domingo, 28 de noviembre de 2010

PARA SENTIR QUE AMAMOS Y QUE NOS AMAN

Hace algún tiempo me referí a las que los psicólogos denominan las cuatro emociones fundamentales o básicas en las que se comprenden todas las demás. Se trata de la alegría, la tristeza, la rabia y el miedo. Todos los humanos, mejor o peor, las sentimos en muchos momentos de nuestra vida. Por consiguiente, las hemos de ver como componentes estructurales de nuestro ser individual. Ahora bien, suele ocurrir que alguna de ellas se convierte en la que más fácilmente sentimos, sin darnos cuenta de ello. Esa emoción preponderante requiere una atención especial por nuestra parte, puesto que puede impedir o dificultar en mayor o menor medida que sintamos las demás.

Hoy me ocupo de la rabia porque es la emoción que más a menudo he sentido yo a lo largo de mi vida. En cierta manera, se podría decir que soy un “experto” en eso. Y, sin embargo, hasta que no fui a terapia, no lo supe a ciencia cierta, ni tampoco reconocí la larga sombra que va detrás de ella, sombra de sinsabores y de disgustos que todos conocemos en alguna medida.

La rabia (la ira, el enfado, o como la queramos denominar), como las otras tres emociones, es necesaria para la vida de los humanos. Gracias a ella (a la energía que nos proporciona), podemos hacer frente a las agresiones que nos vienen del exterior. Si no fuera por ella, sucumbiríamos emocionalmente en edad muy temprana. El niño pequeño ya da muestras de enfado cuando algo no le conviene, y avisa a los adultos, de esta manera, para que lo tengan en cuenta aunque no sea capaz todavía de reflexionar sobre nada. y eso es así porque la rabia, como las demás emociones básicas, es instintiva.

A pesar de eso (o contando con ello), hay que tener en cuenta que todas las emociones pueden ser adecuadas o no a la situación concreta en que la sentimos. Yo no había reflexionado nunca sobre este particular, pero me di cuenta en terapia de que es así. En mi caso, me apercibí que yo me enfadaba con mucha facilidad, tanto que incluso la sentía en momentos o situaciones en que no venía al caso. También descubrí que la no adecuación de mi sentimiento de rabia podía darse en términos de duración (un enfado demasiado prolongado para la importancia real del hecho que la había provocado) o incluso en términos de intensidad (totalmente desproporcionado para la situación).

Pues bien, el problema de la rabia es que se va acumulando a lo largo de la vida, sin que nosotros sepamos lo que está pasando. Y esa rabia acumulada desde antiguo condiciona nuestra existencia sin que seamos conscientes de ello. Y lo peor es que comporta a la larga un malhumor y un malestar que a veces convierte a las personas en verdaderas cascarrabias, llenas tristeza y de pesimismo. Nadie nos ha enseñado a sacar (a quitarnos de encima) algo de la rabia que acumulamos en nuestro interior. Hemos visto (y hemos imitado) la forma como se hace habitualmente, que no es otra que con discusiones, con broncas, con enfrentamientos; y eso es lo que hemos practicado a partir de ese aprendizaje. El resultado de esas confrontaciones, inevitablemente, ha sido más enfado y más malestar.

¿Quién no ha notado que después de una discusión se ha quedado malhumorado o triste a pesar de estar seguro de que tenía la razón? La rabia es así. No entiende de razones. Simplemente, aparece y tarda en irse (a veces no se va y se acumula internamente). Por ese motivo, después de un enfrentamiento, tanto el que se cree ganador de la pelea como quien se cree perdedor, tanto el uno como el otro suelen notar malhumor y tristeza. Es decir, se quedan impregnados de rabia, ira, enfado y violencia emocional.

La única manera de quitarse parte de la rabia que se ha enquistado en nuestro corazón es no expresarla en plena discusión o enfrentamiento. La razón es bien simple: si entramos en el juego de “tu me has enfadado-yo te replico-tu te enfadas más y me replicas-y yo me enfado todavía más y te vuelvo a replicar”, lo único que conseguiremos es generarnos a nosotros mismos mucha más rabia que al principio, cada vez más. Así es que la rabia se ha de expresar fuera de ese marco. Cuando la persona que nos la ha provocado no se halle presente. Es un procedimiento que funciona. Lo he practicado centenares de veces y funciona. En otra ocasión trataré de él con más detalle.

Pero hoy quiero referirme muy especialmente a que cuando hay rabia, no es posible el amor. Y lo digo en dos sentidos. Primeramente, porque cuando la rabia es desproporcionada, en ese mismo momento en que la expresamos no cabe a la vez el amor. Y en segundo lugar, porque mientras nuestro corazón siga albergando cantidades ingentes de rabia, estará aprisionado y no podrá sentir amor, es decir, nosotros no podremos amar ni podremos sentir que nos aman. La rabia acumulada nos incapacita o nos invalida (totalmente o parcialmente, según los casos) para sentir que amamos o que nos aman. Es así. Está probado empíricamente. Mejor dicho, yo lo he experimentado así. Y por la misma razón, pero al revés, cuando logramos desprendernos de fuertes cantidades de rabia acumulada, el corazón se relaja y es entonces cuando, poco a poco, podemos volver a sentir amor.

En mi opinión, sale a cuenta estar pendientes de este asunto (estando muy presentes dentro de nosotros mismos, en lugar de estar dispersos y distraídos) porque de ello depende que ganemos cotas de felicidad y bienestar al sentir que amamos y que nos sentimos amados.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

No ho puc evitar, sento una profunda pena en llegir el teu blog. Percebo massa ràbia, massa frustració en gairebé tots els teus articles. No sé quina edat tens, però espero i desitjo amb el temps que aconsegueixis veure només aconseguim fer-nos grans quan ens adonem que som petits. Una abraçada. Anna.

Chesús dijo...

Traduzco la participación de Anna:

No lo puedo evitar, siento una profunda pena al leer tu blog. Percibo demasiada rabia, demasiada frustración en casi todos tus artículos. No sé qué edad tienes, pero espero y deseo que consigas ver con el tiempo, solo conseguimos hacernos adultos cuando nos damos cuenta de que somos pequeños. Un abrazo. Anna.

Chesús dijo...

Hubo un comentario hace tiempo que hablaba de la humildad. Ahora Anna se refiere a darnos cuenta de que somos pequeños. Tengo que reconocer que ni entonces lo fui ni ahora soy capaz de comentar nada al respecto. Yo no me percibo triste ni frustrado. Eso sí, me percibo buscando seguir desprendiéndome de todo aquello que me dificulte el contacto habitual con lo más íntimo de mí mismo, es decir, con la paz y la armonía esenciales. Y voy a seguir por ese camino con determinación. A fin de cunetas, puede que la felicidad consista en vivir la vida desde el corazón desnudo y en paz. Gracias Anna por tus comentarios. Espero que sigas contribuyendo en el blog. Un abrazo también para ti.