domingo, 21 de noviembre de 2010

EL CUERPO-DOLOR

Como miembros de la especie humana, algo hemos heredado que nos invita comúnmente a conectar con el malestar. Es algo que, a mi entender, no podemos negar. Pasan los siglos y los milenios, y los humanos seguimos siendo muchas veces envidiosos, violentos, soberbios, intransigentes, insolidarios, obsesivos y locos. Básicamente, no hay diferencia entre lo que sentían los humanos de las tragedias griegas, por ejemplo, y lo que sentimos ahora. Así es que, sea como sea que hayamos venido a ser seres con ese tipo de dificultad, lo cierto es que es así. Sin embargo, yo tengo también la convicción de que no somos seres condenados a sufrir y a crear sufrimiento eternamente. Y eso es muy importante que lo tengamos presente.

Un conocido mío recibió un día una llamada telefónica de su pareja. Yo estaba delante mientras conversaban y oí cómo él, después de escucharla unos instantes, le contestó: gracias, gracias; hasta luego. Cuando colgó, me hizo el siguiente comentario: Era mi mujer. Me ha llamado para preguntarme si había leído el periódico, porque salía la noticia de que le han dado un premio a un amigo mío que ella conoce. Yo guardé silencio y él añadió algo así como: Las mujeres son muy complicadas; en este caso, mi mujer me comenta eso pero hay que tener en cuenta que yo tuve una pareja anterior que estaba emparentada con ese amigo, y por eso sus relaciones con ellos no las lleva muy bien que digamos. Y yo volví a guardar silencio mientras él se extendía en consideraciones sobre lo presuntamente complicadas que son las mujeres según él.

Cuando se calló, le dije: pues yo, que he asistido a la escena desde fuera, neutralmente, sin saber nada de todo eso, lo que he sentido es: qué bonito, qué detalle más amoroso, su mujer le ha llamado para darle una buena noticia por si él no estaba al corriente. Mi acompañante me miró entonces, guardó silencio unos segundos y luego añadió: puede que tengas razón.

Recomiendo la lectura de un libro precioso que se titula: Un nuevo mundo, AHORA. Leyéndolo, se descubre que la noción del cuerpo-dolor, viene muy al caso puesto que aquel día enseguida me di cuenta de que mi acompañante no había detectado el suyo y que por eso podía ser que tendiera a interpretar negativamente conductas de los demás que, muy probablemente, eran en realidad acciones positivas. El cuerpo-dolor (al que otros llaman la sombra) es el conjunto de ideas, sentimientos y emociones negativos que han cristalizado dentro de nosotros, en nuestro corazón, y que, aunque parezca mentira, pueden llegar a gobernar nuestra vida y dirigirla siempre hacia más dolor, hacia más sufrimiento.
Eckhart Tole –su autor- escribe lo siguiente (indico las páginas del libro entre paréntesis):

Las emociones negativas que no se afrontan plenamente para verlas como lo que son en el momento en que surgen, no se disuelven por completo. Dejan atrás un residuo de dolor (129)

Nadie pasa la infancia sin sufrir dolores emocionales (129)

El campo de energía de emociones viejas pero aún muy vivas, presente en casi todo ser humano, es el cuerpo-dolor (CD) (…) Todo recién nacido (…) carga ya con un CD emocional (130)

El CD es una forma de energía semiautónoma que vive en el interior de casi todos los seres humanos, una entidad formada por emociones (negativas) Tiene su propia inteligencia primitiva (…) y está aplicada principalmente a su supervivencia (…) necesita alimentarse periódicamente. Toda experiencia dolorosa emocionalmente puede ser utilizada como alimento por el CD (…) El CD es una adicción a la infelicidad (131)

Cuando la infelicidad se ha apoderado de ti, no sólo no quieres que termine, sino que quieres hacer a los demás tan desdichados como tú, con el fin de alimentarte de sus reacciones emocionales negativas (132)

Para el CD, el sufrimiento es un placer (134)

El CD (es una especie de) parásito psíquico (134)
La emoción (negativa) en sí misma no es infelicidad. Sólo es infelicidad la emoción (negativa) más (vinculada con) una historia desdichada (que conservamos en nuestra memoria) (149)

A menudo, cuando nos relacionamos con los demás, lo hacemos con prevención, es decir, desde la idea previa que tenemos sobre los mismos (en la relación con nosotros mismos sería con nuestra “historia” individual, con el relato que nos hacemos de nuestra propia vida). No nos damos cuenta, pero cuando aparece por la puerta o cuando te telefonea una persona de la que no te fías, reaccionamos desde la desconfianza; sin más. La otra persona no es para nosotros sino un problema potencial: a ver qué querrá ahora; ¿porqué habrá venido?; ¿qué busca?; tengo que estar atento para que no me la juegue otra vez; yo ya lo conozco; a mi no me engañará; etc. Y eso está tan extendido entre nosotros que a todo el mundo le tiene que sonar lo que digo.

No se trata de ser buenas personas o caritativas con los demás. No. No es un asunto moral primordialmente. Se trata sobre todo de un asunto emocional.

Puede que alguien me lea y que se considere excluido de este supuesto: A mí no me pasa eso, yo me relaciono bien con los demás y no desconfío de nadie. Pues bien, esta persona es la que corre más peligro de entrar en ese tipo de juegos que he descrito, sencillamente porque no es consciente de lo que seguramente le está pasando. Y es que, a mi juicio, podemos dar por sentado que todos (o la inmensa mayoría de las personas) tenemos esa supeditación a nuestro cuerpo-dolor específico que no nos deja ser libres para relacionarnos desde la espontaneidad, la naturalidad y la empatía hacia los demás. Nuestras relaciones son más bien de recelo, sospecha y desconfianza en mayor o menor grado. Por eso surgen tantos conflictos en las familias, entre la pareja, en las relaciones profesionales o de amistad. Creo que no podemos volvernos de espaldas a esta realidad.

En cambio, quien lea estas líneas y se reconozca en mi descripción, esa persona lleva ya mucho ganado puesto que ha hecho consciente su proceso interior de desconfianza y miedo. Ahora le queda por delante observar su cuerpo-dolor, esas cosas que nos pasaron hace tiempo o hace poco y que nos han marcado y han condicionado nuestra relación con el mundo. El conocido mío, en la anécdota que he contado, bajo mi punto de vista, se estaba relacionando con su mujer en aquella ocasión desde su cuerpo-dolor. No era libre para escuchar sin trabas la noticia que le daban (que, en principio, era buena). La escuchó desde su cuerpo-dolor que le decía al oído: no te fíes; ¿que quería decirte en realidad?; ¿qué interés tiene en comunicarte el éxito de tu amigo si sabes que esa familia no le gusta?; además, ¡mira que son complicadas las mujeres! Y a mí, en cambio, desde fuera, me parecía que estaba asistiendo a ¡un envidiable acto de amor y de atención de una mujer hacia su pareja!

¿Quién no ha conocido alguna persona que siempre está negativa? ¿No son personas que tienden inconscientemente a esparcir malas noticias y malos augurios? Eso se debe a un cuerpo-dolor muy fuerte. En el libro de Tolle se hace una exposición al respecto muy extensa y muy profunda. Por mi parte, lo único que quería hoy era llamar la atención sobre la existencia del cuerpo-dolor para que podamos tenerlo presente cuando nos relacionamos con los demás. Eso ya sería mucho, aunque obviamente solo seria el principio.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Davant la teva explicació sobre el CD, entenc les teves paraules però no acabo de comprendre com podem deixar de banda tota aquesta memòria que portem dins quan fa referència a una persona que ja sabem que no ens vol res de bo. En aquests casos com hem de comportar-nos? jo també sóc conscient que la nostra conducta canvia radicalment quan ens atansem a aquesta gent però com reaccionar doncs? amb les mans obertes?
pot ser em desvio d'allò que tu has explicat i estic dient una bajanada però és el que em passa pel cap llegint l'article d'aquest cap de setmana.

Chesús dijo...

Anónimo, responderé a tu pregunta más tarde, después de meditarla un poco. Gracias por tu contribución.

Chesús dijo...

Ante tu explicación sobre el CD, entiendo tus palabras pero no acabo de entender como podemos dejar de lado toda esa memoria que llevamos dentro, cuando se refiere a una persona que ya sabemos que no nos desea nada bueno. En esos casos, cómo hemos de comportarnos? Yo también soy consciente de que nuestra conducta cambia radicalmente cuando nos aproximamos a esa gente, pero cómo reaccionar pues? con las manos abiertas?

Quizás me desvío de lo que has explicado y estoy diciendo una tontería, pero es lo que me viene a la cabeza leyendo el artículo de esta semana.

Chesús dijo...

Una amiga me ha enviado un mail del que extraigo este comentario:

Penso que la idea del blog és molt bona.
Del darrer escrit m'ha agradat aquest paràgraf: " tenemos esa
supeditación a nuestro cuerpo-dolor específico que no nos deja ser
libres para relacionarnos desde la espontaneidad, la naturalidad y la
empatía hacia los demás". Si això fos possible no existirien tants
ambients malalts. Estic d'acord amb tu. També les relacions amb els
altres serien més fàcils i menys costoses.

Chesús dijo...

Pienso que la idea del blog es muy buena. Del último escrito me ha gustado este párrafo:

"Tenemos esa supeditación a nuestro cuerpo-dolor específico que no nos deja ser libres para relacionarnos desde la spontaneidad, la naturalidad y la
empatía hacia los demás"

Si eso fuera posible, no existirian tantos ambientes enfermizos. Estoy de acuerdo contigo.

También serían más fáciles y menos costosas las relaciones con los demás.

Chesús dijo...

Respondo a Anónimo con un nuevo comentario.

La relación más natural y más auténtica entre dos personas se tendría que establecer en el plano esencial, es decir, entre lo que son más profundamente (el ser esencial) la una y la otra. En ese plano (o desde ese plano) no hay nada que temer. A la persona que no nos quiere, la hemos de recibir desde la tranquilidad, desde la aceptación de lo que creemos que son, pero sin doblegarnos, sin permitirles que nos falten al respeto. Es decir, respetándolas y exigiéndoles a la vez que nos respeten. Y, si no lo hacen, poniéndoles los límites necesarios. Ese es mi punto de vista.