entre los dos que me permitirá entenderte y poder ponerme en tu lugar.

En mi trabajo profesional, sobre todo, procuro estar bien atento a todo esto, y a veces me ocurre que me viene a ver una persona y -¡zas!- ya estoy conectando con mis ideas previas sobre ella. Entonces, si me doy cuenta de ello, procuro relajarme y escuchar lo que quiere decirme. Pero, al mismo tiempo, me digo a mí mismo: escuchar no es complacer; si no te va bien lo que quiere comentar contigo o el modo cómo lo quiere comentar, tienes todo el derecho del mundo a decírselo, con suavidad y educadamente; de esa manera, serás más auténtico y estarás a gusto contigo mismo. Y en función de eso, actúo.

Me suele funcionar, aunque he de reconocer que algunas veces se altera mi pulso y que siento tensión emocional.

Este es un ejemplo de lo que yo entiendo por actuar desde el Yo bien y Tú bien.

domingo, 21 de febrero de 2010

ARIADNA

10-02-20

Ariadna es una lectora del blog con la que hasta ahora me escribía solamente por correo electrónico (igual que pasaba con Andrea). A partir de este momento, estoy autorizado a publicar sus textos.

En su primer correo (como todos los suyos, escrito en catalán), me planteó cosas muy interesantes: La aceptación de lo que nos sucede para evitar pensamientos negativos; la ayuda que nos reporta reconocer nuestras propias emociones y darles salida; confiar en determinadas personas pero teniendo en cuenta el entorno; aceptar lo que no nos gusta de nosotros mismos; tener presente una relación de nuestros derechos como personas; e igualmente por lo que respecta a los deberes; el asunto de la cortesía y de las buenas maneras; etc.

Le contesté dándole mi opinión y ella me respondió con otro mensaje. Todos ellos los reproduzco en su idioma original. Si alguien tiene problemas de comprensión sobre algún texto, estaría bien que me lo dijera y yo, con mucho gusto, se lo traduciré al castellano.

31 de gener de 2010
Jesús,

Està molt bé el blog. Són exemples molt senzills però útils.

Acceptar el què ens passa, evitaria pensaments negatius que poden provocar malalties.

Reconèixer les pròpies emocions, i donar-los una via de sortida (parlar-ne amb algú amb qui confiem, acceptar-les sense perdre el sentit de l'entorn).

Acceptar també allò que no ens agrada del que som, o ens toca viure, perquè reaccionar també ens conforma com a persones, i ens fa més humils i per això millors.

Pensar en una relació de drets (al silenci, a la comunicació, a sentir-nos útils, bells i valuosos, a triar els amics, a la felicitat, a aprendre dels fracassos,...)

I pensar també en una sèrie de deures: conservar el somriure, actuar amb dolcesa, mantenir la calma,...

La cortesia és un deure; el tacte i les bones maneres fan que tot resulti millor, i més fàcil. La pràctica, tan necessària, de tenir en compte l'altre, veure la seva vàlua, i admirar-lo i respectar-lo per això, personalment, professionalment, socialment...


4 de febrer de 2010
Gràcies pels teus comentaris sobre el blog.

Són moltes les coses interessants que em comentes.

Acceptar i comunicar les pròpies emocions per donar-los sortida. És veritat. Sovint ens passa que ens tanquem massa (per por) i això no ens va bé. Em fa gràcia, però, aquesta frase teva de : sense perdre el sentit de l'entorn. No acabo d'entendre del tot què vols dir amb això. Vols dir de comunicar-les només a les persones que es mereixin confiança?

Una altra cosa molt interessant és sentir -com tu dius- que tenim drets, el primer dels quals és a existir i a ser respectats tal com som. No et sembla? I el segon, per mi, a triar lliurement què volem fer i què no volem fer.

En canvi, no acabo d'estar d'acord amb tu en que tinguem el "deure" de somriure, de ser dolços i calmats,. etc. No creus que són més aviat drets que els altres han de respectar?

Per mi, tenir en compte els altres sí que és un deure (que lliga amb el de respectar-los tal com són) no només una cortesia. Una altra cosa és que la cortesia (la suavitat) pugui ajudar a relacionar-nos millor, ara bé sempre i quan la cortesia vagi lligada a l'autenticitat, és a dir, deslligada del complaure i de fer les coses malgrat que en el fons no les vulguem fer.

En fi, si vols, i a poc a poc, podem anar parlant d'aquestes coses que veig que ens interessen a tots dos.

Gràcies per tot.

Petons.

Jesús

4 de febrer de 2010
Jesús,

En relació al teu missatge, et contesto per apartats (si et va bé):

Sí, volia dir que no hem d'oblidar que l'entorn sempre ens condiciona, i que l'hem de tenir present. No puc recordar qui deia que 'l'atmosfera és l'ànima de les coses". Penso que massa gent oblida que, a part un mateix, cal tenir molt en compte l'entorn. No vivim sols, i encara hem d'aprendre moltes coses.

Els drets. D'acord amb tu que el primer, i fonamental, és el d'existir i ser respectats. Els que jo posava a la llista anirien en el teu segon bloc: el que tu dius "triar lliurement...". Vull dir que sí, però que cal fer l'esforç, o l'exercici, de triar-los, precisar-los i recordar-los. I que també pot incloure el de canviar-los.

Els deures. La cortesia,la urbanitat, la dolcesa... em semblen imprescindibles per a respirar, no són només una "ajuda", crec que són fonamentals i es practiquen poc perquè no es prenen com un deure. Aquests deures supleixen la manca d'afecte, o de comprensió, o de virtut, perquè no podem comprendre-ho tot, ni estimar-ho tot, ni encertar-ho tot perquè som limitats.

Una abraçada,

viernes, 19 de febrero de 2010

MUERTE Y VIDA/VIDA Y MUERTE

10-02-20

Reflexiono hoy sobre este asunto con motivo de la muerte de la madre de una amiga, que se produjo ayer mismo.

¿Cómo afrontar la muerte? ¿Cómo afrontar la enfermedad grave? ¿Cómo afrontar el dolor? Son preguntas claves para la humanidad y también para quienes, como yo, queremos vivir con bienestar (la felicidad).

Mi padre murió cuando yo tenía 22 años, y el sentimiento que me dejó esa muerte fue la soledad y la orfandad. Imagino que si hubiera sido mi madre la que hubiera muerto entonces, me habría dejado, por lo menos el mismo sentimiento. Pues bien, durante muchos años de los transcurridos desde entonces hasta el día de hoy, los he vivido con esos sentimientos persistentes en mi corazón. Sólo recientemente, y gracias a las terapias emocionales, he comenzado a enfocar la muerte de otra manera y, por tanto (o al revés) la muerte.

Estoy convencido de se puede vivir la vida como una sucesión de momentos en que uno no le da la espalda a nada de lo que le ocurre, pero tampoco permite que sean los acontecimientos los que dominen su vida. Para mí, hay algo que está por encima de la muerte y de los sucesos dolorosos, algo que podríamos denominar: paz en el corazón.

No hay paz en nuestro corazón cuando, exageradamente, tememos no llegar a tener lo que deseamos, o lamentamos que los demás tengan lo que nosotros no tenemos, o cuando nos da miedo afrontar nuestra propia situación negativa en relación con los demás. No hay paz en nuestro corazón cuando nuestra ambición no nos deja sosegarnos, cuando enfocamos nuestras vidas como una competición de poder frente los otros, o cuando para estar bien necesitamos que alguien esté mal. Y no hay paz en nuestro corazón cuando no sabemos vivir solos con nosotros mismos y andamos siempre necesitados de que otras personas nos saquen de la soledad o de otras situaciones que vivimos negativamente. Porque nuestro corazón únicamente podrá acoger la paz cuando hayamos decidido vivir nuestras vidas desde ser nosotros mismos, de forma auténtica, sin miedos neuróticos, sin dependencias neuróticas, centrados en lo que somos y sintiéndonos a gusto con nosotros mismos.

Mi experiencia personal es que no supe reaccionar de forma adulta (y, por tanto, serena y consciente a la vez) frente a la muerte de mi padre porque en mi juventud no tenía suficiente paz en mi corazón. Y hablo de una paz que nada tiene que ver con la resignación ni con el auto consuelo filosófico o religioso.

Yo estoy a punto de entrar en la fase decisiva de mi vida, es decir en lo que podríamos llamar el último tercio de mi vida, y soy consciente de que lo más probable es que tarde o temprano me toque pasar por alguna dolencia crónica, grave, o quizás aguda; y naturalmente, sé que el final de mi vida está más cerca que hace 20 años por decir algo. Si viviera estas circunstancias sin bienestar interior suficiente, seguro que lo iba a pasar mal de verdad y quizás me desesperaría. Sin embargo, estoy trabajando emocionalmente para vivir mejor mi vida y sé que eso va a hacer que pueda vivir mejor, cuando lleguen, las enfermedades y la muerte (ésta última, sobre todo, si se produce de forma que sea consciente de ella).

Hace muchos años (tantos que todavía no me había iniciado en el mundo de las terapias) que digo, en plan de broma, lo siguiente: “Yo quiero morirme en perfecto estado de salud porque me parece una vulgaridad morirse hecho polvo”. En realidad, comencé refiriéndome solamente a la salud física, pero hace ya tiempo que incluí en el dicho la salud emocional.

Para mí, pues, si quieres preparar una correcta actitud ante la enfermedad y para el final de la vida (lo que llamamos muerte) te tienes que preparar (y dedicar) correctamente para vivir la vida actual. Ya sé que habrá muchas personas que hoy por hoy no pueden llega a comprender (sentir, prefiero decir) profundamente esto que estoy escribiendo, porque, a mi entender, no tienen por ahora una buena conexión interior consigo mismas, pero puede que algunos de los lectores del blog puedan sentir lo mismo que yo. Sé que amiga pasará unos momentos muy amargos durante este fin de semana, pero también sé, porque creo conocerla bien, que está preparada para no perder la conexión con su propio interior y que en su corazón ha ido atesorando en los últimos tiempos los frutos de su autenticidad, de su valor como persona, de su respeto hacia sí misma y hacia los demás, de la aplicación práctica de su inteligencia emocional, y que con esos frutos en su corazón va a poder hacer frente a la muerte de su madre desde su amor de hija lleno de ternura y con suficiente paz en su corazón.

A mi entender, ha sido y es nuestra propia ignorancia como humanos la que ha hecho que centremos mucho más nuestra atención en lo que denominamos muerte que en lo que conocemos como vida, sin darnos cuenta de que vida y muerte no existen por separado, sino que es una distinción que hemos hecho mentalmente y, en consecuencia, emocionalmente. Hay todo un mundo de tradiciones culturales sobre la muerte que pesan como una losa sobre nuestras cabezas y sobre nuestros corazones, pero lo cierto es, a mi juicio, que podemos vivir la vida de otra manera a como nos la han enseñado y que podemos vivir la muerte de otra manera a como nos la han enseñado. Por eso es aquí y ahora, en este mismo instante, que podemos decidir ESTAR BIEN, o sea, conseguir que haya paz en nuestro corazón, y de esa manera vivir adecuadamente la vida y la muerte, o la muerte y la vida, como queramos llamar a este binomio que es una sola realidad.

A mí me ayudan mucho estas reflexiones que hago en el blog. Espero que a algunos (o a todos) los lectores también os ayuden.

sábado, 13 de febrero de 2010

MÁS SOBRE EL YO BIEN Y TU BIEN

Andrea me mandó un correo y, entre otras cosas, me dijo esto, que tiene que ver con el tema que he comentado hoy:



Lo que sí que me ha gustado un montón es el "jo bé , tu bé" . Ya había salido en otras ocasiones pero esta vez me ha quedado más claro de cómo funciona. Yo me relaciono contigo buscando estar bien yo y que tú estés bien también. Y en cuanto a que hay que tener en cuenta las relaciones de los demás para contigo..........pues eso....no entrar en su juego si tú no quieres (que no ganes tú, que no pierda él....) Muy bien Chesus ! Guai (como dicen ahora algunos jóvenes!)

Y efectivamente es así.....son "los otros" los que nos ponen a prueba y nos permiten aprender y madurar como personas ( y me atrevería a decir que sobre todo son nuestros propios hijos los que lo hacen mejor en este sentido).

LOS OTROS (II)

10/02/13

Fabiola ha comentado lo siguiente:

En mi opinión, cuando hay algún problema de relación no sólo es porque uno quiera imponer su opinión sobre el otro sino porque cada uno la misma realidad la vivimos de una manera diferente, y eso es muy difícil de cambiar.

Mi punto de vista es que hay varios tipos de relaciones entre las personas. No es lo mismo, por ejemplo, la naturaleza de la relación con los amigos que la que tenemos con nuestra pareja. NI tampoco la que tenemos con los compañeros de trabajo si la comparamos con la de los amigos. Y así sucesivamente con las otras formas de relación. Y tener presente esto, aunque parezca una perogrullada, es fundamental para poder analizar y valorar cómo se encuentra nuestra relación con una persona concreta, en la modalidad que sea.

Por otra parte, es importante conocer cuáles son nuestras tendencias y nuestras necesidades en relación con los otros, porque puede que no todas sean positivas y puede también que algunas sean simples aplicaciones de conductas que hemos aprendido o que hemos visto mil veces y que no hemos analizado suficientemente para saber si es eso lo que queremos hacer o no.

Yo parto de un principio fundamental que es que todas las personas somos dignas de respeto por el solo hecho de serlo. Eso es tanto como decir que, para mí, no es posible tener una buena relación de pareja, de amistad, de compañerismo, de padres a hijos o al revés, etc., si no impera el respeto entre las dos partes y siempre, tanto cuando las cosas van bien como cuando no van tan bien. Y esto también puede parecer una perogrullada, pero ya veremos a continuación por qué no lo es.

Cuando pude leer por primera vez qué es “el triángulo de Karpman” me quedé muy sorprendido y maravillado, pero lo más excitante del caso para mí fue la afirmación de que las relaciones establecidas dentro del esquema del famoso “triángulo” no podían producir nunca bienestar emocional. Bien, pues sin perjuicio de que en Google se puede encontrar mucha información al respeto, lo básico que yo he tenido en cuenta es lo siguiente:

En toda relación en que predomina el malestar emocional lo que ocurre es que cada una de las personas está actuando en relación con la otra en uno de estos roles: Víctima, Perseguidor o Salvador. Pero lo bueno del caso es que son roles intercambiables y que, de hecho, los cambiamos y los intercámbianos permanentemente. Pongamos un ejemplo.

Cuando estamos convencidos de que la otra persona nos tiene que dar algo de naturaleza emocional, podemos exigirlo sin más (Perseguidor) o podemos pedirlo desde la queja y el lamento (Víctima). Y la reacción del otro puede ser a su vez de enfado (Perseguidor) o, curiosamente, de expresar también sus quejas (Víctima). Pero aún cabe que frente a las quejas nos situemos excusándonos sin afrontar el problema (Salvador) y si la otra persona responde con acritud podemos actuar desde el enfado (Perseguidor) o desde la queja nuevamente (Víctima).

Las combinaciones sucesivas son infinitas. Ahora bien, en donde se dan en mayor cantidad, naturalmente, es en las discusiones. En esos momentos es cuando más veces, y de forma más variada, cambiamos de rol; a lo largo de las disputas.

Es un tema profundo, que requiere mucha reflexión. Está muy estudiado, así es que podemos encontrar buena información y podemos analizar el asunto, sobre todo si tenemos en cuenta que la mayoría de las veces -según dicen los expertos- solemos relacionarnos así, desde cualquiera de los tres roles.

Mi experiencia al respecto me ha enseñado que a menudo mis conductas son de esa manera. Cuando, por ejemplo, alguien viene a mí quejándose de algo (Víctima o Perseguidor), si esa persona me produce un cierto temor o no tengo ganas de discutir, suelo salirme por la tangente sin afrontar la situación y con buenas palabras para intentar tranquilizar al otro (Salvador) pero si la situación me supera, suelo enojarme y contestar fuertemente (Perseguidor). Pero lo importante de darse cuenta de lo que nos está pasando es saber que en ninguna de esas posiciones o roles es posible tener o sentir bienestar emocional. Porque lo que sucede después de cualquier discusión es que ninguna de las dos personas. Los dos se quedan con mal sabor de boca. Tanto el que puede creer que se ha impuesto su razón o su fuerza (que acostumbra a quedarse con un sentimiento de rabia o enfado considerables) como el que cree que ha sido victima de los malos tratos del otro, por ejemplo (que puede sentir una mezcla rara de rabia y tristeza). El bienestar emocional se sitúa fuera de ese tipo de dinámicas.

Algunos lectores del blog me han pedido que aclare un poco más eso del Yo bien y Tú bien, y ahora creo que ha llegado el mejor momento ideal para hacerlo, porque las relaciones que se mantienen desde ese enfoque son la antítesis de las definidas en el famoso triangulo de Karpman.

Yo bien y Tú bien se basa sobre todo en el respeto del que hablaba al principio, el que hemos de tener a las otras personas y el que podemos exigir que nos tengan a nosotros, por el sólo hecho de ser personas. Pero su aplicación no es sencilla ya que llevamos toda la vida actuando de la otra manera. Normalmente, lo que nos pasa es que entramos en lo que se ha denominado “juegos psicológicos”, por el hecho de que casi permanentemente somos invitados a adoptar un rol (de los tres posibles) y acostumbramos a responder entrando en el juego. Y el caso es que no nos damos cuenta. Y los otros tampoco. Es algo inconsciente, algo involuntario, algo que hemos aprendido a hacer desde niños y en lo que somos realmente unos expertos. Claro está que entonces tiene que haber dificultades para cambiar d actitud. Por fuerza.

Actuar desde el Yo bien y Tú bien es tener en cuenta al otro pero tenerme en cuenta antes que nada a mí mismo. La otra persona puede venir a pedirme si quiero ir a tomar una café con ella, si le digo que sí pero no tengo ganas de ir, actuaré como Salvador y, naturalmente, no me tendré en cuenta a mí mismo, o sea, no me respetaré como persona. Tener en cuenta al otro sería decirle que no me apetece, esto es, ser sincero y auténtico, pero hacerlo adecuadamente, o sea con respeto hacia al otro. Y esto último es lo que no hacemos normalmente.

Actuar desde el Yo bien y Tú bien significa no perseguir a nadie, no criticar, no pasar por encima de nadie, respetar a los demás, en definitiva, sin tener que renunciar por eso a ser lo que uno es y como uno quiere ser (autenticidad). Pero sólo la práctica continuada del Yo bien y Tú bien nos ira dando la información necesaria a cada uno sobre cómo nos comportamos y sobre cómo hemos de actuar si queremos cambiar, porque cada persona es única e irrepetible.

Volviendo a lo que nos dijo Fabiola:

En mi opinión, cuando hay algún problema de relación no sólo es porque uno quiera imponer su opinión sobre el otro sino porque cada uno la misma realidad la vivimos de una manera diferente, y eso es muy difícil de cambiar

Vivir la misma realidad de manera diferente no es anómalo, y además creo que es perfectamente normal. La cuestión es otra, a mi modo de ver. La cuestión es si el tipo de relación que tenemos con el otro o que queremos tener con el otro es compatible con las dos maneras diferentes de ver la realidad y la propia relación. Y eso es algo que nos toca decidirlo a cada uno de nosotros, no al otro. Porque si yo quiero estar bien conmigo mismo, no puedo esperar indefinidamente que el otro cambie porque además de que suele pasar que el otro casi nunca cambia, esperar eso es tanto como situarse de Víctima en la relación (al otro le habríamos cedido el poder de hacerme felices o infelices).

Lo que podemos cambiar es lo nuestro, lo propio, lo que vivimos en la relación con nosotros mismos. No podemos cambiar ni tenemos que cambiar a los otros. Podemos y tenemos que tomar decisiones relativas a nosotros mismos porque de ello depende nuestro bienestar emocional más auténtico. Y no digo que sea fácil. Ni mucho menos. Pero es el verdadero camino hacia nuestro bienestar emocional. Si no estamos atentos, todo puede convertirse en un gran “juego psicológico” en nuestras relaciones con los otros y eso nos va a llevar sin duda al malestar emocional, a no estar bien, a no sentirnos bien, a sentirnos infelices, etc.

Propongo seguir investigando sobre el Yo bien y Tú bien. ¡Animaros a participar!

domingo, 7 de febrero de 2010

AVISOS

Desde hoy, haré las entradas en el blog en castellano porque hay lectores que no conocen el catalán y porque se ve que Google no hace las traducciones completas (cosa que no sabía).

Puede que alguno de los lectores del blog no sepa cómo darse de alta como "seguidor". Valdria la pena que me lo comunicáseis porque me enteraré de cómo se hace y lo explicaré en el blog.

Saludos.

LOS OTROS

10-02-07


Para mí, los otros son siempre la oportunidad de madurar. Hay quien dice que los otros son como un espejo para uno mismo. En mi caso, he tardado muchos años en experimentar las dos cosas, aunque conocía desde hacía muchos años las dos afirmaciones. Porque, como suelo decir a menudo, una cosa es saber con la mente intelectual, y otra conocer con el corazón, aunque mente y corazón estén unidos en nosotros.

Desde mi perspectiva actual, con los otros - es decir, con la propia pareja, los hijos, los padres, los parientes, los amigos, los compañeros de trabajo o de afición, los vecinos, los conocidos de vista, e incluso los desconocidos con los que nos topamos por la calle o en el metro o el autobús- con todos ellos puedo aprender siempre algo sobre mismo. Por ejemplo, si soy capaz de seguir siendo yo mismo en situaciones en que las controversias suben de tono, pero haciéndolo adecuadamente, sin gritos, sin descalificaciones, sin agredir a nadie. Son los otros –mi relación con ellos- los que permiten darme cuenta de cómo actúo.

Yo provengo de una educación que no es que fuera muy estricta (tipo fascista, por ejemplo) pero en la que el principio de autoridad no se podía poner en cuestión, y menos delante de los demás. Eso lo viví mal, como una forma de autoritarismo (aunque no conociera el concepto), de manera que tuve serios problemas con maestros, profesores, superiores, directores y jefes durante mi juventud. Pero esos problemas no siempre se manifestaron exteriormente (obviamente, porque si no me castigaban, me suspendían, o me echaban del trabajo), por lo que me provocaron sin saberlo sentimientos de rabia que fui guardando y acumulando inconscientemente dentro de mi corazón. Por tanto, gran parte de mi experiencia con los otros en aquella época fue negativa, y eso marcaría mucho la manera de relacionarme con ellos en el futuro.

Sin apercibirme de ello, me dediqué a seleccionar las personas con las que me quería relacionar y aquellas con las que no me quería relacionar. En las primeras, iba a buscar seguridad emocional. Y respecto de las segundas, lo que iba a predominar en la selección sería la desconfianza. Pero en los dos casos, había miedo, miedo a ser herido, miedo a no saber controlar la situación y miedo hacia los otros en general, en definitiva.

Pero no todo eran malas noticias, porque a la vez pude desarrollar dos potentes sentimientos que me han sido muy útiles en la vida: el amor por la libertad y el deseo de enfrentarme a los abusos (y, finalmente, a la ignorancia). Con estos dos recursos (y otros que no vienen tanto al caso), a pesar de mi desconfianza y de mi miedo a los otros, he podido ir edificando mi vida y construyendo una familia, un currículo profesional, unos entornos de relaciones humanas y unas experiencias vitales en todos los sentidos. Sin embargo –insisto- todo ello presidido por unas buenas dosis de prevención hacia los otros, por el daño que, hipotéticamente, me podían causar. Yo ejercía, por consiguiente, el máximo control sobre todo, incluso –ahora lo sé- sobre mis propias emociones, aunque, por fortuna, como nunca tuve el poder absoluto de la dirección, también se colaron entre mis experiencias momentos de goce que me hicieron disfrutar con alegría los dones de la vida.

Con todo, lo que yo no había aprendido era gran cosa sobre mí mismo. Las terapias (y las prácticas meditativas) me han ayudado a abrir mi corazón y a darme cuenta de que, debido a esa rigidez ultradefensiva, los otros habían jugado un papel menor en mi vida hasta entonces en el sentido positivo, y que me había visto privado de sentir emociones que eran y son necesarios nutrientes para el corazón. Y aquí es donde aparecen los otros como una real oportunidad de seguir abriendo los ojos y de seguir creciendo (como se dice ahora) como persona adulta. Porque en mis relaciones con los otros puedo experimentar casi en todo momento cómo puedo vivir sin miedo, cómo puedo enriquecerme con su contacto, cómo puedo cambiar mis actitudes para conseguir estar mejor conmigo mismo y con ellos.

Conozco muchas personas que viven a diario una situación de enfado permanente. Unas con sus parejas respectivas por causa de los hijos, o de los padres o de las tareas domésticas. Otras por cuestiones de trabajo. Otras por el asunto de los emigrantes. Hay muchas formas de vivir mal emocionalmente, y hoy en día (la famosa crisis lo ha aumentado quizás) mucha gente que está muy enfadada tiene (tendría) la oportunidad de crecer y de madurar un poco más como personas adultas. El enfado permanente no es, precisamente, la mejor manera de relacionarse con los otros, y además altera nuestra salud porque afecta a nuestro sistema inmunológico. Y aunque hay quien piensa que manifestando permanentemente su cabreo, con eso lo solucionan todo, mi opinión es que con eso no solucionan prácticamente nada, porque lo único que genera bienestar en nuestra relación con los demás es que la tengamos desde lo que se conoce como el “yo bien y tu bien”.

Si has crecido en un medio donde ha predominado la rigidez y la ignorancia, es perfectamente normal que cueste llegar a captar la importancia de este principio, porque la tendencia, desde lo que hemos aprendido, es a querer tener la razón, a ganar, a imponerse, a mandar, etc. Y sin embargo, las relaciones con los otros, para que sean nutritivas, requieren diálogo, negociaciones y bastante inteligencia emocional. Hay quien plantea las relaciones como una lucha de poder a poder, y no se dan cuenta de que quien gana, aparentemente, no sólo provoca malestar en el que no gana, sino que se daña a sí mismo. Y, si no, observemos qué nos pasa después de una discusión en la que aparentemente hemos vencido. Lo que nos ocurre es que tenemos un gran malestar dentro de nosotros. Por eso digo que la relación con los demás que se base en el poder solamente genera malestar.

La fórmula yo bien y tu bien se refiere a que las opuestas (yo bien y tu mal, y yo mal y tu bien) son generadoras de malestar. Los otros son la oportunidad de practicarla. Funciona. Pero para eso, hemos de ser conscientes de que nuestras conductas han de dejar de ser puramente reactivas (reacciono con enfado frente a una conducta de los otros que no me va bien) para pasar a ser meditadas, adultas (me doy cuenta de que me siento agredido por la conducta de alguien, me detengo unos segundos a pensar y a continuación le digo que no me haga o no me diga aquello que no me va bien; pero sin enfadarme). Claro está que eso requiere mucha práctica, pero hay que tener muy presente que en ello nos va el bienestar personal en nuestras relaciones con los demás.

Entiendo que alguien podría decirme que nuestro bienestar depende también de cómo actúen los otros en sus relaciones con nosotros. Y mi experiencia es que lo más importante no es eso. Porque, aun siendo verdad que los demás nos pueden “invitar” a entrar en un juego “de poder a poder”, siempre podemos darnos cuenta del juego y siempre podemos decidir no entrar en él. ¿Cuál seria el premio? El bienestar personal de uno mismo, porque sería tanto como entender y practicar lo siguiente: Yo no quiero ganar, yo no quiero que tú pierdas, yo quiero estar bien y que no me persigas, yo quiero que tú estés bien y por eso no te persigo.