viernes, 19 de febrero de 2010

MUERTE Y VIDA/VIDA Y MUERTE

10-02-20

Reflexiono hoy sobre este asunto con motivo de la muerte de la madre de una amiga, que se produjo ayer mismo.

¿Cómo afrontar la muerte? ¿Cómo afrontar la enfermedad grave? ¿Cómo afrontar el dolor? Son preguntas claves para la humanidad y también para quienes, como yo, queremos vivir con bienestar (la felicidad).

Mi padre murió cuando yo tenía 22 años, y el sentimiento que me dejó esa muerte fue la soledad y la orfandad. Imagino que si hubiera sido mi madre la que hubiera muerto entonces, me habría dejado, por lo menos el mismo sentimiento. Pues bien, durante muchos años de los transcurridos desde entonces hasta el día de hoy, los he vivido con esos sentimientos persistentes en mi corazón. Sólo recientemente, y gracias a las terapias emocionales, he comenzado a enfocar la muerte de otra manera y, por tanto (o al revés) la muerte.

Estoy convencido de se puede vivir la vida como una sucesión de momentos en que uno no le da la espalda a nada de lo que le ocurre, pero tampoco permite que sean los acontecimientos los que dominen su vida. Para mí, hay algo que está por encima de la muerte y de los sucesos dolorosos, algo que podríamos denominar: paz en el corazón.

No hay paz en nuestro corazón cuando, exageradamente, tememos no llegar a tener lo que deseamos, o lamentamos que los demás tengan lo que nosotros no tenemos, o cuando nos da miedo afrontar nuestra propia situación negativa en relación con los demás. No hay paz en nuestro corazón cuando nuestra ambición no nos deja sosegarnos, cuando enfocamos nuestras vidas como una competición de poder frente los otros, o cuando para estar bien necesitamos que alguien esté mal. Y no hay paz en nuestro corazón cuando no sabemos vivir solos con nosotros mismos y andamos siempre necesitados de que otras personas nos saquen de la soledad o de otras situaciones que vivimos negativamente. Porque nuestro corazón únicamente podrá acoger la paz cuando hayamos decidido vivir nuestras vidas desde ser nosotros mismos, de forma auténtica, sin miedos neuróticos, sin dependencias neuróticas, centrados en lo que somos y sintiéndonos a gusto con nosotros mismos.

Mi experiencia personal es que no supe reaccionar de forma adulta (y, por tanto, serena y consciente a la vez) frente a la muerte de mi padre porque en mi juventud no tenía suficiente paz en mi corazón. Y hablo de una paz que nada tiene que ver con la resignación ni con el auto consuelo filosófico o religioso.

Yo estoy a punto de entrar en la fase decisiva de mi vida, es decir en lo que podríamos llamar el último tercio de mi vida, y soy consciente de que lo más probable es que tarde o temprano me toque pasar por alguna dolencia crónica, grave, o quizás aguda; y naturalmente, sé que el final de mi vida está más cerca que hace 20 años por decir algo. Si viviera estas circunstancias sin bienestar interior suficiente, seguro que lo iba a pasar mal de verdad y quizás me desesperaría. Sin embargo, estoy trabajando emocionalmente para vivir mejor mi vida y sé que eso va a hacer que pueda vivir mejor, cuando lleguen, las enfermedades y la muerte (ésta última, sobre todo, si se produce de forma que sea consciente de ella).

Hace muchos años (tantos que todavía no me había iniciado en el mundo de las terapias) que digo, en plan de broma, lo siguiente: “Yo quiero morirme en perfecto estado de salud porque me parece una vulgaridad morirse hecho polvo”. En realidad, comencé refiriéndome solamente a la salud física, pero hace ya tiempo que incluí en el dicho la salud emocional.

Para mí, pues, si quieres preparar una correcta actitud ante la enfermedad y para el final de la vida (lo que llamamos muerte) te tienes que preparar (y dedicar) correctamente para vivir la vida actual. Ya sé que habrá muchas personas que hoy por hoy no pueden llega a comprender (sentir, prefiero decir) profundamente esto que estoy escribiendo, porque, a mi entender, no tienen por ahora una buena conexión interior consigo mismas, pero puede que algunos de los lectores del blog puedan sentir lo mismo que yo. Sé que amiga pasará unos momentos muy amargos durante este fin de semana, pero también sé, porque creo conocerla bien, que está preparada para no perder la conexión con su propio interior y que en su corazón ha ido atesorando en los últimos tiempos los frutos de su autenticidad, de su valor como persona, de su respeto hacia sí misma y hacia los demás, de la aplicación práctica de su inteligencia emocional, y que con esos frutos en su corazón va a poder hacer frente a la muerte de su madre desde su amor de hija lleno de ternura y con suficiente paz en su corazón.

A mi entender, ha sido y es nuestra propia ignorancia como humanos la que ha hecho que centremos mucho más nuestra atención en lo que denominamos muerte que en lo que conocemos como vida, sin darnos cuenta de que vida y muerte no existen por separado, sino que es una distinción que hemos hecho mentalmente y, en consecuencia, emocionalmente. Hay todo un mundo de tradiciones culturales sobre la muerte que pesan como una losa sobre nuestras cabezas y sobre nuestros corazones, pero lo cierto es, a mi juicio, que podemos vivir la vida de otra manera a como nos la han enseñado y que podemos vivir la muerte de otra manera a como nos la han enseñado. Por eso es aquí y ahora, en este mismo instante, que podemos decidir ESTAR BIEN, o sea, conseguir que haya paz en nuestro corazón, y de esa manera vivir adecuadamente la vida y la muerte, o la muerte y la vida, como queramos llamar a este binomio que es una sola realidad.

A mí me ayudan mucho estas reflexiones que hago en el blog. Espero que a algunos (o a todos) los lectores también os ayuden.

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