jueves, 25 de marzo de 2010

APRENDER

10-03-25

He extraído los párrafos que os he copiado al final, de una entrevista que le hicieron en El País a Claudio Naranjo, el psicoterapeuta chileno creador del Eneagrama.

Después de volver a leer la entrevista (la leí por primera vez hace tiempo) me ha surgido una duda: ¿En qué estado de ánimo y en qué punto de desarrollo personal hace falta encontrarse para poder captar en profundidad el sentido de sus palabras? Lo digo porque si resulta que a veces tengo la sensación de que lo que escribo igual no llega, en general, al corazón de los lectores del Blog, con más razón puedo pensar que las palabras de Claudio Naranjo tampoco les lleguen (a no ser, claro está, que él sea mucho más didáctico que yo).

Mi otra duda (que tiene que ver también con la pregunta, aunque muy indirectamente) es: ¿Por qué no hay a penas participación de los lectores en el Blog?

Si entramos a reflexionar sobre lo que Claudio Naranjo nos propone, concluyo que hay algo concreto que podemos hacer en nuestras vidas: APRENDER. De ahí el título de esta entrada.

A mí, la vida ordinaria me da cada día ocasiones diversas para poder aprender. Yo tengo mi mirada focalizada hacia las relaciones conmigo mismo y con los demás, así es que mis aprendizajes tienen que ver, prioritariamente, con esto. No me refiero a otras clases de aprendizajes.

Los otros son a menudo para mí ocasión de aprendizaje. Sus palabras, sus miradas, sus gestos, sus reacciones, me muestran cosas mías, aspectos de mi personalidad, de mi carácter, y por eso puedo aprender de ellos. Claro está que para que eso se produzca, tengo que estar muy atento a lo que me transmiten ellos (aunque sea inconscientemente o involuntariamente) y a los movimientos de mi corazón (de mi mente).

Unas palabras dichas por mí en un momento determinado provocaron en una persona una reacción de disgusto que yo capté enseguida. Con una rapidez vertiginosa, mi mente pasó del estupor (¿qué le pasa ahora?) al diagnóstico (se ha enfadado), posteriormente a la autojustificación (pero si no le he dicho nada ofensivo), a la valoración sobre la actitud del otro (pues sí que tiene la piel fina), al propio enfado (¡no te fastidia!), a sentirme víctima (en vez de ponerse de mi lado…).

Si me hubiera detenido en ese punto, me habría quedado con unos sentimientos mezcla de rabia y de victimismo que nada bueno auguraban. Aquel día habríamos estado de morros los dos y apenas si nos habríamos hablado. Sin embargo, a mí me han enseñado a reflexionar sobre lo que siento y eso es lo que hice. Pronto me di cuenta del maremágnum de sentimientos y emociones que se movían en mi interior y fue entonces cuando decidí reflexionar desde “mi adulto” (es decir, desde el adulto que soy). Y así fue cómo llegué a apercibirme de que mi comentario había sido inadecuado, y así fue como decidí ir a hablar con aquella persona y comunicárselo, pidiéndole excusas por ello (creo recordar que le dije: me excuso porque he hecho un comentario inapropiado y sé que te ha dolido).

Sin embargo, mi aprendizaje no consistió en ese darme cuenta de todo lo que acabo de explicar, ya que esos “recorridos” por mi interior los practico casi a diario. El aprendizaje tuvo que ver con algo más sutil que no había visto hasta ese momento y que tenía relación con lo que yo esperaba de esa persona sin saberlo. Efectivamente, me sorprendió y me dolió que aquella persona se sintiera ofendida por mi comentario (sobre terceras personas) porque lo hice sin agresividad y en un clima de confianza, es decir, contando con que ella participaba de mi punto de vista porque había suficiente complicidad entre los dos. Pues bien, lo que descubrí no fue sólo que ese clima no existía (en aquel preciso momento y sobre el asunto en cuestión) sino –y eso es lo más importante de todo- que yo HABÍA PROYECTADO sobre ella un deseo mío, proyección que yo había confundido con la realidad.

Mi error consistió en dar por descontado que entre aquella persona y yo había ya suficiente confianza y complicidad como para poder hacer el comentario, teniendo en cuenta –como ya he dicho- que no lo hice con intención agresiva o desconsiderada. Y mi proyección consistió en ver en aquella persona la que yo quería ver, es decir, que me otorgaba su confianza y su complicidad, cuando la realidad que se me mostró claramente entonces (en eso consistió el aprendizaje) es que, por lo menos en ese tema y en ese momento, no compartíamos la misma posición frente al asunto.

De esa experiencia, se derivaron varios sentimientos y también una cierta serenidad emocional, por otro lado, porque había llegado a darme cuenta de mi error. Y todo ello me sirvió para decirme a mí mismo que quería y tenía que respetar la independencia y singularidad de aquella persona, así como sus opciones personales, igual que yo reivindico que los demás respeten las mías.

Ahora sé que he ganado puntos en el respeto hacia los demás, pero también en el aspecto de no confundir mis deseos con la realidad, o sea en el de no proyectarlos sobre las demás personas.

A continuación, os propongo leer la entrevista, extractada, que le hicieron a Claudio Naranjo. A ver que os sugiere todo esto en conjunto.

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Cada ser humano cuenta con dos fuerzas antagónicas en su interior. Uno es el falso yo, más conocido como ego o personalidad, relacionado con la ignorancia, la inconsciencia, el egocentrismo, la insatisfacción y el miedo. El otro es el verdadero yo, nuestra verdadera esencia y que está conectado con la sabiduría, la consciencia, el bienestar y el amor incondicional.

Cualquier persona que no esté en contacto con su esencia está en vías de deshumanizarse pues poco a poco va olvidando y marginando sus verdaderos valores, lo que repercute en su forma de pensar, vivir y relacionarse con los demás.

De tanto dolor acumulado, finalmente se desconecta de su verdadera humanidad.

Desde el ego, las personas actúan movidas por el miedo y la necesidad de supervivencia física y emocional.

Su objetivo es conseguir que la realidad se adapte a sus deseos, necesidades y expectativas egoístas, lo que les lleva a vivir una vida marcada por el sinsentido, el malestar y la necesidad constante de evasión y narcotización de sí mismos.

Una educación basada en nuestra verdadera naturaleza potencia el desarrollo de nuestra conciencia, lo que nos libera de las falsas creencias acumuladas por el ego

El sentido de la vida es aprender a trascender nuestro egoísmo y egocentrismo para que podamos ver a los demás y al medio ambiente que nos rodea como parte de nosotros mismos.

Buscar la verdad implica cuestionar el condicionamiento sociocultural recibido para recuperar el contacto con nuestra verdadera naturaleza. No es ningún síntoma de inteligencia adaptarse a una sociedad como la actual, profundamente enferma

2 comentarios:

Anónimo dijo...

En primer lugar me gustaría contestar a tu pregunta de por qué no hacemos ningún comentario los seguidores de tu blog. En mi caso es porque me gusta leer , aprender , volver a leer, pensar en lo que he leido; pero me da una pereza increible y me resulta difícil escribir lo que me hace sentir o donde me llevan las reflexiones que hago.
En cuanto a la diferencia entre
emociones y sentimientos me ha quedado bastante clara, lo que no me ha quedado muy claro es la manera de controlar esas emociones de manera que siempre seamos totalmente dueños de nuestros actos.
A mi me parece que muchas veces nuestros actos están condicionados por ambos, emociones y sentimientos
cuando lo deseable sería que actuáramos siempre controlando nuestros actos.

BEA

Chesús dijo...

Entiendo lo que dices, sin embargo supongo que, por tu parte, comprenderás que al creador del Blog, lo que le ocurre es que si no hay comentarios durante mucho tiempo, es que tiene la sensación de estar dentro de un inmenso vacío. Es aquello del chiste de Eugenio: ¿Hay alguien ahí?. Te agradezco, pues, doblemente, el comentario, Bea.

Por lo que se refiere a tu segunda reflexión, opino que la autora del texto que reproduje en "Emociones y sentimientos" no está hablando de controlar las emociones,sino de tener conciencia de ellas, para actuar, desde esa conciencia, de una manera adecuada a cada situación. No se trataría, pues, de controlar lo que siento, sino de saber , ver y sentir lo que siento, en primer lugar; y de actuar, por otro lado, desde el famoso Yo bien y Tú bien (cuando se trate de relaciones con personas) y de acuerdo y adecuadamente con la situación que toque vivir (en todos los demás casos.

A veces, lo más difícil es saber qué sentimos en concreto. Otras, si es adecuado a la situación. Otras cómo debemos actuar. Pero, finalmente, si hay otras personas de por medio, lo que no falla nunca es preguntarnos si con nuestra actuación las estamos respetando y nos estamos respetando a nosotros mismos o no. Es la "prueba del nueve".

Ciao.