martes, 5 de octubre de 2010

VIVIR NUESTRA PROPIA VIDA

Hoy voy a permitirme profundizar un poco más en mis reflexiones sobre el asunto que nos ocupa desde hace más de un año. No sé si el texto no resultará un poco árido o íncluso arduo para algunos lectores, pero he de probar a publicarlo para ver si puedo seguir en esta línea. Sería muy de agradecer que algún lector que tuviera alguna opinión sobre esta entrada, publicara un comentario al respecto o lo dirigiera a mi dirección de correo electrónico. Y lo más interesante sería que se abriera un debate sobre estas cuestiones. Sé que hay lectores del blog que practican meditación o hacen yoga, y otros que han participado en cursos sobre diversas formas de terapia; pues bien, sus contribuciones serían muy bien recibidas, así como las de quien, sin haber hecho nada de todo eso, tenga una opinión que quiera exponer.

Vamos con "Vivir nuestra propia vida":

Una de las cosas a las que he dedicado más tiempo a lo largo de mi vida es a intentar averiguar en qué consistía eso de mi propio vivir; o dicho de otro modo, a ver cual podía ser la esencia (lo más importante) de mi vida. Era algo que se me escapaba con suma facilidad. Además tenía que contar con el hecho de que me daba cuenta de los cambios que se iban operando en mí y en mis objetivos (principales y secundarios) con el transcurso de los años.

El núcleo de la cuestión está, para mí, en qué quiero decir cuando digo “mío” o “tuyo” y sobre todo “yo” o “tú”. Y no es una cuestión sin importancia, aunque pueda parecerlo a primera vista.

Recuerdo que escribí una vez un poema que se titulaba VER, en el que yo dialogaba con VER como si fuera alguien distinto de mí (o de mi capacidad para ver). Es decir, intentaba experimentar algo parecido a que “no era yo quien veía” lo que fuera, sino que quien veía era algo que yo llamaba VER, esto es la pura función de ver. Y fue una experiencia interesante porque, al final, pude intuir que eso de “ser yo” no está tan claro.

Cuando fui a mi segunda terapia, me encontraba en un punto de mi existencia en que tenía ciertos bloqueos emocionales que me impedían “sentir la alegría” de vivir. Al principio no era capaz de separarme yo mismo del bloqueo que sentía, o sea que me confundía con el propio bloqueo (estaba bloqueado). Poco a poco conseguí ver el bloqueo como algo separado de mí mismo, aunque, naturalmente, seguía afectándome. Y, finalmente, un día, el bloqueo desapareció y, por decirlo así, me quedé yo sólo, sin el bloqueo.

Mi punto de vista es que cuando venimos al mundo, lo hacemos con una identidad vacía, sin condicionamientos previos, vírgenes (aunque podamos haber heredado ciertas inclinaciones o tendencias por vía genética), sin “ser un yo” todavía, pero después tenemos que aprender a vivir como humanos y, por tanto, no podemos evitar que se incorporen toda clase de normas y aprendizajes que acabaran conformando el “yo que somos”, ese que responde a nuestro nombre propio. Quiero decir con esto que en mi caso, por ejemplo, Jesús no existía al nacer, sino que se ha (y lo he) ido construyendo con los años. El “yo”, por consiguiente, es una pura construcción mental y emocional que nos sirve para desenvolvernos en la vida y en la vida social sobre todo.

A este respecto, conviene tener en cuenta que mil veces que naciéramos, mil veces seríamos distintos aunque cada “yo” (cada vida nueva) se llamara, en mi caso, mil veces Jesús.

Es en la esfera de ese “yo” aprendido en donde se dan los conflictos emocionales y también los mentales, por eso cuando tenemos problemas emocionales de importancia (el malestar al que me he referido a menudo) lo que nos ocurre es que nos identificamos con lo que nos pasa y no hay manera de deshacernos de ello a no ser que hagamos un trabajo terapéutico. Por ejemplo, si yo me siento ofendido por un comentario que me ha hecho otra persona, puedo llegar a sentir que “todo yo soy” enfado, rabia o “ser que se siente molesto”, sin resquicios, absolutamente. Y eso es el bloqueo emocional. Sin embargo, yendo al fondo del asunto, podríamos ver que esa persona me ha ofendido porque “yo era ofendible por él” (valga la expresión), o sea porque hay una parte mía en el asunto, porque yo le he cedido el poder de ofenderme aunque no me haya dado cuenta de ello (por eso se suele decir aquello de: no ofende quien quiere sino quien puede).

Pero es que resulta que esa actitud de ofenderse o de sentirse ofendido no es más que una actitud o conducta aprendidas a lo largo de nuestra vida, como tantas otras. ¿Quién no ha oído decir o ha dicho alguna vez algo así como: Es que hay cosas que no se pueden tolerar. En este caso, lo que hemos aprendido, pues, es a tener determinadas reacciones ante determinadas conductas de los demás. Y está claro que el conjunto de las actitudes reactivas conforman en gran manera lo que llamamos "yo" cada uno de nosotros por su cuenta.

Si somos capaces, poco a poco, de ir detectando cuáles son las normas y los condicionamientos que, durante nuestro aprendizaje como humanos, han ido configurando el “yo” reactivo que responde con nuestro propio nombre, podremos ir decidiendo por nosotros mismos cómo queremos vivir y con qué normas queremos hacerlo. Se trata, en realidad, de no quedar atrapados por un “yo aprendido”, sino de ser lo que uno quiere ser y vivirlo sabiendo que no es una entidad estable, sino que va cambiando a lo largo de la vida. A última hora, de esta manera, no haremos nada distinto de lo que ocurre en la naturaleza, en donde todo cambia constantemente.

Un maestro Zen dijo en una ocasión que nosotros somos (nuestras respectivas identidades como “yo”) como un remolino que se forma en un río, porque siempre conserva la misma forma o aspecto, pero el agua que lo forma nunca es la misma.

Sabiendo esto, creo que lo más acertado sería que cada uno de nosotros viviera su respectiva vida como un descubrimiento permanente, sin apegos que nos bloqueen, como un viajar ligero, teniendo en cuenta que la esencia del vivir humano está justamente en entregarnos a nuestra propia existencia individual con la máxima inspiración en cada momento, sacándole todo el jugo a la experiencia del presente. Y no hay que preocuparse por “ser buenos y generosos” (más de uno habrá pensado seguramente que mi escrito de hoy está lleno de egocentrismo) porque, a mi entender, cuanto más auténtico es uno mismo y cuanto más se ha podido liberar de los condicionamientos del “yo” que somos socialmente (y, por tanto, de los bloqueos emocionales que nos llevan al malestar individual, familiar y social), más fácilmente habrá de brotar y habrá de surgir en nosotros la bondad natural existente en el fondo del corazón humano, los pensamientos, los sentimientos y las acciones que configuran la FELICIDAD humana en definitiva.

No hay comentarios: