sábado, 30 de octubre de 2010

LOS PERSONAJES

Comúnmente, denominamos mente a lo que en realidad sólo son los pensamientos y las emociones que fluyen sin cesar en nuestro cerebro. Tenemos conciencia de que existen, en conjunto, pero no podemos hacer nada para evitarlos. De hecho, incluso cuando estamos durmiendo, los pensamientos y los deseos existen en forma de sueños.

Digo esto para centrar el tema del que querría hablar hoy, que no es otro que la relación que tenemos con los pensamientos y las emociones que se originan en nuestros cerebros.

La realidad universal es que los seres humanos nos identificamos con nuestros propios pensamientos y emociones. Es decir que construimos nuestras respectivas identidades a partir de pensamientos que tenemos y emociones que sentimos, como si ellos fueran nuestro ser real, cuando se trata solamente de la construcción de unos personajes que nos representan socialmente. Y no sólo hacemos eso, sino que también, más que relacionarnos con los demás, lo hacemos también con los personajes que, de ellos, hemos creado nosotros mismos (se trata de las famosas etiquetas de que hablé en otra oportunidad y que nos impiden relacionarnos de verdad con los demás).

Pero antes que nada, me referiré a mi propia experiencia con mi propio personaje para no derivar hacia una teorización excesiva.

Cuando era un adolescente, mi identificación se produjo con el pensamiento: “joven rebelde”, o sea, básicamente con las modas juveniles de aquellos años “sesentas” que mostraban una ruptura con las formas y las conductas sociales de las generaciones anteriores a la mía. La música, la ropa que vestía, el peinado, la barba o las patillas largas, las lecturas, las conductas desinhibidas en público, el cine y el teatro rupturistas, las manifestaciones y asambleas estudiantiles contra la Dictadura, etc. Todo ello ayudaba a ir construyendo una personalidad, o mejor dicho, una identidad con esas características. Y, sin duda, eso se produjo porque, por razones que sería muy largo analizar y que ahora no vienen al caso, yo sentía –sin darme cuenta- que me faltaba algo, que me faltaba “identidad”, que no estaba completo, y eso me producía insatisfacción. Por tanto, seguía el camino universal de todos los humanos y busqué conseguir el mayor grado de satisfacción posible en aquel momento incorporando a mi vida todas las costumbres y formas de actuar y presentarme ante los otros de aquella manera para que apoyaran mi anhelo de ser libre, de ser diferente, que era lo que yo entendía que era ser un “joven rebelde”.

Sin embargo, la realidad de la vida me fue planteando muchas dificultades para poder mantener ese deseo, la ilusión de conseguir ese objetivo. Tuve diversos problemas en el mundo laboral y también en mi actividad política. Y llegó un momento en que, frustrado, me refugié en la vida privada, en la familia, en el mundo de los afectos personales.

Muchos años después, cuando fui a una terapia emocional por primera vez, descubrí mi mundo emocional como nunca lo había hecho anteriormente. Claro que yo sabía que sentía emociones y que tenía ideas al respecto, pero nunca antes me había dado cuenta de hasta qué punto me hallaba inundado de emociones que arrastraba dentro de mí desde puede que mi primera infancia. Y fue entonces cuando decidí dedicar una buena parte de mi tiempo y de mi atención a esa “parte oscura” de mí mismo; básicamente, me decidí a sentir lo que hasta ese momento, y por las razones que fueren, no me había permitido sentir de verdad, profundamente.

Con el tiempo, he ido aprendiendo que absolutamente todos los pensamientos y las emociones que bullen dentro de mí, constituyen un material que no construyen el ser que soy realmente, sino que se trata de voces interiores que no callan nunca, que se han ido originando a lo largo de los años mezclándose entre ellas a partir de vivencias del día a día, y que he de dejar que sigan ahí (porque no puedo evitarlo) pero sin identificarme con ellas. Ni los sueños ni los pensamientos ni las emociones son el resultado de algo que yo he escogido o querido en su mayor parte.

Todos tenemos un montón de cosas aprendidas en nuestros cerebros y nos hemos ido identificando con unas y con otras, hasta haber conseguido crear un personaje con el cual nos hemos confundido. Y eso no es lo peor. Lo peor es que encima sufrimos si no podemos mantener la línea de conducta que nos exige el personaje, porque la vida, el mundo, o los otros nos lo impiden.

Llegar a ser esclavos de nuestras propias ideas, emociones o expectativas puede sucedernos (como a la mayoría de los humanos) si no estamos "del todo presentes” en nuestras propias vidas. Es más fácil vivir fantasías, algo creado por la “mente”, algo tan irreal como el personaje que, sin saberlo, empezamos a construir hace muchos años, pero, sin duda, no es nada práctico porque nos alejamos de nosotos mismos y eso nos perturba y nos causa sufrimiento.

Por contra, el ser real, lo que yo denomino la bondad esencial o fundamental, la vida, existen por debajo de todo lo que sufrimos. Pero sólo hay un camino cierto para disolver el sufrimiento y es estar atentos, contemplar nuestros pensamientos y emociones, observar nuestros hábitos mentales y nuestras reacciones adquiridos a lo largo de nuestras vidas, hacer consciente todo este material que se nos ha ido incrustando en nuestro interior desde que éramos niños. Lo que hay de inconsciente dentro de nosotros mismos nos empuja a actuar repitiendo pautas de conducta que no han sido objeto de análisis y de observación por nuestro ser consciente. Mejor dicho, casi todas nuestras actitudes a diario suelen ser conductas reactivas, hechas con poca conciencia de lo que son. Pues bien, el desorden emocional proviene en gran medida de dejarnos llevar y conducir por esos pensamientos y esas emociones, que en muchos casos son negativos, con poca o con nula participación consciente de nosotros mismos.

En mi segunda terapia, aprendí mucho sobre las emociones básicas de los seres humanos (miedo, tristeza, alegría e ira o rabia) y también sobre diversas formas de gestionar adecuadamente mi mundo emocional, pero con posterioridad he visto con más claridad que antes que yo no soy ningún personaje, que mi ser profundo existe en sí mismo y no necesita adquirir ninguna característica ajena a él mismo para sentirse pleno. Y también que no hay dos seres en mí mismo, sino que el personaje que he ido creando a lo largo de mi vidas no es más que un conjunto heterogéneo y cambiante de pensamientos y deseos que suceden dentro de mí y a los que puedo conscientemente no adherirme. La diferencia está en que no podré estar bien (ser feliz) si me adhiero a ellos (porque me esclavizan, porque me desnaturalizan) y, en cambio, puedo serlo si permanezco con suficiente Presencia, con suficiente consciencia de mí mismo cada vez que actúo, cada vez que digo algo, cada vez que escucho a alguien, etc, fuera de los momentos en que mi "mente" está concentrada (porque estoy trabajando, porque estoy estudiando, porque estoy viendo una película, con los cinco sentidos), que es cuando los pensamientos y las emociones vagan a sus anchas a lo largo y ancho de ella.

Mi experiencia personal me dice, por último, que muchos conflictos interpersonales no tendrían lugar si cada persona estuviera bien presente en sí misma cuando se relaciona con los demás. Y eso tiene que ver mucho con lo que otras veces he comentado de que podemos aprender a relacionarnos desde el “yo bien y tú bien” en vez de perseguirnos los unos a los otros, que es una de las fuentes de insatisfacción más importantes que tenemos los seres humanos.

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